Cataluña amaneció ayer consternada tras conocerse un nuevo caso de violencia vicaria en el que un padre acabó con la vida de sus dos hijos, un niño y una niña gemelos de 8 años, y de su mujer, antes de suicidarse lanzándose a las vías del tren. Sucedió en El Prat de Llobregat (Barcelona) tan sólo una semana después de otro episodio similar en Bellcaire d’Empordà (Girona), en el que un joven mató a su hijo de cinco años y dejó malherida a su pareja tras colarse en su casa y apuñalarlos mientras dormían.
En lo que va de año, en España se han producido siete casos de violencia vicaria, cinco de ellos en Cataluña. La cifra negra en la comunidad autónoma la completa el padre que asesinó a sus dos hijos, de siete y 10 años en Horta, Barcelona, el pasado mes de enero. En ninguno de estos tres casos, en los que un total de cinco niños fueron asesinados a manos de sus propios padres, había denuncias previas por malos tratos.
Sin embargo, el hecho de que no haya denuncias previas no supone que no haya existido una violencia anterior contra las mujeres e incluso contra los menores. Pero, según explica la psicóloga forense, Mar Lluch, son muchas las que no se atreven a dar este paso por miedo a la reacción de sus parejas y por temor a que sus hijos tengan que irse con ellos para cumplir con los regímenes de visitas. “Ellas saben que son un elemento de protección para sus hijos”, sostiene la psicóloga, por lo que deciden “aguantar” ante el miedo de que los niños queden al cuidado de un hombre que saben que tiene reacciones explosivas y que podría “instrumentalizar” a sus vástagos con el único propósito de herirlas.
Instrumentalizan a los hijos para herir a las madres
La violencia vicaria, la expresión más cruel de la violencia de género, tiene como objetivo, según explica la criminóloga Paz Velasco de la Fuente, causar un sufrimiento de por vida a las mujeres. En este caso, a su parecer, se trata de un “familicidio” o un “asesinato en masa”, pero no de un caso de violencia vicaria porque la madre no ha sobrevivido a sus hijos para padecer de por vida por esta pérdida. “La madre debe quedar con vida y sufrir ese dolor el resto de sus días”, precisa.
Sin embargo, para Lluch este episodio sí se englobaría dentro de lo que se entiende como violencia vicaria, pues aunque esta es la "máxima" de la crueldad contra las mujeres, en cualquier caso se ha “instrumentalizado” a los niños. Además, apunta, la investigación policial revelará si en este último caso el padre acabó con la vida de los críos antes que de la madre para causarle el mayor dolor posible antes de matarla.
Celos, posesión y falta de empatía
Entre las causas, que emanan de una sociedad configurada en torno al heteropatriarcado, la psicóloga forense cita la falta de empatía y la ausencia de control sobre los impulsos y las emociones, lo que empuja a algunos hombres a, “en vez de resolver un conflicto que pueda surgir de una forma empática, a atacar a quien entienden que los ha dañado porque ha acabado con su proyecto de vida”.La criminóloga añade las celopatías o el sentimiento de posesión, además de otros como pueden ser las patologías mentales o el consumo de sustancias.
Como elementos detonantes citan el hecho de que las mujeres decidan poner punto y final a la relación sentimental o que ellos descubran que la expareja ya ha rehecho su vida con otra persona y que, por lo tanto, interpreten que no puede seguir ejerciendo sobre ellas una “dinámica de control”. “Cuando la situación los desborda es cuando causan daño”, sostiene Lluch.
Los hijos, el nexo de unión
La violencia vicaria tiene muchas caras. La psicóloga forense insiste en que muchos maltratadores aprovechan a los hijos, el nexo de unión que mantienen con sus exparejas, para hostigarlas. “El hecho de tener niños en común implica que hay que tener una comunicación, por mínima que sea, aunque esta se produzca través de terceros porque hay una orden de alejamiento", explica Lluch. Incluso así, las mujeres acaban recibiendo inputs de sus agresores, en ocasiones a través de sus propios hijos cuando regresan de las casas de sus padres.
“A veces es una violencia muy sutil y personalizada, con insultos velados y comentarios, de forma que es como si ellas los estuvieran viendo a ellos a través de sus hijos”. Para remediar este fenómeno, insiste, hay que hablarlo y visibilizarlo. Pero, sobre todo, abordarlo desde diversos ángulos como la educación, acabando con el mito del amor romántico o aprendiendo a gestionar las emociones, hasta la política, aumentando la protección jurídica para garantizar la seguridad tanto e ellas como de sus hijos en el momento en el que se presente una denuncia. “Los jóvenes deben entender que se puede cambiar de pareja y que esto no implica el final de la vida”, subraya la psicóloga.
¿Efecto llamada?
Sobre un posible efecto llamada, Lluch insiste en que es difícil localizar este fenómeno geográficamente y que, el caso de Cataluña podría ser "casual", aunque no por ello hay que descuidar este factor.
Sin embargo, Velasco de la Fuente apunta en su libro Homo Criminalis que podría darse un efecto llamada, pues visualizar noticias relacionadas con estos hechos, aunque no es el factor causante, “sí podría tener un efecto desencadenante”.
La criminóloga se basa en una teoría de Isabel Marzabal, autora de una tesis centrada en los feminicidios de pareja, que sostiene que “la probabilidad de que se cometa un feminicidio es 24 veces mayor, cuando en los 10 días anteriores han aparecido asesinatos de mujeres por parte de sus parejas o ex parejas en los medios de comunicación”.
La banalización del acto
La criminóloga considra que la presencia de este tipo de informaciones en los medios podría tener un efecto precipitador, en el que "le sirve de impulso final para cometer su crimen", o de imitación, en el que al ver la noticia el agresor se identifica con otro y con sus circunstancias y comete el crimen al cabo de unos días. “El hecho de que un sujeto asesine a su pareja o expareja, provoca que un nuevo agresor reste gravedad al acto, lo banalice y borre una parte del tabú que lleva consigo el crimen, porque otros hombres también lo hacen”, sostiene la criminóloga en su libro.
“No creo que se pueda afirmar de modo tajante que existe un efecto imitación debido a la influencia de los medios, pero sí creo que se amplía considerablemente la posibilidad de que se cometa un nuevo feminicidio, tras ver la misma noticia en televisión de modo reiterado y escuchar el número acumulado de mujeres víctimas de la violencia de género”, concluye.