Su trabajo destila una belleza poética arraigada en la memoria de nuestro país. Considerada como una de las creadoras visuales más relevantes del arte contemporáneo español, Carmen Calvo (Valencia, 1950) fue la primera mujer que representó a España, junto a Joan Brossa, en la Bienal de Venecia de 1997 y su trayectoria ha sido reconocida por galardones tan prestigiosos como el Premio Nacional de Artes Plásticas en 2013 o el Julio González, que concede el IVAM, en 2022.
Su obra, tan poética como perturbadora, nos atrapa en las arenas movedizas de los recuerdos y de las emociones. Su arte exhibe una complejidad arraigada en sus vivencias, “hablo de lo que me altera”, afirmó en la presentación. Relatos personales que apelan a los sentimientos más profundos del espectador; experiencias vitales de las que nadie sale ileso ni queda indiferente.
Descifrando emociones
Un gran parte de su obra constituye una sagaz crítica social de la España de posguerra regida bajo estrictas reglas morales. La artista valenciana evoca la falta de libertad y la alienación de los ciudadanos, durante esas décadas de represión, con fotografías en negativo de aquella época. Imágenes manipuladas con objetos o pintura. Rostros con los ojos tapados por cuchillos como en De vuelta, ¿eh? (1960) o atravesados por alfileres como en Y el rayo repentino de hermosura primera (2004). Cegar los ojos para invocar la memoria; quedarse a oscuras para descifrar mensajes que permanecen ocultos.
“En estas fotografías, Calvo encara la realidad como un recuerdo cuyo secreto no puede surgir. Como si se tratara de recordar y olvidar al mismo tiempo ¿Pintar no es, en definitiva, perder el rostro? ¿Pintar no es figurar y desfigurar?”, escribe en el catálogo Emmanuel Guigon, director del Museo Picasso de Barcelona y comisario, junto a Victoria Combalía, de la exposición.
Infancia y feminismo
La crítica al sometimiento, en cualquiera de sus manifestaciones, supone una constante en su obra. Como ya hicieron otros artistas surrealistas, como Hans Bellmer o Salvador Dalí, Carmen Calvo utiliza maniquíes para explorar, metafóricamente, los roles asignados a la mujer. Muñecas mutiladas de las que solo vemos algunas partes de su cuerpo como si fueran víctimas de alguna agresión.
Aunque también puede hacerse una lectura bien distinta de estas piezas, como la que hace Victoria Combalía: “Estos tres maniquíes desmembrados, que tan solo muestran sexo y piernas, no tienen los miembros despedazados ni yuxtapuestos como los de Bellmer, ni están adornados o travestidos como los de la exposición de 1938. Son magníficas metáforas de actividades sexuales entre mujeres. Penetrando, atando, sometiéndose voluntariamente, doblándose o retorciéndose en juego eróticos”.
La fragilidad de la infancia se sitúa igualmente en el punto de partida de algunos de sus trabajos más representativos. La última sala acoge la instalación titulada Una jaula para vivir inspirada en un trágico episodio, acaecido en 1997, de una niña de siete años que había sido encerrada por sus padres en una jaula durante semanas. La artista recrea esta estremecedora historia llenando una caja blanca con muñecas, peluches o dibujos que solo pueden verse a través de unos orificios. La voz de una niña diciendo reiteradamente tinc gana (tengo hambre) acentúa la angustia que produce esta pieza. “La obra de Carmen Calvo visibiliza la acción de un psicópata, pero al hacerlo nos coloca delante de un trauma mucho más generalizado: la vulnerabilidad de la infancia.”, escribe Combalía.
Pandemia y postales a Picasso
Los ecos de la pandemia también tienen cabida en la exposición. Durante el confinamiento visionó películas, como La semilla del diablo o Psicosis, que han sido fundamentales en el imaginario de su obra. La artista capturó con su teléfono móvil algunos fotogramas de las mismas para elaborar una suerte de película collage titulada ¡No es un sueño! ¡Está pasando de verdad! que rememora el desasosiego de aquellos días de aislamiento.
Como un guiño al espacio que la acoge, Pablo Picasso se cuela en su universo creativo en forma de tarjeta postal. Se trata de una colección de postales modificadas del Museo Picasso que vienen a completar la serie iniciada en 2018 titulada El tiempo que apasiona. De nuevo imágenes manipuladas, objetos poéticos nacidos de su personal iconografía, que demandan toda nuestra atención.