Los vecinos y comerciantes de la calle Muntaner, en pleno corazón de Barcelona, viven “desesperados” desde que un grupo de okupas se instaló en un edificio. Los molestos inquilinos llegaron después de la pandemia y se hicieron con el control de la totalidad de los pisos del número 28, bloque que era propiedad de una anciana que, según las fuentes consultadas, ha fallecido recientemente dejando en herencia el problemático bloque al Estado. La finca se encuentra en una zona privilegiada, a escasos pasos de la plaza Universitat y de la Gran Via de Les Corts Catalanes.
Desde su llegada al edificio, en el que el valor de cada vivienda oscila entre los 279.000 y 373.000 euros, según Idealista, la convivencia se ha hecho insufrible. Las peleas, los robos y el trapicheo de diversas sustancias son constantes y a cualquier hora del día, denuncian los vecinos. De hecho, el número 28 de la calle Muntaner está entre los puntos calientes frecuentados por las patrullas de los Mossos d’Esquadra y la Guardia Urbana, a quien los vecinos requieren cada dos por tres hartos de la violencia y del incivismo.
Peleas con cuchillos y robos
Las fuentes vecinales consultadas señalan que en el edificio se han efectuado redadas policiales que se han saldado con el arresto de varios de los okupas por su participación en peleas con cuchillos, robos con violencia o sospechas de agresiones sexuales a chicas toxicómanas a las que presuntamente invitan al inmueble para ofrecerles drogas y mantener relaciones con ellas. A algunos de ellos, que acumulan varias detenciones, los describen como “peligrosos y violentos”.
“¿Habéis entrado al bloque? Es un edificio en el que impera la anarquía, las puertas están abiertas y se organizan entre ellos”, denuncian señalando a la puerta que flanquea la estrecha entrada vandalizada con pintadas. Algunos apuntan que el “cabecilla” es un ciudadano colombiano que visita de forma asidua el bloque en un “cochazo” y que orquesta los diferentes negocios que albergan estos pisos. “No son narcopisos exactamente --porque lo que hacen fundamentalmente es consumir-- ni tampoco centros de receptación --aunque aquí traen móviles robados-- y a la vez se hace todo eso, confluyen varios negocios dentro del inmueble”, señalan.
“Cada vez hay más gente”
Los okupas llegaron, según las mismas voces, después de la pandemia. Comenzaron instalándose en los pisos superiores y que dan a la zona de patios interiores del Eixample hasta hacerse con el control de todo el edificio. “Primero se instalaron unos que vendían marihuana, que eran más tranquilos, pero los desalojaron”, recuerda un vecino. “Pasamos de Guatemala a Guatepeor, porque enseguida llegaron los que están ahora, que funcionan como una pedazo de mafia”, describe. “Cada vez hay más gente, unos que llegan y otros que se van”. En sus palabras, los más problemáticos se han instalado en los pisos que dan a la calle.
Según los testimonios de los vecinos, que prefieren mantenerse en el anonimato por temor a posibles represalias, los okupas trapichean a plena luz del día, en la vía pública y a ojos de cualquiera. “Marihuana, cocaína, de todo”, insisten. Hasta aquí atraen a turistas a los que invitan a consumir para posteriormente robarles. También almacenan en este bloque los móviles que roban en la zona del Eixample. “Llegan personas con la aplicación del dispositivo que les indica que el aparato robado está aquí”, aseguran. Además sospechan que hay prostitución porque aseguran haber visto a chicas subir a los pisos y trasiego de turistas.
Diez viviendas okupadas
Entre los episodios más recientes destacan la celebración de "una barbacoa enorme” a la que asistieron un gran número de personas y en la que el fuego era visible desde otros edificios. “Hay ruido, peleas, basura, robos”, aseguran los vecinos, que dicen estar al límite y temen que con el fallecimiento de la propietaria legítima la situación empeore. No obstante, algunos han optado por resignarse y "llevarse bien" con ellos. Aclaran que, cuando les molesta el ruido de los bongos "hasta las tantas de la noche" encienden la radio para no oírlos, pero no se enfrentan a ellos dado que los patios traseros están al alcance de los okupas y prefieren mantener una relación de cordialidad. "Nos saludamos, nos conocemos de vista y no me molestan más allá de la música", aseguran restándole importancia a la situación. Además de los residentes, también están hartos los comerciantes de la zona, que aseguran haber sufrido robos en sus establecimientos a plena luz del día. "Cogen cosas y se van sin pagar --denuncian--, son peligrosos".
Por el momento los okupas no tienen visos de irse. Aunque el año de construcción del edificio se remonta a 1900, la finca tiene un elevado valor dado que cuenta con una superficie total de 878 metros cuadrados divididos en cinco plantas. En total, el edificio consta de 10 viviendas, según los datos del catastro, además de un bajo comercial, la única zona que ha resistido a los okupas.