20 años del doble crimen del Putxet: una escalera tapiada y “reticencias” a alquilar los párkings
El asesino Juan José Pérez Rangel, que no hace ningún programa de rehabilitación en la actualidad, saldrá en libertad en 2035
22 enero, 2023 00:00El 22 de enero de 2003, Juan José Pérez Rangel, un joven de la Mina de 24 años, acabó con la vida de María Teresa de Diego destrozándole el cráneo con un martillo de encofrador. Lo hizo en el mismo párking del barrio del Putxet de Barcelona en el que tan solo 10 días antes, el 11 de enero, asesinó de la misma forma a Maria Àngels Ribot. Veinte años después los vecinos todavía recuerdan el doble crimen que conmocionó a la zona alta de Barcelona.
Rangel cometió los dos asesinatos en el aparcamiento del número 28 de la calle Bertran del barrio del Putxet. El escenario elegido no fue casual, dado que meses atrás había alquilado una plaza para aparcar su moto. Aunque dejó de pagar por el estacionamiento, conservó las llaves. Así fue como accedió en diversas ocasiones al interior del párking para acechar a sus víctimas, de las que tomaba anotaciones en una libreta recuperada tras su detención por la Policía Nacional.
"Psicosis generalizada"
Rangel asesinó a la primera de sus víctimas el 11 de enero de 2003. Asaltó a Maria Àngels Ribot, de 49 años y madre de cuatro hijos, mientras aparcaba su coche en la plaza número 15 de la cuarta planta del garaje. La mujer, que intentó resistirse, recibió varias puñaladas. Estando malherida, Rangel la tiró por las escaleras y la remató con un martillo. Una vez muerta, ocultó su cadáver en el hueco de la escalera, en una bolsa de basura en la que dejó la huella de su mano y la marca de su zapatilla sobre el abrigo de la víctima. En el escenario también se recuperó una colilla. El asesino del Putxet le sustrajo una tarjeta de crédito con la que retiró 300 euros de un cajero cercano. Un hecho que marcaría su destino.
Tras cometer este crimen, que conmocionó a la zona alta de Barcelona, el 22 de enero Rangel volvió a colarse en el párking y asaltó a Maria Teresa de Diego, que aparcaba en la misma plaza que la primera víctima, la número 15, pero tres plantas más arriba. Rangel la obligó a bajar por las escaleras hasta la última planta, como a Ribot, donde ya no había cobertura. Una vez allí, la amordazó, la esposó a la barandilla y, tras cubrirle la cabeza con una bolsa, la mató a golpes. La violencia con la que actuó el asesino en este segundo crimen causó una “psicosis generalizada” en el Putxet, recuerda una vecina.
"Pasé mucho miedo"
“Lo recuerdo como si fuese hoy, la psicosis en el barrio fue brutal”, rememora esta vecina, que suspira al ser preguntada por el doble crimen. “La gente tenía pánico a salir de noche de sus casas y dejó de usar los garajes”, asegura. En su edificio los vecinos convocaron una reunión extraordinaria para colocar una llave en el ascensor para acceder al sótano. “Aun así pasé mucho miedo y, aunque es un garaje pequeño, me aseguraba de que la persiana se cerrara por completo antes de bajarme del coche”, asegura.
Sobre la puerta del garaje en el que se cometió el crimen cuelgan hoy varios carteles de “Se alquila”. Aunque son varios los propietarios que tratan de arrendar su plaza, todos ellos declinan mostrar el interior del aparcamiento. “Preferiría no enseñarlo, porque todavía hoy tiene muy mala prensa”, expresa Alberto, el propietario de una de las plazas de garaje que consiguió comprar “bien de precio” a pesar de tratarse de la zona alta de Barcelona.
Un párking blindado
Dos décadas después del doble crimen el propietario asegura que, de forma sistemática, cuando la gente visita el aparcamiento para alquilar la plaza de garaje enseguida asocia el lugar a los hechos. “Te preguntan: ‘Hostia, ¿fue aquí?’, y tienes que explicárselo todo”, lamenta, lo que se ha convertido en un hándicap a la hora de colocar la plaza. Sin embargo, Alberto hace hincapié en que el párking es hoy, probablemente, uno de los aparcamientos más seguros de Barcelona.
Tras el doble crimen, “un hecho insólito, pero que podría haber pasado en cualquier otro lugar”, los propietarios de las plazas de este garaje, emplazado en una zona acomodada, hicieron un notable desembolso para blindar la propiedad. El dueño de la plaza asegura que se instaló una doble puerta con un sistema de pesaje que impide que se abra si no hay un vehículo en la entrada, se colocaron cámaras y sensores y se lleva un exhaustivo control sobre los arrendatarios, siendo obligatorio presentar la matrícula del vehículo y el DNI. Aun así, expresa, “sigue teniendo muy mala prensa”.
"Ese acceso ya no existe"
La misma fuente apunta que el temor no está justificado dado que, pese a que los medios de la época fotografiaron hasta la saciedad la entrada principal del párking, Rangel no entró por ahí, sino por una puerta de servicio ubicada en el lateral de la finca y con salida a la calle de Musitu, la más cercana a la zona en la que ambas víctimas aparcaban el coche.
La discreta puerta “ha sido clausurada y las escaleras en las que se cometieron los crímenes tapiadas, ese acceso ya no existe”, aclara Alberto. Hace 20 años Rangel entró al párking por esta puerta porque “casi no tenía seguridad, a excepción de una llave que él tenía porque fue pizzero en el barrio y aparcaba aquí su moto”.
No quieren recordar
En el edificio que se erige sobre el párking en el que Rangel cometió los dos crímenes hace ahora 20 años ya no queda nadie de la época. Las familias de las víctimas, expresan los vecinos, abandonaron el barrio. La segunda de las mujeres asesinadas, Maria Teresa, dirigía un gimnasio que todavía existe, en la calle Ríos Rosas, pero que desde su fallecimiento ha cambiado de manos en dos ocasiones.
En las fincas contiguas al párking, los vecinos que descuelgan el telefonillo prefieren no hablar. “Soy empleada del hogar”, “yo llegué después” o “esto ahora es una consulta de psicología” son solo algunas de las respuestas con las que los vecinos esquivan pronunciarse. “¿Para qué recordar cosas de hace 20 años?”, insiste el párroco de una iglesia cercana. Desde la asociación de vecinos del barrio también declinan responder a las preguntas. “No es agradable recordar”, lamentan. Aunque aseguran que dieron apoyo a los vecinos, “que estaban muy alterados”, no quieren mencionar lo sucedido.
La coronilla
El 30 de enero de 2003 Rangel finalmente fue detenido. Los investigadores llegaron hasta él gracias a un pequeño detalle: una incipiente coronilla. Y es que poco después de cometer el primer crimen, el asesino sacó dinero de un cajero con la tarjeta de la víctima. Las cámaras de seguridad, aunque en una imagen muy pobre, captaron la calvicie del joven. Después de esto, Rangel contactó varias veces con el viudo para pedir que dejase una cuantiosa suma de dinero en el bar Bare Nostrum, ubicado en L'Eixample, en el que nunca se presentó. Sin embargo, los policías hicieron guardia durante varios días. Los detalles que había dado en las llamadas les hicieron pensar que se trataba de un cliente habitual y que, tarde o temprano, regresaría.
Su olfato no falló. El 30 de enero un joven entró en el Bare Nostrum, abrió un armario y sacó un taco de billar. Cuando se inclinó sobre la mesa, la luz de la lámpara iluminó su coronilla. Lo hizo de la misma forma en la que el sol incidía sobre su calva el día que sacó dinero del cajero y fue captado por la cámara de seguridad. Los agentes lo detuvieron poco después en la ronda Litoral y, durante el registro de su casa, en la calle Marte de la Mina, recuperaron numerosas evidencias que lo señalaban como autor de los dos asesinatos.
"No participa en talleres de reinserción"
Juan José Pérez Rangel, condenado a 52 años de prisión, cumple condena en el módulo 7 de Quatre Camins. Fuentes penitenciarias han trasladado a este medio que se trata de un módulo para presos que han cometido delitos violentos. “No hace ningún programa de rehabilitación y no tiene permisos”, expresan.
“No tiene problemas regimentales ni con internos ni con funcionarios. Pasa bastante desapercibido, pero no participa, al menos en la actualidad, en estos programas”. Aunque aclaran que los programas son opcionales y que los internos pueden negarse a hacerlos, “el hecho de asistir evidencia que están arrepentidos, que quieren reinsertarse en la sociedad o hacer algo por acelerar el contacto con la calle, como acceder a permisos”. Sin embargo Rangel, que saldrá de prisión en 2035, no ha dado señales de haberse rehabilitado.