“En este momento hay muchísima gente compartiendo material pedófilo en Cataluña”, alerta Carlos, el inspector jefe de la Unidad de Delitos Tecnológicos de la Policía Nacional en Barcelona. Esta unidad especializada en ciberdelincuencia, en la que trabajan 34 profesionales, está dividida en cuatro grupos que dan servicio a toda la comunidad: redes sociales, fraude, propiedad intelectual e industrial y un grupo de apoyo que trabaja para toda la policía judicial. El primero de ellos, el grupo 41, está dirigido por el inspector Mariano y en él operan siete especialistas encargados de perseguir los delitos de pedofilia.
Ambos insisten en que, lejos de la idea preconcebida de que los pederastas “son cuatro raros”, los datos son alarmantes con un incremento de un 48% de estos delitos anualmente, según las cifras que maneja el Instituto Nacional de Estadística (INE). “La idea de que es un hombre raro, de 50 años, sin habilidades sociales y que vive con sus padres, no se corresponde con la realidad”, insisten. El 90% de los pedófilos son hombres y, en su mayoría, con hijos de edades similares a las de los menores que aparecen en la pornografía que consumen. “Aparentemente son individuos normales. Hemos detenido a profesores, monitores…”, insiste Mariano.
Así es cómo los cazan
El grupo 41 realiza entre uno y dos registros semanales en domicilios catalanes en los que se ha detectado el consumo o distribución de este tipo de archivos. Ahora mismo, sobre la mesa, confirman, tienen previstas unas 90 intervenciones más solo en Cataluña. Aunque los pederastas toman cada vez más medidas para no ser descubiertos --como el uso de VPN y otras herramientas que les permiten operar con un cierto grado de anonimato—, la policía va un paso por delante. Lo que muchos de ellos desconocen es que existe una tecnología capaz de detectar de forma automática cualquier archivo de abuso a menores, incluso cuando ha sufrido alguna modificación.
Cuando un usuario comparte una imagen en la red, explican los investigadores, pasa el filtro del programa PhotoDNA –diseñado por Microsoft— que analiza la textura de los megapíxeles que componen la imagen y la contrasta con los miles de fotos que alberga en su base de datos. Si el programa detecta que podría tratarse de pornografía infantil alerta al Centro Nacional de Niños Explotados y Desaparecidos (ICMEC, por sus siglas en inglés), que lo pone en conocimiento del FBI. Es la agencia estadounidense la que analiza las imágenes y localiza las IP de los usuarios que las han compartido. Esta información se entrega, ya con las imágenes reales, a las embajadas estadounidenses en el país en el que se ha cometido el delito. Es la embajada la encargada de entregarlas a la Comisaría General de la Policía Nacional, que las reparte entre las unidades de ciberdelincuencia de las distintas comunidades autónomas.
¿Dónde están?
La mayor parte de estos pedófilos se mueven en la superficie de internet, en las redes sociales que los usuarios básicos utilizan a diario. “Están allí donde hay menores: Facebook, Instagram, TikTok...”, insisten los investigadores. No obstante, hay algunos especializados. "Son los peores", aseguran. Aquellos que se han dotado de herramientas para bucear en las capas profundas de internet --la dark web--, donde “buscan algo más extremo, más específico”. Rastrean los bajos fondos de la red intentando localizar nuevos materiales, los más codiciados. Normalmente compran paquetes que van de las 10-15 fotos a hasta 300 imágenes o vídeos. “Pagan por series fotográficas. Si son nuevas pagan más, si son viejas se intercambian gratis. Ya no les interesa, quieren cosas nuevas que no hayan visto antes.”
Para realizar estos intercambios, los investigadores aseguran que existe una subcultura de la pedofilia en internet, que estos sujetos utilizan para identificarse. Cuando hacen búsquedas utilizan una determinada terminología para indicar que buscan niños de una cierta edad. Uno de los juegos de palabras que usan es “caldo de pollo” cuyas iniciales (CP) se corresponden a Child pornography (pornografía infantil en inglés). También se identifican con iconos en sus nicknames: un triángulo, cuando les gustan los niños; un corazón, si se sienten atraídos por niñas; o una mariposa si les gustan ambos sexos. “Los usan en algunos programas para identificarse entre ellos, pero también en sus perfiles de Instagram”.
Apoyo psicológico y "no pensar"
Otro indicativo, curioso, es que durante los registros que efectúan los investigadores en las viviendas de los sospechosos la habitación en la que los pederastas suelen consultar este tipo de contenidos está siempre bastante sucia y desorganizada. “Se tiran muchas horas mirando internet. Aunque el resto de la casa esté limpia, la habitación siempre suele estar descuidada”.
Tras los registros llega el visionado de las imágenes. Aseguran que algunos de estos sujetos llegan a acumular hasta 30.000 archivos, lo que supone un mes de trabajo de un agente. Ambos investigadores --con años de experiencia en la unidad-- reconocen que la revisión de archivos les sigue afectando emocionalmente, a pesar de que cuentan con el apoyo de un psicólogo y que intentan acortar los tiempos de revisión. “Intentamos ver la imagen sin pensar en el fondo, porque si no no seríamos capaces de hacerlo”.
Las barbaridades de internet
A pesar del desgaste que implica esta labor, los policías revisan cada uno de los archivos de los que se incautan y asegura que le dan la misma prioridad a todos los casos que reciben. No obstante, le dan más urgencia a aquellos en los que se detecta que el usuario es el productor del contenido y no solo un distribuidor. “Significa que se está utilizando a un menor para grabar en ese momento”, subrayan.
“Si te pones a trastear en internet 15 días, no más, alucinarías. Eso sí, acabarás en manos del FBI. Pero te asustarías de las barbaridades que puedes llegar a encontrar en la red”, zanjan.