Captura de pantalla 2021 05 30 a las 18.37.52

 El león no es el rey de la selva. En Kenia no hay suricatos, y los babuinos no son adorables primates, sino unos de los más detestados por los Masái, ya que roban crías de otras especies. Todas estas referencias, falsas creencias del imaginario popular, proceden de una película de Disney. Sin embargo, gracias a otro film, Buscando a Nemo, muchos reconocen al pez payaso. No así que la barrera de coral —donde se encuentra— es el único ser vivo que se divisa desde el espacio. El cine tiene un papel central en Animales invisibles (Ed. Nórdica, 2021) del arqueólogo y explorador Jordi Serrallonga (Barcelona. 1969) y el escritor Gabi Martínez (Barcelona, 1971), que alumbran una deliciosa guía en la que exponen datos y curiosidades de animales extintos, mitológicos o sobre los que existen evidencias científicas pero que aún nadie ha visto. Del calamar gigante, a Nessie o los mamuts. De Darwin y El origen de las especies al añorado Félix Rodríguez de la Fuente, del que Serrallonga apunta: “Desde su desaparición ha habido grandes naturalistas que han continuado su trabajo, pero no han tenido su proyección”.

De sus viajes durante años, y su pasión por la naturaleza, así como de los riesgos que suponen el cambio climático, la caza abusiva, los furtivos, o la extinción de las abejas, hablan ambos con Crónica Global.

—¿Dónde encontramos animales invisibles?

Gabi Martínez (G.M.) —Desde Central Park a la Ciutadella. Se hacen jornadas en parques de muchas ciudades para ir a buscar animales que están ahí, pero que no se suelen ver. Se puede ir a donde va todo el mundo y te van a cobrar un dineral [por un safari] o acercarte a Collserola para ver tejones o ardillas.

—Muchos animales han ‘tomado’ zonas urbanas durante el confinamiento.

G.M.—Porque nosotros nos habíamos retirado. Lo ideal sería recuperar corredores para que los animales puedan convivir con nosotros, como ocurre en Brisbane (Australia) con los marsupiales. Puedes convivir con ellos, es una realidad factible.

—Jordi pisó una mamba negra en su primera incursión por África…y sobrevivió.

Jordi Serrallonga (J.S.)—Pisé algo que se movió, pegó un salto y vi que era una serpiente, pero los Masái gritaron ‘mamba, mamba’. Vi como todos salían corriendo, y yo me quedé allí dando saltos, pero la mamba se fue. Los Masái empezaron a tocarme las piernas para ver si me había mordido.

—¿Le dejaron solo?

J.S.—Me han salvado de mil peligros, pero en este caso pusieron pies en polvorosa, aunque luego regresaron [ríe]. Fue una gran lección de que los animales no nos quieren hacer daño. De hecho, creo que le hice daño yo, con mi 49 de pie y el pisotón que le pegué, pero ella se asustó y huyó. Eso me sirvió para hacer un pacto de naturalista. Si nosotros respetamos sus territorios y no les tocamos las narices, como ocurre en algunos documentales, que se las encabrita, no ocurre nada.

Serrallonga junto a un Masái en Tanzania / CEDIDA

—A propósito de los Masái, ¿están más legitimados para matar un león que un furtivo?

J.S.— Ocurre un poco como aquí con el lobo. Está prohibido, pero si este les mata una res, que para ellos es lo más importante…Muchas veces lo hacen chicos muy jóvenes que quieren demostrar su valor y ven su oportunidad con esa excusa. Los Masái no dejan de ser un pueblo productor, ganadero, en este caso. No es una matanza como las de John Hunter —llegó a exterminar más de 300 leones—.

—No lo hacen para alimentarse.

J.S.—Los hadzabe [tribu tanzana] sí. Ellos solo cazan y recolectan, no tienen nada, y cuando matan a un animal lo hacen para comérselo, un león, un leopardo o un guepardo. Y cuando se ha prohibido cazar en algunos lugares porque son parques nacionales ellos se han visto afectados, porque son nómadas que viven con costumbres de hace miles de años.

Serrallonga junto a varios hadzabe / CEDIDA

—El impacto de los safaris y las ‘expediciones’ de turistas.

G.M.— El propósito de viajar es aprender y descubrir, pero tal y como está planteado el turismo de masas hoy en día...la invitación es a proyectar tu sofá en un lugar con más calor o más frío. Creo que es algo que está cambiando, con fórmulas en las que el descubrimiento esté presente a la hora de moverse. La cuestión está en cómo se consiguen mantener las visitas a lugares en los que aún existe una vida más o menos en libertad, con su sostenibilidad. En el equilibrio es donde se juega el futuro.

Mapa en 'Animales Invisibles' (Ed. Nórdica 2021)

—No convertirlos en un zoo.

J.S.—Ojo, que ahora hay zoos que son zonas de reproducción de especies e investigación, pero en ciertos lugares del mundo se vende un safari y quizá sea una reserva privada donde los animales están alimentados por la mano del hombre, pero en Tanzania, los fotográficos, siempre que se mantengan grupos reducidos, permiten la salvación de la fauna, porque si no hubiese gente que paga esas tasas elevadas por la entrada, los países tendrían que transformar estos lugares en campos de cultivos o fábricas, como hemos hecho en Europa. Eso sí, igual que se intenta que los animales estén protegidos en los parques nacionales, también debemos conservar las culturas locales, de la gente que vive allí.

—Es lo que sucede con los Masái.

J.S.—El problema que tienen es que al ser productores son tan capitalistas como tú y yo. Su cuenta corriente no está en el banco, sino en sus vacas, y necesitan pastos inmensos. Cuando llegaron al Serengueti para ellos fue como ver la tierra prometida, y mientras nadie pisó sus tierras podían cruzar de Kenia a Tanzania como si nada, pero cuando llegaron los ingleses, alemanes, belgas y delimitaron territorios con tiralíneas, aquello se convirtió en colonias. Con la independencia de estos países, los masais tampoco pudieron demostrar que eran suyas porque no tienen escrituras. Los ingleses, sobre todo en Kenia, se apropiaron de ellas, y en Tanzania, el primer presidente, con buen criterio, intentó desarrollar los parques nacionales.

—Ahora la tarea es cuidarlos: cambio climático, tala, contaminación, caza.

G.M.—Esta situación de contaminación ambiental y de darle la espalda a los parques naturales, tiene que combartirse de forma estructural a través de la educación.

Megaterio, mamifero prehistórico, en las páginas de 'Animales Invisibles'

—Sino el camino es la extinción.

G.M.—Partimos siempre de la idea de nosotros como centro, del eremoceno, de que nos quedaremos solos porque habremos exterminado al resto, pero seremos nosotros los que nos extinguiremos.

J.S.— Las abejas solitarias son responsables de la polinización de más del 70% de las flores de todo el planeta. Están en peligro de extinción y si desaparecen sería un desastre. También si lo hace el plancton, porque los animales que viven en los océanos configuran un equilibrio que evita el sobrecalentamiento. Nosotros nos creemos dioses, pero si desaparece la vida humana el planeta continuará. Está la mar de tranquilo, depende más del sol que de nosotros. Lo vemos en Chernóbil, los humanos tuvieron que irse, pero plantas y ciervos se han adaptado a vivir en esa zona con niveles altos de radiación.

—¿Recurren al cine para concienciar sobre ello?

G.M.—Crecí en un videoclub, y combiné durante mucho tiempo la parte literaria con la cinematográfica y Jordi es un fan total, desde Star Wars a Indiana Jones. Las asociaciones entre películas y animales que hacemos en el libro no son estratégicas, sino que salen solas.

J.S.— Soy muy peliculero. En la universidad me empieza a pasar que cuando hablo de El planeta de los simios del 68 ya no la conocen, pero luego se dan cuenta de que el cine es una herramienta muy importante para la pedagogía, y siempre digo que debería ser una asignatura. En una primera llegada, una imagen podría ser importante, aunque el cine idealiza y resume mucho las historias, y a veces las distorsiona.

—Lo que ocurre con El Rey León.

J.S.—Es una película que todavía no he visto, pero cuando estoy de safari por África no dejo de escuchar "pumba, pumba". Llaman así al cerdo salvaje aunque en suajili es ngiri. Los guías me dijeron que no sabían por qué los europeos y americanos les llamaban pumba. Yo empecé a hablar mal del film porque estereotipos como que el rey es león, o que las hienas son malas, cuando son maravillosas, y la jefa de clan es una hembra... Son apasionantes para estudiar matriarcados, por ejemplo.

—Tras la muerte de Félix Rodríguez de la Fuente y Jaques Cousteau, ¿nos hemos quedado sin referentes para esa necesaria divulgación?

J.S.—Está Jane Goodall, aunque no tenga presencia constante en los medios. Para mí el único referente de esa vieja escuela es David Attenborough. Es lo más en la divulgación de ciencias naturales. De pequeño vi sus documentales en TVE, luego sus series, que marcaron un antes y un después. Cuando desaparezca quedará un vacío enorme.

La primatóloga Jane Goodall / EFE

—¿Y patrios?

G.M.—La proyección de Félix, Cousteau, y Attenborough, cuando había solo dos canales de televisión, no se puede lograr ahora a no ser que se hagan apuestas de ese tipo en lugar de programas como Supervivientes. No es que no existan, es que no los enfocan. Nosotros, y mucha otra gente, trabajamos en la divulgación desde hace mucho tiempo.

J.S.—Desde la desaparición de Félix, aunque ha habido grandes naturalistas que han continuado su trabajo, no han tenido su proyección. Y cuidado, que a él no se la regalaron, tuvo que luchar constantemente con TVE porque incomodaba. Tuvo unas peleas atroces con la Iglesia porque utilizaba la palabra evolución en sus documentales. Y la evolución implica libertad.

—Darwin.

J.S.—La revolución que plantea con El origen de las especies, en pleno s.XIX, en un época que venía del mundo victoriano, de la esclavitud, donde podías vender a una persona negra porque la consideraban un animal, es brutal, pero es que en 1871 escribe El origen del ser humano y se atreve a decir que veníamos de una especie simiesca que tenía origen africano. Si ya cabreó al decir que veníamos de simios, imagínate al decir que estos eran africanos. No solo cambió la historia de la ciencia, sino la de la humanidad. Por eso siempre hablo a mis alumnos de El Planeta de los Simios. La Iglesia, la política, sabían que un negro era igual que nosotros pero necesitaban usar la ciencia para demostrar que no era así y mantener el statu quo.

—Y en Bélgica zoos de personas hasta los años 40.

J.S.—Esto se mantiene hasta nuestros días, el apartheid era el racismo legislado. Y en Cataluña tenemos a dos famosos negreros, familias de las que ahora intentamos disimular su pasado, aunque hicieron negocios con esclavos en Cuba y las Indias. En aquella época, si un campesino explotado en un campo de Salamanca, o en una mina de Gales, hubiesen visto a una persona negra hubieran dicho que era un ser inferior, porque era lo que les enseñaban. Cavalli Sforza [genetista italiano] demostró que no existen razas, y todavía estamos intentando buscar la diferencia entre humanos y animales, cuando Félix, Jordi Sabater Pi, Goodall y Attembroug nos han mostrado las grandes proximidades.

—Y el impacto que tendría la desaparición de los segundos para los primeros.

G.M.-—Esa es la tesis del libro: que cualquier especie se vuelva invisible resulta perjudicial para nosotros. La pregunta es por qué algunos ponen en el foco en que nosotros somos lo más importante y no en los que promulgan la biodiversidad. A partir de ahí, nos encontramos monocultivos donde no existe el diálogo: algo aplicable tanto a la agricultura como a las tribunas políticas.