He llegado al final de la semana 38 de embarazo y todavía no sé lo que es una contracción. “Es que estás muy, muy verde”, me confirmó hace tres días mi ginecóloga, después de hacerme un “tacto” (una prueba exploratoria que consiste en introducir los dedos índice y corazón en la vagina para ver si el cuello del útero ha empezado a dilatarse y la cabeza del bebé ha empezado el descenso). Resulta que mi bebé está bien colocado, con la cabeza apuntando a la pelvis, pero demasiado arriba (oprimiéndome las costillas de vez en cuando), dando a entender que no le apetece salir.

“Se habrá enterado de que han cerrado los bares por el Covid y no saldrá hasta que reabran”, bromeé, mientras hacía esfuerzos por incorporarme de la camilla. Ella se rio: “claro, claro, chico listo”. Pero luego puso una cara más seria: “si la semana que viene sigues igual de verde, tendremos que valorar programar el parto”, me soltó.

A mi ginecóloga le preocupan varios aspectos de mi salud, entre ellos, que llevo más de un mes pinchándome heparina cada mañana para evitar una trombosis (delicias de mi embarazo) y tiene que asegurarse de que cuando dé a luz hayan pasado al menos doce horas desde que me inyecté la última dosis. Resulta que la heparina, un descoagulante, puede interferir con la anestesia y, en caso de una pequeña hemorragia durante el parto, hay riesgo de que me desangre. Así que lo más seguro es que todo acabe en un parto programado o incluso en una cesárea. Todo dependerá de lo “verde” que esté la semana que viene.

Maternidad más natural

Escuchar la palabra “cesárea” en boca de la doctora me tranquilizó. Soy una cobarde, lo sé, pero prefiero una cesárea a un parto vaginal, especialmente si se trata de un parto inducido, que me obligue a estar muchas horas en el hospital esperando a que la oxitocina haga su efecto y aparezcan las primeras contracciones, además de rezar para que mi vagina se dilate diez centímetros y ahorrarme el mayor número de puntos posible. “Veo decenas de partos a la semana y todavía me asombra la magia de ver asomar la cabeza de un bebé por un agujero tan pequeño. Parece imposible, pero ocurre. Es precioso”, me explicó la comadrona de un hospital público de Barcelona en una sesión particular de preparación al parto (los cursillos de grupo en los CAP están cancelados por culpa del Covid).

Barriga de una mujer embarazada / EFE

Después me soltó lo que ya he oído montones de veces: que cada mujer y cada parto es diferente, y nadie sabe cómo irá, hasta el final. “Pero los médicos harán lo mejor para ti y para el bebé”, me aseguró la comadrona.

Ojalá pudiera identificarme un poco más con esta corriente feminista de querer experimentar la maternidad de la forma más natural e instintiva posible --partos en casa, en el agua, sin epidural, etc-- pero la verdad es que yo solo pienso en que me saquen el bebé rápido y sin sufrir, y la cesárea me sigue pareciendo la mejor opción, aunque sea más fría que un parto. 

¿Te crecen los pechos?

“No te creas. Un parto en un hospital es frío igual, estás rodeada de un montón de gente que no para de decirte qué hacer”, me dijo una amiga del cole, madre de dos niñas. La primera nació después de un parto complicado (mi amiga acabó con 12 puntos ahí abajo) y la segunda, por cesárea. “Me recuperé mucho mejor de la cesárea que del parto”, me explicó, recordando el dolor que le generaron los puntos en la vagina cada vez que iba al baño. “En cambio con la cesárea solo sientes un dolor punzante en el abdomen los primeros días, como si te fueras a partir en dos, pero luego ya está”, me aseguró, antes de entregarme el regalo que me había traído: un arrullo y un conejito de punto, tejidos a mano por ella misma. Casi lloré de emoción.

Gracias al embarazo, he recuperado amistades con las que hacía años que no tenía relación. Es bonito ver cuanta gente se ilusiona y se enternece ante la llegada de un bebé. Hasta mi último amante se emocionaba al ver mi barriga crecer: “Mantenme informado de cómo va todo, ¿eh?” me hizo prometer la última vez que nos acostamos, embarazada yo de 37 semanas. Todavía me asombra que haya aceptado responder a la llamada de mis hormonas y acostarse conmigo varias veces a lo largo de mi embarazo. “¿Te parece sexy?”, le pregunté, señalando mi barrigón. “Tiene lo suyo”, me respondió. Sospecho que su primera ilusión era comprobar si me crecían los pechos, pero ha aceptado con elegancia que esto ya no sucederá.

Dicen que practicar sexo durante las últimas semanas de embarazo favorece la llegada del parto. En mi caso parece que no ha funcionado, pero me ha servido para comprobar que  mi “yo” mujer soltera y con ganas de ligar sigue activo y es perfectamente compatible con mi nuevo “yo” futura mamá.