Palau-solità i Plegamans (Barcelona) es el típico pueblo en el que nunca pasa nada. Pero cuando pasa pasa y altera la tranquilidad de sus más de 14.700 vecinos. En las últimas dos semanas, este municipio del Vallès Occidental ha sido noticia, primero, por repartir 12,5 millones de euros del segundo premio del sorteo de Navidad y, ahora, por la aparición del cuerpo sin vida de Manuel B., un vecino de unos 70 años, más bien bajo, que murió atragantado y cuyos perros le comieron los genitales en las horas posteriores al deceso. Caso resuelto.
Los vecinos cuentan que Manuel era un hombre bastante solitario, en especial desde que falleció su pareja, Juan, de cirrosis hace algo más de un año. El buzón del domicilio, en la calle Mossèn Cinto Verdaguer, 27, conserva aún los nombres de ambos. Nadie entraba ni salía de esa vivienda, salvo otro vecino del pueblo, de unos 30 años, que pasaba algunas temporadas en esa casa, aunque no en este momento. Eran simples “amigos”, o una mala compañía, según las fuentes consultadas.
Un yorkshire y un pastor catalán
Desde entonces, solo hacía vida con sus dos perros, a los que paseaba por las mañanas por una plaza cercana mientras fumaba un puro. Primero, uno; después, el otro. Son un yorkshire y un pastor catalán que, por ahora, se los ha quedado este “amigo” treintañero hasta que alguien los adopte.
Manuel se jubiló (o lo jubilaron) hace tiempo. En su etapa de trabajador tenía una buena posición en la banca, en una de las ya desaparecidas cajas catalanas. Sin embargo, los buenos tiempos quedaron atrás, y el alcohol y las drogas aceleraron su debacle. Estaba en manos de los servicios sociales y acudía de forma habitual a Cáritas, ubicado en su misma calle, para tener algo que comer.
Se le caían los pantalones
Sufría de depresión, iba a temporadas, aunque los vecinos confiesan que estaba en un buen momento, dentro de lo que cabe. También tenía problemas de azúcar y, según los relatos, hacía “cosas raras”, aunque no molestaba a nadie. Un comerciante recuerda que, un día, le llamó la atención porque uno de los canes había depositado sus excrementos delante del negocio; Manuel los cogió con la mano y se los guardó en un bolsillo.
Del perfil de Manuel da cuenta otra comerciante de la zona, que recuerda haberlo visto por el barrio, desaliñado, con aspecto de alcoholizado, y con dificultades para sostener los pantalones en la cintura. Ese problema con la ropa lo confirma otra vecina: “Una vez le di una correa para que se sujetase los pantalones”. Se le caían a menudo, de ahí que no sorprenda que los tuviera bajados cuando la policía halló el cadáver mutilado. En otras ocasiones, afirma otro testigo, se paseaba con “una sotana como las de los monjes”.
Nadie escuchó nada
La limpieza (o la ausencia de ella) era lo único que molestaba a sus vecinos, que en más de una ocasión le recordaban que tenía que limpiar la suciedad de los perros. “Era como un niño al que había que decirle las cosas”, destacan. La aparición de excrementos de estos animales alrededor del cuerpo se explica por la dejadez de Manuel y, también, porque llevaba al menos dos días sin dar señales de vida. La última vez que supieron de él fue el 1 de enero, fecha de su onomástica, cuando lo felicitaron y respondió. Siempre daba los buenos días y las buenas noches por WhatsApp, menos esa fatídica jornada.
Los palauenses consultados se muestran sorprendidos de que nada oyeron, ni siquiera los perros aullaban ni ladraban, aunque en otras ocasiones sí habían escuchado golpes: era Manuel, que se había caído fruto de su embriaguez o de una bajada de azúcar, y llamaban de inmediato a los servicios médicos. En esta ocasión, nada alertó al vecindario. Silencio, aunque se temían lo peor.
Muchas horas sin verle
Los vecinos llamaron a la policía el domingo, 3 de enero, poco después de las tres de la tarde. Llevaban demasiadas horas sin ver a Manuel ni a sus perros, algo insólito en los más de cinco años que hacía que residía en ese lugar. Le hablaron por WhatsApp, pero no obtuvieron respuesta. Tampoco les abría la puerta. Fueron los agentes los que accedieron al interior de la casa y se toparon con una escena dantesca.
La autopsia confirmó 24 horas después del hallazgo que se trataba de una muerte “accidental”, por atragantamiento, lo que sugiere que Manuel no cayó desplomado ipso facto (de ahí que nadie escuchara un golpe seco), sino que estuvo unos minutos peleando por la vida. Sobre sus genitales, la parte más macabra de esta historia, se los comieron sus perros, hambrientos tras dos días de inanición. No es la primera vez que unos animales actúan de este modo en situaciones similares; muerden antes las zonas blandas.
La familia, informada
La policía informó ayer lunes de lo sucedido a los familiares de Manuel, mientras la tranquilidad regresa a Palau-solità i Plegamans después de este suceso que sugería incluso un ajuste de cuentas. Nada más lejos de la realidad.