El pasado 15 de marzo, y de un día para otro, todos los ciudadanos se vieron obligados a encerrarse en sus casas hasta un momento entonces indeterminado, muchos de ellos sin otra ocupación que no fuera la de intentar hacer alguna actividad que matara la pesada incertidumbre de un día a día vacío.

En esta realidad, los españoles pasaron más horas que nunca en sus domicilios, compartiendo espacio con sus cohabitantes, a los que en situación normal veían en momentos concretos, como son las comidas o en la sobremesa. Y no siempre. ¿Cómo ha afectado esta convivencia 24 horas a las relaciones con los familiares y seres queridos? La llave es aprender a ceder y a adaptarse a las rutinas de los demás. Pero no todos la conocen, ni han conseguido usarla.

 

Consejos de convivencia familiar durante la pandemia / HOSPITAL VILLA EL SALVADOR

En la actitud reside el éxito

En el momento que se decretó el confinamiento todos los ciudadanos sabían que, como mínimo, estarían 15 días encerrados en sus casas, muchos de ellos, acompañados. Cada uno llevó este terremoto en la rutina como pudo. Algunos optaron por evitar las tiranteces de la convivencia, y otros optaron por el choque frontal.

“Hay situaciones muy diversas. Ha habido contextos matrimoniales muy complejos, y adolescentes que lo han pasado realmente mal al estar en todo momento acompañados de sus padres, alejados de sus amigos”, considera Núria Rodríguez, psicóloga clínica y especialista en terapia de familia en el IB-Salut. Por otra parte, están las personas que han adoptado “estrategias para sobrevivir”, y que se lo han tomado como un reto. “¿No nos queda más remedio que convivir? Pues habrá que adaptarse”, sentencia. Y los que mejor lo han pasado, “sin duda, los niños, al estar todo el día acompañados de sus progenitores”.

Un adolescente realiza tareas del instituto durante el confinamiento / IÑAKI BERASALUCE (EP)

La pandemia sí entiende de clases

La clase social determina las características de las viviendas a las que pueden acceder los ciudadanos. En este sentido, no es lo mismo confinarse cuatro personas en una superficie de 150 metros cuadrados, que hacerlo en un domicilio de escasos 60. En este segundo caso, la falta de espacio se convierte en un caldo de cultivo perfecto para las fricciones en la convivencia.

“En barrios humildes, los vecinos viven en pisos más pequeños, en los que comparten ambiente varios individuos, que suelen pasar más tiempo en la calle que en su casa”, apunta Maria Magdalena Picó, psicóloga. Y añade: “Cuando te encuentras en una residencia pequeña, en un contexto en el que todo es incertidumbre, es más fácil que surjan las discusiones”, sentencia.

Vuelve a casa, vuelve

Cuando el Gobierno decretó el primer estado de alarma, miles de estudiantes que cursaban sus carreras lejos de casa se apresuraron en volver a sus hogares, para pasar con sus familias lo que en principio iban a ser dos semanas de encierro. Vivir lejos aporta madurez, y estrategias para el desarrollo en la vida adulta, pero para muchos padres se sigue siendo el niño que tenía acné y estudiaba Geografía. “Llevo cuatro años viviendo en Barcelona y, cuando volví a Mallorca por el confinamiento, parecía que el tiempo no había pasado”, cuenta Lluc, un estudiante mallorquín de 22 años. Y añade: “Mi padre me seguía recordando que debía ir a la ducha, o que me acostaba demasiado tarde. Esto, al principio, te hace gracia; cuando llevas un mes, te subes por las paredes”, relata.

Una niña lee en su domicilio de Barcelona durante el confinamiento / DAVID ZORRAKINO (EP)

Por otra parte, también abundan los casos de personas en las que la convivencia no ha hecho mella en sus relaciones familiares. Por ejemplo, Pedro, de 23 años, vive en Barcelona, y a principios de marzo su padre falleció y tuvo que volver de urgencia a Mallorca. La reclusión le pilló de lleno en el pueblo y, en su caso, fue lo mejor que le podía pasar, porque pudo estar con los suyos. “En mi opinión, la relación que mantuve estando en casa fue la misma que cuando vivo en Barcelona. No hubo ningún cambio, solo que estábamos más cerca, y nos podíamos dar más apoyo”, afirma.

Se murió el amor de tanto usarlo

Si confinarse en familia puede ser complicado, más lo puede llegar a ser encerrarte en casa con tu pareja, a la que quieres mucho, pero con la que no compartes sangre. De hecho, puede que te des cuenta de que no compartes nada. “Normalmente nos veíamos solo los fines de semana, y cuando vino el confinamiento decidimos encerrarnos juntos en una casa vacía que tenía su familia”, explica Tonina, una joven de 22 años: “[La convivencia] hizo que nos diéramos cuenta de que éramos agua y aceite, veíamos las noticias y discutíamos; veíamos una peli, y a uno le gustaba y al otro, no. Fue una odisea”.

Dos dedos con un corazón pintado / CLÍNICA GOUET

En este sentido, cuando estamos sin hacer nada nuestra cabeza se pone a trabajar. Durante este largo tiempo de anormalidad vital “hay personas que han vivido una reestructuración en sus valores”, afirma Núria Rodríguez. También, dice, influye el hecho de que “las prioridades que tenían han cambiado, y han tomado conciencia de aquello que las hace felices y de aquello que le gusta, o, por el contrario, detestan”, confirma.

Relaciones a distancia

Las relaciones a distancia también sufrieron los efectos de la lejanía sostenida en el tiempo. La comunicación vía WhatsApp es peligrosa, y puede dar lugar a malentendidos. Además, estar lejos te puede hacer cuestionar la intensidad de tus sentimientos hacia esa persona que crees querer. “Durante el confinamiento corté con mi pareja, a raíz de una vez cada 10 días. Hablábamos, estábamos bien una semana, y de pronto, otra vez mal. Un poco tóxico”, reflexiona Lluc. Con la desescalada, añade, pudieron volver a verse, “y más o menos” normalizaron la situación. “Hoy seguimos juntos”, confirma.

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