La desescalada ha hecho que el hambre deje de ser invisible. Doce años después de la recesión de 2008, la pandemia ha generado una emergencia social que amenaza a millares de familias sin recursos. En Barcelona, centenares de personas acuden cada mañana a la parroquia de Santa Anna y forman largas colas junto a plaza Catalunya para recoger una bolsa con alimentos. Voluntarios de este espacio, que nació para atender a personas sin hogar, han constatado que ahora son muchas las familias que se han visto empujadas a pedir ayuda para poder comer cada día. Gente con empleos precarios, sin capacidad de ahorro, o que vivían de la economía sumergida y que ahora no llegan a fin de mes, cuando antes ya lo hacían con gran dificultad. Cáritas, Cruz Roja e incluso los servicios sociales municipales se han visto desbordados ante una crisis sanitaria que ha desembocado en una crisis social. Pero no todos los afectados tienen acceso a un punto de distribución para cubrir sus necesidades de alimentación. Para velar por los que no llegan trabajan, entre otros, Health Warriors y La Merienda.
Los primeros, guerreros voluntarios que comenzaron alimentado al personal sanitario durante los días más duros de la pandemia, y que una vez superado el colapso se han volcado con los colectivos más vulnerables. Entre ellos, ancianos que residen en zonas apartadas de los núcleos urbanos, o familias monoparentales. Los segundos, con su fundadora a la cabeza, Martina Puga, han sustituido sus habituales meriendas en el claustro de la parroquia de la Concepción, en el Eixample barcelonés, por el reparto de alimentos. Dos semanas después de la declaración del estado de alarma, comenzaron a atender a 24 familias. “Poco después ya eran 65, y ahora entregamos lotes de comida a 272, de todos los barrios. En muy poco tiempo se nos ha triplicado el trabajo y la demanda crece cada día”, señala. En total, atienden a más de 700 personas.
Sin acceso a recursos básicos
Nacho Ballesta, cofundador junto a Francesc Terns de la iniciativa solidaria para llevar raciones de comida a hospitales y residencias de ancianos, sabe bien de lo que habla. “Tratamos de localizar personas o unidades familiares que no tienen acceso a Cáritas o Cruz Roja, bien por una limitación de movimiento, como los mayores o familias monoparentales, mujeres separadas con hasta siete hijos que no tienen recursos y no pueden dejarles solos para ponerse en una cola para recoger alimentos. Hasta hace tres meses eran, normales. Tenían su trabajo, vivían muy al límite, como gran parte de la población de este país, pero de repente se han quedado con el culo al aire”, lamenta.
Muchos de ellos ya no saben a quién recurrir. “Han solicitado ayuda al Ayuntamiento, pero si hace meses había lista de espera, ahora se ha disparado. Y si tú eres el 301 en la cola, no sabes qué hacer mientras tanto”, apunta Ballesta. Para acceder a estas personas que han quedado fuera del sistema están en contacto con las redes de ayuda mutua que se han creado en varios municipios, también entidades como el Banco de Alimentos de Barcelona, que durante esta pandemia ya ha superado el “máximo histórico” de personas atendidas que alcanzó durante la crisis económica de 2008. Cerca de 160.000 al mes. En una situación parecida se encuentra Cáritas que, durante los últimos meses, ha triplicado sus ayudas en los 73 puntos de distribución de alimentos en toda Cataluña --más de 9.000 hogares el último mes--, pero también para el pago del realquiler de muchos usuarios en riesgo de exclusión.
El hambre deja de ser invisible
Ese vacío que crea la saturación de administración y entidades lo intentan cubrir Nacho y Martina con la ayuda de decenas de voluntarios. Así, a pesar de que muchos de los restaurantes que colaboraban con Health Warriors han retomado su actividad empresarial tras el parón de las primeras semanas de pandemia, ahora la entidad cuenta con su propia cocina, donde elaboran cerca de 500 raciones semanales para repartir. Entre los donantes, grandes empresas, pero también pequeños comercios --como el de Ángela, que elabora yogures bio-- y cooperativas de payeses, como Agricultura pel Territori, en El Prat de Llobregat.
“El objetivo es dar de comer al máximo de personas, pero no llegamos a todos, y nos dirigimos a aquellos que tienen menos recursos. Les llevamos una caja de productos de primera necesidad, pero también intentamos cubrir aspectos más allá de la alimentación. Pañales o libretas para los niños, por ejemplo”, cuenta Ballesta. Entre ellas, madres luchadoras que se pasan todo el día trabajando para sacar adelante a sus hijos. Una de ellas, con siete criaturas, de uno a 16 años, a quien su pareja abandonó, y ahora debe sacarlos adelante sola. También una mujer de 93 años que vive en una casa apartada en La Floresta (Sant Cugat).
Sin recursos para comer
Se encuentran a personas desesperadas y muy tocadas anímicamente. “Piensa que es gente que hace tres meses podía ir al cine, o comprar ropa a sus hijos y ahora no les pueden dar de comer o llevan una semana a base de arroz con tomate”, explican desde Health Warriors. Ballesta, director de una agencia de marketing digital, padre, y con su progenitora en una residencia, quita horas de donde no las tiene para cubrir las necesidades básicas de aquellos que han quedado excluidos del sistema. También Puga, quien transformó sus habituales meriendas en una red de ayuda en plena crisis sanitaria, con el reparto de alimentos a domicilio una vez al mes.
A falta de un día para que el ingreso mínimo vital se someta a su convalidación en el Congreso de los Diputados, la lenta tramitación de los ERTE --para quienes pueden acogerse a ellos-- o la ausencia de empleo y, en consecuencia, ingresos, así como la nula capacidad de ahorro por el impacto de la crisis de 2008, ha dejado a millares de familias sin recursos para cubrir sus necesidades básicas, entre las que está la alimentación. Una situación que tratan de paliar guerreros como Nacho y Martina, en primera línea contra el virus del hambre en Barcelona.