Quién sabe dónde: mientras no haya evidencia de muerte, hay esperanza de vida
Hace diez años que el Congreso decretó el 9 de marzo como el Día Nacional de las Personas Desaparecidas sin Causa Aparente
9 marzo, 2020 00:00El rastro de Cristina Bergua Vera se perdió la noche del 9 de marzo de 1997 en Cornellà de Llobregat (Barcelona). Tenía 16 años. La última persona que la vio con vida fue su hasta entonces novio, Javier Román, con el que ese día tenía intención de romper, y al que siempre se consideró el principal sospechoso, aunque nunca hubo ningún elemento que permitiera imputarlo. Pese a que se la buscó prácticamente sin descanso, nada se ha vuelto a saber de ella. Su padre y su madre, Juan Bergua y Luisa Vera, se levantan cada día con la esperanza de encontrarla con vida. Su lucha por dar con el paradero de su hija llegó hace diez años al Congreso y en honor a ella se decretó, en 2010, el 9 de marzo como Día Nacional de las Personas Desaparecidas sin Causa Aparente. Ella es, sin duda, uno de los rostros más recordados y visibles de una dramática situación que afecta a miles de familias en nuestro país.
En España hay, según datos proporcionados por el Centro Nacional de Desaparecidos (CNDES) en el Informe de Personas Desaparecidas 2020, a fecha 31 de diciembre de 2019, 202.529 denuncias registradas en el Sistema Informático conocido como Personas Desaparecidas y Restos Humanos sin identificar (PDyRH). De estas, 5.529 estaban en situación activa al finalizar 2019. Sobre esta cifra, cabe indicar que 1.059 casos corresponden al colectivo de menores de edad extranjeros y fugados de centros. Del resto, 827 casos corresponden a personas desaparecidas desde antes de 2010.
“Gracias a la aportación ciudadana se resolvieron el 70% de los casos presentados en Quién sabe dónde”
Si hay alguien que conoce de cerca la realidad latente detrás de las desapariciones, ese es Paco Lobatón. Quién Sabe Dónde, el programa que pilotó desde febrero de 1992 hasta junio de 1998, “aportó una mirada que hasta entonces no existía a una realidad doliente y de una envergadura tan desconocida como la propia realidad”. La eficacia del programa, líder habitual de su franja horaria con un promedio de un 33% de cuota de pantalla y que llegó hasta un 54% y más de 9 millones de espectadores, “estuvo en que se pudo particularizar, concretar familias y personas. Eso generó un proceso de identificación solidaria. Y de ahí la respuesta formidable durante 6 años, que hizo que se resolvieran 7 de cada 10 casos”, señala el periodista Paco Lobatón, que hace cinco años fundó la Fundación Europea por las Personas Desaparecidas, QSD Global.
Si bien las desapariciones y los casos sin resolver no han hecho más que aumentar desde entonces, nunca se ha vuelto a hacer un programa en la televisión pública nacional que hiciera llegar de forma tan masiva esta tragedia que afrontan diariamente muchas familias en nuestro país. Para Lobatón, “ahora mismo es más importante que nunca que la radio televisión pública cumpla con el papel de acercar esa realidad y, además, de hacerlo de manera sensible y respetuosa. Y todo eso comienza por la calidad. La mejor manera de respetar a la audiencia, a los ciudadanos, es ofrecerles calidad. Más cuando se trata de ahondar en situaciones tan dramáticas y traumáticas”.
Joaquín Amills busca a su hijo, del mismo nombre, desde el 11 de septiembre de 2008. El hijo del presidente de la asociación SOS Desaparecidos, que él mismo creó, salió una tarde a navegar y jamás regresó. Coincide con el presentador de Quién Sabe Dónde en que “todo lo que sea difundir, averiguar, intentar llegar a la gente, sensibilizar a la opinión pública, ayuda. Pero no debe ser un negocio a costa del drama de los desaparecidos. El dolor no debe ser un negocio”. Sin embargo, no cree necesario que un programa sobre los desaparecidos deba hacerse obligatoriamente en la televisión pública. “En Estados unidos hay varios ejemplos de programas sobre desaparecidos en cadenas privadas y son muy serios y profesionales, nada morbosos”. Para Amills, “esto ayudaría a mitigar las grandes diferencias mediáticas entre unas desapariciones y otras. Hay desapariciones de primera, de segunda, hasta de quinta. Pero en el mundo en el que vivimos todo es así. Es dramático ver cómo desaparecen personas mayores, muchas con Alzheimer, y se convierten en desapariciones de quinta, sin ningún tipo de foco mediático, más allá de algunas impresiones a través de redes sociales.
Las RRSS sobreinforman, por lo que la información es difusa
Juan Bergua llegó a pegar, cuando las redes sociales ni existían, más de 1.000.000 de carteles por toda España con la foto de su hija. Ahora, lamenta, “todo funciona diferente, creo que comunicar únicamente por redes sociales es menos efectivo. Ves una cara y rápidamente pasas a la siguiente información, no tienes tiempo de asimilar lo que has visto”. Paco Lobatón también piensa que “las redes sociales aportan mucha información pero que a veces la sobreinformación genera mucha difusión y confusión sobre lo que es importante y lo que es accesorio. Debemos mejorar la forma de llegar al ciudadano, ya que en muchas ocasiones es el que finalmente aporta el dato que hace que se resuelva un caso. Sólo un ejemplo. Hoy en día hay unos 7 modelos distintos de alertas que se difunden en redes sociales. Eso no es bueno. Desde QSD Global creemos que es el CNDES el que tiene que enviar las alertas de forma inmediata, y las asociaciones debemos dedicarnos a difundirlas, no crear alertas propias. Las alertas deben estar unificadas. Esto ayudaría a validar ante la ciudadanía la fuente y, por tanto, evitar riesgos en paralelo como las fake news, bulos o peticiones de búsqueda sin contrastar”. Desde la puesta en marcha del sistema de alertas del Centro Nacional de Desaparecidos, en febrero de 2019, hasta febrero de 2020 se han publicado un total de 288 alertas de personas desaparecidas, de las que continúan activas 123, lo que supone un 42,71%.
10 años desde la desaparición para poder solicitar una paga de viudedad u orfandad
Para Paco Lobatón, el siguiente objetivo es “conseguir un estatuto de la persona desaparecida. Si no tenemos una ley que ayude a permeabilizar el tema en todos los planos: cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, tratamiento en los juzgados… las familias seguirán en desventaja y solas ante su drama”.
Un drama, al que muchas veces se le suman las graves dificultades económicas que sufren los familiares directos de desaparecidos al no poder, en caso de tener hijos pequeños o carecer de ingresos, tramitar la pensión de orfandad o viudedad. Deben pasar 10 años desde la desaparición para poder declarar fallecida a la persona desaparecida, cinco en caso de que ya hubiese cumplido los 75 años. “Muchas mujeres se ven directamente en la calle, o deben ser acogidos por los hijos porque no tienen ingresos y ni siquiera pueden acceder a una pensión de viudedad”, apuntan desde SOS Desaparecidos.
Pese a que muchas familias cumplen con ese doloroso trámite presas de la necesidad, “de nada vale que se les obligue a hacer la declaración de fallecimiento. Porque, aunque acepten declararlos fallecidos, o puedan intuir que su familiar está ya sin vida, en su cabeza sólo hay un pensamiento: mientras no hay evidencia de muerte, hay esperanza de vida”, sostiene el mediático comunicador.
Un duelo congelado en el tiempo
Y es que la desaparición de un ser querido “causa un daño profundo ya no sólo en la familia, sino en todos tus valores”, explica Joaquín Amills. “Desde pequeños nos enseñan, a decir la verdad y así lo aplicamos en nuestras relaciones familiares y profesionales. Nos pasamos media vida exigiendo esa verdad, viviendo en base a ésta. Y, de repente, cuando tienes un familiar desaparecido, lo primero que te falta es la verdad. Se te desmoronan todos los valores que van relacionados con ella: justicia, seguridad… Además, cambia por completo la estructura familiar y social. Mejor o peor, todos sabemos cómo enfrentarnos a la muerte porque forma parte de la vida. La muerte de un familiar te sume en la tristeza, pero forma parte de un duelo. Pero la desaparición no forma parte de la vida, nadie está preparado para la desaparición de un ser al que ama. Vivir sin saber si tu hijo vive o murió, si fue un accidente o cuándo pasó no te permite pasar página. Por lo que buscar la respuesta a todas las preguntas que nos hemos ido formulando a lo largo de todos estos años nos mantiene fuertes. Seguimos buscando la verdad. Es imposible que pasemos página cuando nuestro duelo está congelado. Cuanto más tiempo pasa, obviamente, disminuyen nuestras esperanzas, pero eso no te impide recordar y seguir luchando, esperanzado de poder llegar a saber algo”.
“Mientras no haya evidencia de muerte, hay esperanza de vida”
Juan Bergua se emociona al intentar resumir todos los años que lleva peleando por dar con su hija. “Desde las 22.05 horas del 9 de marzo de hace 23 años, cuando nuestra hija hacía cinco minutos que debía haber regresado a casa y no lo hizo, no hemos descansado. Primero tras la asociación Inter-SOS Desaparecidos -de la que Bergua fue presidente-, luego ya sólo como padre. Es cierto que desde entonces han pasado muchas cosas, la vida ha pasado. Teníamos otro hijo, y él nos ha dado dos nietos, la mayor tiene un año menos que Cristina cuando desapareció. Y aunque hemos tenido momentos de flaqueza, lo que no vamos a hacer es tirar la toalla. Porque perder la esperanza es tirar la toalla. Y yo, después de tantos años, quiero pensar que mi hija puede estar viva. La esperanza nos mantiene fuertes. Así que, mientras tengamos un soplo de vida, seguiremos buscándola”.