España envejece sin remedio. Por cuarto año consecutivo, en 2019 las muertes en nuestro país han superado a los nacimientos. 426.053 muertes versus 369.302 nacimientos. El resultado: un saldo negativo de 56.262 personas, según las cifras que arroja el INE. La tendencia se ha disparado un 83% respecto a 2017. La cifra de nacimientos es la más baja desde 1998, y la de fallecimientos la más alta desde 1941. ¿Qué sucederá en España si esta tendencia se mantiene? ¿Es sostenible el Estado del bienestar a corto y largo plazo?
La pirámide poblacional española se invierte de forma preocupante. En nuestro país cada vez nacen menos niños. Con la excepción de 2014, en la última década ha habido una bajada importante en la llegada al mundo de bebés. Desde 2008, los nacimientos han descendido en un alarmante 28,95%. La tasa de natalidad está, actualmente, en 1,25 niños por mujer. O lo que es lo mismo: 7,9 nacimientos por cada 1.000 habitantes. Según los datos que recoge el INE, las mujeres españolas cada vez tienen menos hijos y además los tienen más tarde. La edad media de las mujeres que se estrenaron en la maternidad en 2018 fue 32,2 años. Si ponemos el foco en la maternidad tardía, otro dato revelador es que el número de mujeres que han sido madres por primera vez a los 40 o más adelante ha crecido un 63,1% en la última década. Si en 2008 las madres que daban a luz a su primer bebé pasados los 40 suponían el 4,2%, en el 2018 el porcentaje ya se había más que duplicado (9,7%). ¿La maternidad/paternidad no es cosa de jóvenes? ¿Por qué cada vez tienen a su primer hijo más tarde? ¿Qué motivos tienen para postergar un paso tan importante?
Los jóvenes no tienen hijos
“No es del todo cierto que los jóvenes no quieran tener hijos, lo que ocurre es que están teniendo menos de los que realmente desean. Por ejemplo, las personas de entre 20 y 45 años residentes en la Comunidad de Madrid manifiestan desear 2,3 hijos, mientras que el número actual de descendientes en términos de media apenas llega a los 2 (1,8)”, explica María Teresa López, exdecana de la facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Complutense. Esta Profesora Honorífica atribuye al retraso en la edad de maternidad el tener un número tan bajo de hijos. “Aunque la edad media a la que se tiene el primero en países como Finlandia, Suecia o Países Bajos es muy similar a la de España, la diferencia es que la tasa de fecundidad en esos países es más elevada gracias a la recuperación posterior, situación que no se produce en España.
En cuanto a las razones por las que se produce este retraso, son muchas y muy variadas, y no son exclusivamente económicas. Por señalar algunas, la primera razón es por motivos laborales, porque esperan a tener una cierta estabilidad laboral y consolidar su carrera profesional; pero también aparecen otras razones como es el deseo de dilatar al máximo la juventud, sin responsabilidades a largo plazo, para viajar, y disfrutar de la vida, como ellos mismos manifiestan en algunas encuestas. Y aunque los hijos son muy valorados a nivel personal por parte de los jóvenes, esta valoración contrasta con una percepción por su parte del escaso valor social que se da a los hijos. Quizá esta contradicción entre la valoración personal y la social es también una variable importante a tener en cuenta para explicar la caída en el número de nacimientos”, añade.
Alejandro Macarrón, presidente de la Fundación Renacimiento Demográfico, aleja, también, los motivos económicos como causa real de la falta de nacimientos entre jóvenes. “Cuanto más han prosperado las sociedades desde la Revolución Industrial, menos hijos se han ido teniendo, ergo, el motivo no son las dificultades materiales, precisamente, en España y en todo el mundo. Hay diversas causas concurrentes en la baja natalidad, y sería complejo abundar ahora en todas ellas, pero la fundamental es un cambio radical de valores sociales, tanto en el pueblo llano como en lo que se impulsa desde las élites, por el cual tener hijos y formar familias, y mantenerlas estables al menos hasta que los hijos sean adultos, ya no tiene la importancia esencial que tuvo siempre. Y así nos va”.
Estado del bienestar insostenible
Sobre si España puede permitirse el lujo de tener una cifra tan baja de nacimientos siendo el segundo país del mundo con la esperanza de vida más elevada (80,5 años para los hombres, 85,9 para las mujeres), el presidente de la Fundación Renacimiento Demográfico, que no recibe ningún tipo de subvención pública, se muestra rotundo. “No nos lo podemos permitir, por eso es sobrecogedor que se le haya prestado tan poca atención a este problema desde que lo tenemos, hace más de un tercio de siglo. Desde mediados de los 80 en España la tasa de fecundidad es muy insuficiente para asegurar el relevo generacional. Esto nos aboca a una sociedad cada vez más envejecida por falta de savia joven, y que pierde población autóctona. Y a la larga, sin más natalidad y/o inmigración (con las ventajas, inconvenientes y riesgos que ello entraña), nos llevaría a la despoblación total de España”, detalla Alejandro Macarrón.
En cuanto a las consecuencias del movimiento natural negativo, “la caída de nacimientos y el aumento de la esperanza de vida da lugar a una población totalmente envejecida, con un índice de envejecimiento superior al 102%”, sostiene la exdecana de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Complutense. “Esta estructura de población da lugar a una pirámide de población casi invertida, con una base muy reducida y una parte superior cada vez más ancha.
Vejez y gasto público
Este cambio en la composición y estructura de la población tiene efectos, entre otros, sobre el crecimiento del gasto público, especialmente sanitario y de servicios sociales; menor número de cotizantes al menos potenciales y por tanto menores ingresos; cambios en el consumo y la inversión ya que varían en función de los grupos de población; sobre el crecimiento económico, etc. Además, teniendo en cuenta que nuestro Estado del bienestar tiene unas características especiales tales como, por ejemplo, un sistema de pensiones de reparto y no de capitalización, afecta directamente al modelo actual de pensiones al ser la población activa más reducida y la dependiente más numerosa. Un modelo de reparto exige siempre una población sostenible y en este momento no parece que esto se esté produciendo en España, lamenta María Teresa López.
Para Alejandro Macarrón, que “una sociedad cuyo capital humano se deteriora en cantidad (por menos gente) y en calidad (por su creciente envejecimiento), sólo puede conllevar efectos empobrecedores: gasto creciente en pensiones, sanidad y dependencia para los mayores, a pagar con impuestos extraídos de una población activa menguante; menos consumo e inversión por una población decreciente y envejecida; fuerza laboral menguante y con productividad decreciente por su envejecimiento; menor innovación y emprendimiento de las sociedades envejecidas y la pérdida de economías de escala en la demanda; desvalorización de las propiedades de valor dependiente de la demografía, como las casas (la hucha de los españoles), al ir quedando más y más de ellas vacías”.
Pero no todo son efectos económicos. El presidente de la Fundación Renacimiento Demográfico alerta, también, de las consecuencias “afectivo-morales, que además también conllevan un impacto económico negativo. El peor de todos es la soledad creciente. Cada vez vive más gente sola. Y esto, además de triste y malo para la salud (la soledad incide negativamente en ella), también nos resta renta efectiva, porque varios que conviven en un mismo techo comparten gastos comunes. Cuanta menos gente viva en un mismo hogar, más gasto es necesario por persona para sostener el mismo nivel de confort”.
¿Y qué pasa con las pensiones?
Con 9,5 millones de pensiones contributivas (5,6 millones lo son por jubilación) y 19,5 millones de cotizantes, Alejandro Macarrón piensa que “las prestaciones por jubilación altas corren serio peligro, porque solo serán posibles a costa de una carga fiscal cada vez más onerosa para los que estén en activo. Pero como los jubilados son ya el segmento homogéneo más poderoso del electorado, y cada vez lo serán por más, su poder de voto hará que vivamos en una tensión permanente entre la necesidad económica de contener su crecimiento, al reducirse la proporción entre activos y jubilados, y la conveniencia de los políticos de que les voten los pensionistas. ¿El escenario más probable? Para mí, el de unas pensiones cada vez menos satisfactorias para el que las recibe, y más onerosas de sufragar para quien las paga. O sea, todos descontentos. Como dice el refrán, “donde no hay harina (aquí, léase salud demográfica) todo es mohína”.
Inmigración como solución
Pese al crecimiento vegetativo negativo, lo cierto es que en España la población ha crecido lo suficiente en 2018 como para superar los 47 millones de habitantes. Alejandro Macarrón indica que la inmigración “bien gestionada podría ser una valiosa parte de la solución al problema demográfico autóctono por falta de bebés”, aunque reconoce que es “muy arriesgado” considerarlos como tal por razones claras. “En el mundo actual hay una oferta potencialmente ilimitada de mano de obra poco cualificada, pero no de la cualificada. Y necesitaríamos de ambos tipos. ¿Y si no llegan suficientes inmigrantes con la cualificación necesitada? ¿Y si vienen y se quedan demasiados inmigrantes para lo que necesita el mercado laboral, algo que ya sucede en España desde 2008, como certifica la EPA, vistas las abultadas tasas de paro de los españoles, y mucho más las de los inmigrantes, en la última década?” Además, añade, “en otros aspectos no económicos del declive demográfico, como la escasez de hermanos, o la vejez en soledad por falta de hijos/nietos, tampoco los inmigrantes son la solución".
La exdecana de la facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Complutense se muestra tajante en cuanto a este tema. “La inmigración, que se propone como solución, no lo es, principalmente porque sería necesario un número muy elevado de inmigrantes y además estaríamos importando personas para pagar nuestras pensiones, razón que no parece ayudar a construir una sociedad más justa y humana”.
Propuestas
Aunque no hay soluciones fáciles a problemas complejos, el presidente de la Fundación Renacimiento Demográfico cree que la solución debería tener en cuenta seis pilares importantes. “Primero, concienciar a la población y las élites –políticas, intelectuales, mediáticas, de la sociedad civil-- de la gravedad del problema demográfico y de sociedad que origina la baja natalidad, dejando el tema fuera de la lucha partidista/ideológica. Segundo, estudiar a fondo el problema para comprender bien sus causas, qué implica de verdad, y sus mejores soluciones, con datos, rigor y sin prejuicios ideológicos. Tercero, hacer del aumento de la natalidad una de las primeras prioridades nacionales/regionales/locales (y europeas). Sin ello, no se hará lo suficiente. Cuarto, adoptar medidas fiscales de incentivo económico a la natalidad, que impliquen la compensación de una parte muy significativa del coste completo de tener y criar hijos. Esas medidas no deben ser sólo para mujeres “trabajadoras”, ni omitir al padre. Quinto, un cambio cultural, de valores sociales, y de ciertas leyes, a favor de la maternidad/paternidad y la natalidad, y de lo que favorece que haya más niños (como la estabilidad familiar, y que queramos tener los hijos de más jóvenes en la vida). Y, sexto, pero no menos importante: no dejar todo esto solo en manos del Estado. Es cosa de toda la sociedad, mujeres y varones”.
Para María Teresa López, “en primer lugar, deberíamos analizar el reto demográfico al que nos enfrentamos, no sólo desde el lado de los costes del envejecimiento. Nuestros mayores no son el problema, para solucionarlo hay que mirar a los más jóvenes, a los que no somos capaces de ofrecer una sociedad en la que puedan tener trabajos con sueldos y condiciones que les permitan hacerlos compatibles con sus propias familias. Por ello parece urgente trabajar para permitir a los más jóvenes eliminar las barreras que les impiden tener los hijos que desean y podríamos comenzar por trabajar para lograr: horarios laborales compatibles con la familia; medidas de conciliación y corresponsabilidad laboral y familiar; servicios de apoyo para el cuidado de los más pequeños y también de los mayores; y mayor flexibilidad horaria para los trabajadores con hijos; por citar algunas medidas concretas. Podríamos concretar muchas más que exceden a las actuaciones del sector público y que implican en este asunto a las empresas y la sociedad civil, como, por ejemplo, trabajar por una mayor valoración social de las familias y de los hijos, de los que nos beneficiamos todos como sociedad, o ayudar a eliminar las discriminaciones que sufren las mujeres que son madres, etc.”.
Está en la agenda política
¿Se toman los políticos españoles este tema con la importancia que merece? “Los políticos que han gobernado en España desde la Transición han tenido virtudes en otros campos, pero en éste han sido globalmente un desastre, con pocas excepciones, por acción y por omisión. Últimamente, empiezan a hablar por fin del tema, pero mayoritariamente con enfoques erróneos, muy ideologizados, con muchos tópicos, poco rigurosos y que no llevan a ninguna parte. Y así seguimos, con menos nacimientos cada año. Pero los políticos no son, ni de lejos, los únicos responsables. El mundo académico e intelectual, de nuevo con escasas excepciones, tampoco ha querido o sabido enterarse del desastre demográfico y humano a que aboca la falta de nacimientos y el hundimiento de la estabilidad familiar. Y la llamada “sociedad civil” también ha mirado muy mayoritariamente hacia otro lado, y lo sigue haciendo. De otro modo no se entiende que, habiendo batido España hace dos décadas y pico el récord mundial de baja fecundidad, apenas nadie pusiera el grito en el cielo”.
Para María Teresa López, “desde hace poco tiempo el reto demográfico está en la agenda política de casi todos los partidos políticos, pero no parece que desde la Administración central, al menos hasta ahora, se hayan puesto en marcha muchas actuaciones concretas con dotaciones presupuestarias adecuadas y de carácter transversal que impliquen a todas las áreas de actuación pública, y sólo algunas comunidades autónomas, muy pocas, han puesto en marcha planes o actuaciones para abordar este asunto. Pero hay un área de actuación importante, que además políticamente es prioritaria, en la que está pendiente el trabajo a realizar y es en el área de igualdad. Los datos ponen de manifiesto que la brecha salarial entre hombres y mujeres tiene su mayor efecto entre las mujeres con hijos, esto implica que en muchos casos esas mujeres sufren una doble discriminación, por ser mujer y por ser madre, y se ven “obligadas” a disminuir su actividad laboral, y por tanto su salario, para cuidar a sus hijos. Por ello quizá habría que incluir en el debate de la igualdad la maternidad como una variable determinante para continuar avanzando en ella. Si no lo hacemos, probablemente como el coste de tener hijos es más elevado para las mujeres, éstas decidan no tenerlos”.