Llamémosle Luis. Hace tres años, harto del clima de violencia física y psicológica a la que se veía sometido en Lima, su ciudad, por su condición de persona transexual, salió de su país rumbo a Barcelona para vivir su identidad con libertad. Consiguió el asilo y, unos meses después, permiso de trabajo. Ahora tiene 50 años.
Esta es la historia de vida de un refugiado LGTBI+. Aunque no hay cifras oficiales de demandantes de asilo por motivos vinculados con la orientación sexual, ACNUR (Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados) asegura que en los últimos años ha habido “aumento espectacular”.
Situación en Perú
“Mi aspecto, mi voz grave, han sido así toda la vida”, asegura. A Luis siempre le ha gustado seguir los estereotipos que la sociedad tiene reservados para los hombres. “Cuando era pequeño, si mi tía me regalaba una muñeca por Navidad --cuenta--, yo la tiraba y me iba a buscar un cochecito o una pelota”.
Tercero de siete hermanos, empezó a trabajar con 12 años a espaldas de su madre vendiendo granizados por la calle para aportar algo a una economía familiar mermada por el abandono del padre. “Por parte de mi familia nunca hubo ningún tipo de discriminación. Siempre me han aceptado tal y como soy. Pedí que me llamaran Luis poco antes de cumplir los 18 y no hubo ningún problema”, señala.
Clima de violencia
Pero una cosa es lo que sucede en casa y otra muy distinta lo que pasa en la calle. “La violencia en Perú está muy generalizada, incluso hacia la mujer, aunque en este aspecto las cosas están cambiando”, dice. Con el colectivo LGTBI+ las autoridades son menos sensibles. Los insultos son constantes y hay poco margen de maniobra.
En una ocasión, cuando fue a denunciar unas vejaciones a la policía, el agente le dijo: "Vuelva a su realidad y verá como no le pasa nada". Pero “no se dan cuenta de que yo soy así, de que esta es mi realidad”, responde Luis.
Primera agresión
Luis trabajó durante casi 20 años como cobrador en un autobús de línea. Un sábado, cuando terminó la jornada, mientras esperaba en la parada para coger el vehículo que tenía que llevarle a casa, lo abordaron tres jóvenes de entre 18 y 20 años. Estuvieron insultándolo un buen rato hasta que empezaron las cachetadas.
“¿No comprendes que tu actitud deja en mal lugar a los hombres?”, le gritaban una y otra vez, mientras le pegaban. Una patada le dio en la cara y le rompió la mandíbula. “Tuvieron que operarme en seguida. No comí nada sólido en tres meses. Al principio, no podía ni tragar saliva. Bajé 15 kilos”, asegura. A su madre, para no preocuparla, le dijo que le atracaron.
La policía
A los policías, sin embargo, sí les contó la verdad. “Me han agredido por ser homosexual y quisiera denunciarlo”, les dijo. Le contestaron que no podían hacer nada al respecto, que era él el que provocaba que le pegaran, por su manera de vestir. “Hágame un acta, al menos, para poder defenderme si los vuelvo a ver”, les pidió. Al final le redactaron un papel que no sirvió de nada.
Dos meses después, Luis vio a los tipos que le agredieron y avisó a un policía, que los arrestó. En comisaría no encontraron la denuncia y los soltaron. “Yo enseñé el acta que me habían dado --explica--, pero me dijeron que eso no valía. Que conste que no quería que los metieran en la cárcel, solo pretendía que me pagaran lo que me había gastado en la operación. Quedó en nada”.
Segunda agresión
Dos años después de la primera paliza, cuando salía de un supermercado con su pareja, un grupo de hinchas de Alianza Lima empezaron a increparles. Poco a poco se fueron acercando hasta que cogieron a Luis del cuello y lo lanzaron de cara contra el suelo con tanta fuerza que con el impacto le saltaron cuatro dientes superiores.
A su madre volvió a contarle que le habían robado. Y, aunque a sus hermanos les decía lo mismo, “ellos sabían perfectamente lo que pasaba”. “Tu estás esperando a que te maten”, le reprochaban.
Llegada a Barcelona
Luis tiene una hermana trabajando en Barcelona desde hace casi 30 años. Fue precisamente ella la que lo convenció para que se viniera. Hasta le compró el billete de avión. Llegó a la Ciudad Condal con 47 años, diez después de la segunda agresión. “Mi idea era quedarme, pero lo tenía difícil, porque no tenía documentación de ningún tipo”.
Fue entonces cuando conoció ACATHI (Associació Catalana per la Integració d'Homosexuals, Bisexuals i Transsexuals Immigrants) y su presidente, Rodrigo Araneda, que le orientó sobre los pasos que tenía que dar. Pidió asilo en seguida al Ministerio de Trabajo, Migraciones y Seguridad Social, pero el proceso se demoró un año. Finalmente, las autoridades escucharon su historia, la evaluaron y le otorgaron la carta de asilo. El permiso de trabajo lo obtuvo siete meses después.
Trabajar en España
Cuando no tenía permitido trabajar, se ganaba la vida haciendo arreglos domésticos. “Soy muy manitas. Estaba para lo que saliera”. El Centro de Promoción Social Francesc Palau lo integró en un programa de ayuda a personas mayores a domicilio. Hizo varias entrevistas, en las cuales, cuando contaba cómo había llegado a Barcelona, siempre acababa hablando de su condición de transexual. Cuando se marchaba en seguida recibía una llamada de los familiares: “Mira, que mi mamá está un poco chapada a la antigua…” era lo que solía escuchar. “Yo siempre les pedía --continúa Luis-- que no me pagaran el primer mes, pero que me dejaran demostrar que trabajaba bien. Y ni así”.
La tercera vez que lo rechazaron se prometió a sí mismo que no iba a llorar más por motivos de discriminación. Y hasta día de hoy ha cumplido. “Por más que sea una persona trans, soy un ser humano y tengo sentimientos. Ya está bien”, se decía.
A día de hoy
Ha encadenado varios trabajos a través de ETTs. Ahora sigue buscando. “Vivo de la renta garantizada, que es de 604 euros al mes. Con eso pago la habitación en la que vivo, que me cuesta 270, y tengo para comer”, explica. Ha hecho cursos de ayuda sociosanitaria y de auxiliar de cocina. Y tiene previsto uno de soldadura. Recientemente ha empezado un proceso de hormonación que durará 5 años.
Una vez, en un taller de los que organiza ACATHI, una mujer se acercó y le dijo: “A ti lo que te pasa es que tienes un contagio”. “Pues ándese con cuidado y no me toque, a ver si se lo voy a pegar”, le contestó. “No creo que sea una caso de discriminación --cuenta a Crónica Global--, es más bien falta de información, que provoca confusión”.