Antes de la revolución neolítica, cuando nuestros antepasados no habían descubierto la agricultura ni la doma de animales para su explotación, la esperanza de vida era de 30 años.
En aquella época el día a día consistía en pescar, cazar y recolectar plantas, por lo que las comidas, aunque ricas en proteínas, no eran muy variadas. La carne magra era la ingesta principal, aunque algunos estudios sugieren que también incluían legumbres y otros productos que están proscritos en la versión moderna de la dieta paleo.
Los efectos adversos
Muchas personas, atraídas por la promesa de perder peso, se han pasado a este régimen alimenticio. Sin embargo, un estudio en la revista The American Journal of clinical nutrition ha mostrado que, a medio y largo plazo, los efectos de adelgazamiento son nulos. Si bien al principio la baja aportación calórica conlleva una pérdida de grasa, a partir de los seis meses no se mantiene esta tendencia.
Por otra parte, los expertos advierten de que este tipo de comidas son pobres en aportación de calcio, vitamina B y vitamina D. La Universidad de Harvard, por su parte, ha indicado que una cesta de la compra basada solo en alimentos frescos dificulta una planificación adecuada de los menús. Esto, junto a los altos precios asociados a estos productos, hacen inviable mantener esta dieta.
No todas las grasas son el demonio
La ingesta de carbohidratos y grasas tiene un papel muy importante como principal aportación de fuente de energía, vitaminas y antioxidantes. Además, las grasas insaturadas tienen un efecto beneficioso ante enfermedades cardiovasculares y coronarias.
Algunos de los alimentos de este tipo que recomiendan los dietistas son las aceitunas, el aceite de oliva, las nueces, las pipas y cacahuetes, los huevos… Las grasas no saturadas también ayudan a mantener la línea, ya que aumentan la masa magra y reduce la grasa corporal.