Pocos días internacionales, como el dedicado al alzhéimer el próximo 21, tienen tanto eco. Autoridades y familiares asociados desgranan la cruda realidad: 1,2 millones de afectados en España por esta enfermedad sin cura, imparable y tan cruel que es considerada por los expertos “peor que la propia muerte” o una muerte en vida.
La maldición también ha llegado al desinterés investigador por parte de los laboratorios farmacéuticos. ¿Razón? La búsqueda de una terapia eficaz ha resultado inútil y ruinosa tras decenas de años, en los que han enterrado miles de millones de euros. A nivel mundial, esta dolencia degenerativa impacta la vida de una población equivalente a la española y alcanzará los 131 millones (más que Francia e Italia juntas) en 2050, según el grupo sin fines de lucro Alzheimer’s Disease International (ADI).
Pocos fármacos y secundarios
Una mujer con alzhéimer realizando ejercicios / EFE
Los medicamentos hoy en el mercado apenas sirven para aliviar algunos síntomas y suelen ser muy tóxicos para el organismo. Frente al recargado panorama que presenta por ejemplo el cáncer, más rentable, para el alzhéimer solo hay 27 fármacos en ensayos clínicos, la mayoría dirigidos contra la proteína amiloide, según se informó en la reciente conferencia internacional Researchers Against Alzheimer en Londres.
En lo que va de siglo se han registrado unos 500 ensayos clínicos de moléculas para tratar la enfermedad, pero con una tasa de fracaso cercana al 100%, según el balance en la revista JAMA de David A. Bennet, del Centro Rush de la Enfermedad de Alzheimer.
Fracasos ruinosos
Una razón de esa parquedad investigadora es lo poco que aún se sabe del cerebro y sus engranajes. Como consecuencia, todos los intentos para paliar los estragos cerebrales con el desarrollo de moléculas terminan por tirar la toalla en alguna de las fases de ensayo. La investigación en este campo se ha convertido en una inversión de riesgo. Pfizer, líder en el sector, ha sido la última gran farmacéutica en abandonar. En enero suprimió el desarrollo de nuevos tratamientos, 300 investigadores del área de neurociencia y el fondo lanzado en 2015.
En 2012 ya cosechó otro fracaso tras su alianza con Johnson&Johnson en pos de un antídoto para tratar a enfermos en la primera fase del mal. Algo parecido le ocurrió a Lundbeck con su molécula idalopirdina, que perseguía inhibir la colinesterasa y a Roche con gantenerumab, otro antiamiloide finiquitado en 2014. También a Lilly con solanezumab. Se ha apeado de la carrera tras un impacto económico negativo de más de 3.000 millones de euros en 30 años de investigación.
Nuevos enfoques
Otras farmacéuticas menores siguen a la espera del milagro. Biogen y Eisai han centrado su estrategia antiamilode en el desarrollo de dos inhibidores con primeros resultados esperanzadores. Pero no podrían ser una realidad hasta el 2020.
Manos de una mujer anciana con alzhéimer / EFE
Un informe de Researchers Against Alzheimer’s publicado en julio asegura que actualmente hay más de 100 moléculas en fase de experimentación con nuevos enfoques que tratan de dar con la clave. Dos terapias (de AB Science y la japonesa Otsuka) y otras siete nuevas moléculas prometen incorporarse al arsenal terapéutico en 2019.
Factura milmillonaria y agotamiento
La factura mundial de esta carcoma invencible es sobrecogedora. Según la federación internacional ADI, supera los 650.000 millones de euros al año en gastos médicos, sociales y de asistencia. La Sociedad Española de Neurología (SEN) cifra entre 27.000 y 37.000 euros anuales el coste por paciente. Los expertos alertan del coste emocional de los afectados y sus familias. No contento con descerebrar a sus víctimas, el alzhéimer, acaba agotando a los cuidadores, mujeres en su mayoría.
Las asociaciones de pacientes, confederadas en Ceafa, denuncian un “desgaste silencioso y sacrificado” frente al cual las autoridades sanitarias se muestran bastante insensibles y dedican recursos ínfimos. “Las previsiones futuras de multiplicación de casos tampoco parecen afectarles demasiado”, aseguran.
Diagnóstico dramático
La detección precoz y algunas medidas de prevención de dudosa eficacia son hoy por hoy las únicas y endebles armas. Lo dramático es que el diagnóstico temprano, sin remedios a la vista, es una fuente de terribles angustias para estos pacientes con una esperanza de vida entre siete y 15 años.
El diagnostico siempre es “un mazazo, una noticia devastadora” incluso para aquellos que no saben muy bien lo que se les viene encima, aseguran los médicos. Todavía es más catastrófico en menores de 65 años. “Suponen apenas del 10% de los casos, pero con unas enormes consecuencias destructivas sobre la persona y su entorno”, explican en la SEN.