Ayudan a mujeres víctimas de violencia de género, además de a sus hijos y, a veces, a sus maridos; los propios maltratadores. La fundación Asistencia y Gestión Integral (AGI), situada en la calle Pau Claris de Barcelona, lleva más de 20 años trabajando para intentar erradicar esta lacra desde todos los enfoques posibles.
Mujeres y hombres no se cruzan nunca en sus oficinas, los mantienen en salas separadas. “Aquí hay mujeres que no quieren ni ver a un hombre” explica a Crónica Global la directora de la fundación, Rosa Maria Garriga. Introduce el tema con una frase inquietante: “Llevo trabajando en este campo desde los años 90. Si me llegan a decir que en 2017 no se ha solucionado el tema, no me lo hubiera creído”.
Reconocer la violencia
A la fundación AGI acuden hombres que se encuentran en tres posibles situaciones: los que provienen del ámbito penitenciario, están cumpliendo condena por violencia de género y les queda poco tiempo para salir; los que no tienen antecedentes y la sentencia dicta una condena de menos de dos años, además de un curso de rehabilitación; y los que se presentan de forma voluntaria.
“Vienen porque alguien les ha alertado de que pueden tener problemas, o a veces dirigidos por sus propias parejas que realizan aquí un programa de apoyo y no se quieren separar, pero tampoco seguir en ese infierno”, argumenta Garriga.
Aclara que no se trata de una terapia de pareja, “con los malos tratos no tiene lugar”, sino de un programa de apoyo para que los hombres detecten que su comportamiento no es el adecuado. Trabajan en sesiones individuales, primero, y grupales cuando están preparados para ello. “Les ayuda mucho para ver que los comportamientos de ese grupo son iguales. Aprenden a identificar”.
El 35% no recae
La gran mayoría de hombres que se dirigen a la fundación para someterse a la terapia no son conscientes de que son maltratadores. Argumentan que la actitud violenta que mantienen hacia su mujer forma parte de unas pautas culturales que han heredado. Es mientras trabajan con los psicólogos cuando “hacen ese clic” y, al acabar el proceso, algunos les envían cartas con testimonios estremecedores del tipo “yo no sabía que eso era violencia”.
Pero no para todos funciona y, tal y como alerta Garriga, no sería fiel a la realidad pensar que con ese tipo de programas se erradicará la violencia hacia las mujeres. Entre un 35% y 40% de los maltratadores no reincide, pero hay otros que ni siquiera reconocen que tienen un problema, por lo que no llegan a las sesiones en grupo.
El erróneo mito romántico
La directora de AGI alerta de que la cultura del patriarcado se impone cada vez más y pone como ejemplo a Rusia, “donde a la mujer se le puede pegar una vez al año en pro de la unidad familiar”. Sostiene que todas las instituciones, como la iglesia, el estamento judicial o el político parten de la superioridad del hombre y el problema se ha sociabilizado.
La violencia de género, además, afecta a todas las clases sociales por igual. “Cuando la cultura es más alta, los maltratos son más sibilinos. Cuando es más baja, son a golpes”, dice Garriga. A las mujeres jóvenes, además, les cuesta identificar que son víctimas de un maltratador. “Todavía existe el mito del amor romántico y argumentan ‘Es que me quiere tanto…'”.
La sociedad ha avanzado en materia de violencia machista, pero aún está lejos de conseguir una cultura de la paz entre hombres y mujeres. “Lo que cuesta más es el cambio de mentalidad”. Antes, las víctimas sufrían maltrato en silencio. Ahora, al menos, denuncian. La directora de AGI no es demasiado optimista: “Después de ver que la gente joven ejerce violencia con sus parejas, te llevas las manos a la cabeza y te preguntas: ¿Qué pasa aquí?”