Evidentemente, cuando el abogado defensor de, pongamos, un delincuente de cuello blanco (presunto “delincuente de moqueta”, como les definiría el exfiscal de Cataluña, José María Mena), afirma que el juez que ve el caso en el que está atrapado su cliente, es un juez “garantista y trabajador”, quiere decir con eso que el fiscal tiene un problema.
Y Anticorrupción tiene un problema con el juez De la Mata.
No van al mismo ritmo, ni han atravesado los mismos fangales. Los dos, efectivamente, tienen el Código Penal como lectura de cabecera en la mesita de noche, pero ese juez y esos fiscales pertenecen a distintas escuelas procedimentales y son consecuencia de distintas vicisitudes. Y eso marca. Ritmos diferentes, estrategias diferentes, sintonías diferentes y un concepto del liderazgo dispar.
Cada juez es diferente
Hace algo más de cuatro años un magistrado llamó a la puerta del entonces titular de este juzgado central de instrucción número 5 de la Audiencia Nacional. El juez, Pablo Ruz, abrió y le recibió cordial. El magistrado presentó, a quien entonces ya era instructor del llamado caso Pujol, un informe que relataba algunos indicios criminales algo inconcretos, pero llamativos, de las supuestas andanzas del primogénito de los Pujol en el extranjero.
El juez, cauto en las velocidades y en las formas, leyó el documento en diagonal y sin dar margen al debate sentenció: “Si te parece, voy a llamar a la teniente fiscal anticorrupción Belén Suárez y le digo que le vas a llevar esta documentación. Si me lo das a mi --continuó--, tendré que dar copia del mismo a las partes y eso no nos conviene. Si se la das a ella, la fiscalía sabrá cómo administrarlo y cómo y con qué ritmo hacérmelo llegar.” Ese magistrado salió de la Audiencia Nacional, cogió un taxi y minutos después entregaba el informe a la número dos de Anticorrupción, a la sazón la fiscal que coordinaba y coordina la acusación en el caso Pujol.
El pasado jueves, el nuevo juez del caso Pujol, José de la Mata, escuchaba, atento, las explicaciones que el investigado Oleguer Pujol ofrecía sobre los sospechosos movimientos del dinero procedente del cobro de comisiones por su intermediación en negocios multimillonarios. En un momento dado, uno de los fiscales sacó un documento, una carta firmada por el propio Oleguer, que evidenciaba que había movido desde Holanda a Miami, y de Miami a Barcelona 2,5 millones en euros correspondientes a la comisión que cobró por su mediación en la compra venta de un edificio de la Gran Vía de Madrid.
Con independencia de la lectura jurídica del contenido de este documento (para los fiscales --no para el juez-- prueba inequívoca de una reciente y contumaz operación de blanqueo de capitales protagonizada por Oleguer), lo relevante e ilustrativo se produjo en el momento en que el fiscal se sacó de la manga ese papel, lo oficializó, se refirió a él en su turno de palabra momento en el que fue apercibido por el juez: “¿De dónde sale ese documento? ¿Por qué lo hace público en el transcurso de esta declaración? Si hace tiempo que lo tiene, ¿no le parece que ya lo debía de haber entregado a esta instrucción?”
A río revuelto…
En el primer caso, el de Ruz, el fiscal boga con los remos que le facilita la fiscalía. En el segundo, el juez se arroga la licencia y potestad de administrar, él, los remos. Y, además, lo quiere dejar claro para que conste.
Distintos estilos, distintas realidades. Pero una sola verdad.
Hace tres o cuatro años, el clan Pujol estaba totalmente desacreditado en lo reputacional y, además, sumido en la más oscura de las incertidumbres. Hoy, su reputación no ha mejorado, pero se les ve sonreír.
Un juez “garantista y trabajador” José de la Mata, que se negó a registrar el conjunto del domicilio del ex-molt honorable cuando hace casi dos años, la UDEF irrumpió a petición de los fiscales anticorrupción. Los policías sólo tuvieron permiso para registrar la mesita de noche de la habitación que, por aquel entonces, ocupaba Jordi Pujol Ferrulosa en casa de sus padres. Aquel día, la fiscalía supo que lo inteligente iba a ser no remar en balde aunque a veces, lo inteligente no es lo que a uno le pide el cuerpo.