Es cierto que la cocina de Manolo en la Terraza Rocío de la localidad sevillana de Valencina de la Concepción (8.000 habitantes) era un vertedero de residuos tóxicos. Y también que Manolo se rasca los huevos y se suena los mocos en el trabajo. Verdad también que recoge comida del suelo para devolverla al plato, que manipula los alimentos con unos dedos que parecen morcillas de Burgos y que no cubre los táper porque no cree en las virtudes higiénicas del envasado ni del vacío.
Vale también que sus croquetas están duras, que el adobo de algo indeterminado puede causar serios problemas digestivos, como el pescado podrido, las salsas fermentadas y las frituras con biodiésel que servía Manolo hasta la llegada de Chicote y su show. Sin embargo, Manolo, el hombre que arrastra 51 años de aberrantes experiencias por cocinas de media España (dijo que había trabajado en hoteles de cinco estrellas y en Madrid y Barcelona) no se merece que le llamen por este orden "terrorista" (en la visita a las cámaras frigoríficas), "cabrón" (en la inspección de las freidoras) y "guarro" durante la mise en place de un pescaíto frito desmenuzado con las manazas. No había más que ver los surcos en la cara de Manolo para leer la historia de la hostelería en España, décadas de ajo y grasa, de escabeches eternos, croquetas de sobras de platos y caldos del agua del gato. Olor a frito y manos de amianto, como demostró al coger sin inmutarse un recipiente en brasas.
La historia del restaurante donde trabaja el bueno de Manolo, un ser casi imperturbable, el chef zen, es lo de siempre. Suciedad, mugre, dejadez, aceitazo, morro y estulticia en grado supino. Los medios han crucificado al cocinero con el título del más guarro de España. Como si Manolo en este país de los Manolos sólo hubiera uno y viviera en Valencina de la Concepción. Habrá que recordar que en lo de Chicote se han visto ratas secas, cucarachas vivas, carne putrefacta e insectos en la sopa hasta el punto de poner en tela de juicio la seguridad alimentaria en toda España y la profesionalidad y capacidad del sector entero de la manipulación de la comida. Cualquier espectador de Pesadilla en la cocina tiene más que sobrados motivos para no poner un pie en el 99% de los bares y restaurantes de este país, donde, como en Italia, la gente se cree que se come de lujo en cualquier lado.
El carácter benéfico de la versión española del formato Kitchen Nightmares de Gordon Ramsay (un chef inglés y que alguien ate esa mosca por el rabo), su denuncia implícita de lo que significa en términos de riesgo para la salud comer en España, su cruzada contra las cerdadas, el mal servicio y los timos se ve seriamente mermada cuando llama "terrorista" y "cabrón" al pobre Manolo. Así no, amigo Chicote.
Pesadilla en la cocina es un programa hipnótico, como mirar las obras cuando había obras. El blog Elegí mal día recopila los mejores tuits, memes y vainas sociales en torno a la etiqueta #pesadillarocio. Hay de tres tipos. Chicote escribe que el "día que hagan olímpico el meter la mano en la freidora... me llevo el oro!!". Luego están los de corte gourmet. @dgonzalezrey apunta: "¿Si pudieras elegir entre probar las croquetas de Manolo y un tiro en el pie cuál eliges, el izquierdo o el derecho?". Y después, las alarmas sanitarias. El usuario Mak concluye: Si en este país hubiera inspectores de sanidad el programa de #pesadillarocio se estaría haciendo desde la cárcel de Herrera de la Mancha". La recopilación íntegra del blog, en este enlace.