Es el restaurante de Picasso, sí, pero también el bufé en el que se perdió la Reina de Suecia. Corría 1992 y Els 4 Gats, posiblemente el restaurante más conocido de Barcelona, tenía sólo 95 años. El próximo año llegará a los 120 de la mano de Sílvia Ferré, gerente del GrupFerré y alma mater del local tras recoger el testigo de su padre, Josep Maria.
La directiva ha preparado un paquete cultural que acompañará el rígido acto de soplar las velas. "Lo más destacado es el concurso de cartelería, pero no lo único. Empezamos ahora con exposiciones, un concurso literario, tertulias y cursos de cocina, entre otros", enumera.
La reina perdida
Si Sílvia comanda la que fue la meca del modernismo catalán, Josep Maria es quien atesora más recuerdos y guarda el libro de anécdotas. "Era 1992, año olímpico. Tuvimos una reserva por parte del embajador sueco: 'Vendrá la reina', dijo. No cerramos nada, nunca lo hacemos. Les preparamos una gran mesa al fondo del local", rememora.
"A mitad de la comida, la regente pidió ver la cocina --continúa en tono jocoso--. No avisó a sus guardaespaldas, que, al percatarse de su ausencia, empezaron a peinar el local de forma frenética. Casi originamos una crisis diplomática".
Vértice cultural
Cualesquiera que fueran las incidencias, episodios y vivencias, el acervo cultural de 'Els 4 Gats' se sobrepone a lo banal. "A principios de siglo XX el restaurante se convirtió en un polo cultural. Se reunían intelectuales, artistas y creadores, antes de bajar a la calle Avinyó o proseguir por el casco antiguo de la ciudad. Pablo Picasso lo tuvo claro: era su lugar".
El pintor malagueño no lo tuvo tan fácil, como cuenta la leyenda. "No le dejaron entrar, pues vestía harapos. Como andaba justo de dinero, cambió un cuadro suyo por un traje que le hizo un sastre local. La obra está hoy en París", agrega Ferré.
El ahínco de Picasso por hacerse con una silla en el cenador debió ser altamente gratificante. Santiago Rusiñol, Ramon Casas, Isaac Albéniz o Enric Granados fueron algunos de los visitantes del espacio. "Este local descubrió el modernismo", loa el empresario.
Woody Allen en la calle Montsió
Los platos asequibles con aderezo cultural cesaron en 1904. Después, el local mutó. "Fue un almacén militar, una imprenta clandestina de pasquines políticos y la sede del Cercle Artístic", cuenta el hostalero.
A finales de los 70 tres empresarios recuperaron estos bajos de la Casa Martí, una obra firmada por Josep Puig i Cadafalch que asombra al visitante. "Yo tomé el relevo en 1989. Ahora son Sílvia e Iván quien están al mando".
Con la rentrée, llegó el éxito. Els 4 Gats recogió premios, distinciones y se hizo un hueco en la vida artística de la ciudad. La fama, sin embargo, llegó con los periodistas y, sobre todo, con un tímido cineasta. "Woody Allen es una persona muy simpática. Le pedimos que no molestara a los clientes, y rodó Vicky, Cristina, Barcelona (imagen superior) de noche", evoca Ferré.
Llega el turismo
En plenitud de facultades, el comedor de la calle Montsió ha capeado sin despenairse el tsunami turístico que ha sufrido Barcelona. "Nuestra fórmula ante todo esto ha sido la de mantenernos fieles a nuestras raíces. Ofrecemos algo más: gastronomía con un valor cultural y arquitectónico", describe Sílvia Farré.
El alud de visitantes, que los mediodías hacen cola pacientemente para hacerse con una mesa en un bufé que aparece marcado en rojo en sus guías, no inquieta a los propietarios. "Atendemos a todo el mundo por igual. No hacemos distinciones. Este es el espíritu de Els 4 Gats y tenemos la intención de que lo siga siendo", concluyen.