La realidad es una combinación de previsiones, predicciones y noticias que se mezclan en los diarios con la violencia de una ola polar. Desde los Estados Unidos arriban imágenes del fin del mundo, de un calentamiento global en versión "inversión" térmica. Todo está helado. Aquí, en el faro de Meirás (La Coruña), las catástrofes naturales se alían con la muerte. La familia tragada por una ola pretendía arrojar al mar las cenizas de un ser querido. Y una niña se iba a inmolar en Afganistán, pero se evitó a tiempo. Igual de absurdo es el crimen del Born; cualquier crimen. Un tipo se abalanza sobre otro y lo apuñala; en la huida cercena la vida del que pasaba por ahí y le plantó cara. Eso es, al menos, el resultado de la frágil condensación de los testimonios presenciales y la primera versión policial. Habrá que esperar.
A pesar de lo obvio, los diarios contienen detalles de vida, mordiscos de realidad, que sitúan al individuo ante su extrema debilidad. Una tormenta desde un acantilado encierra tantos peligros en potencia como un paseo por los alrededores de Santa María del Mar. La muerte al doblar la esquina, casi en suelo sagrado. La ciudad del turismo, pese a los trescientos años seguidos de represión, bombas y guerras santas, es también la del callejón del gato, la de los herederos de Pedro Navaja, que no saben nada de política ni de la resistencia de los barceloneses contra los elementos en general.
Recién se publicaba la revista de prensa de ayer el juez José Castro imputaba a la infanta Cristina por delito fiscal y blanqueo de capitales. Los ricos también lloran. De hecho, creo que lloran más y más fuerte porque no sólo les sirve de consuelo. Un padre de la patria, Miquel Roca, enjuaga las lágrimas de la Corona. Ya consiguió desimputar una vez a su cliente.
En el mientras tanto, Raúl del Pozo cierra la contraportada de El Mundo con trazos goyescos:
"Es posible que la Infanta no tuviera ni puta idea de lo que hacía su marido, no estaba educada para eso, vivía en un jardín de juegos y deleites, pero la ignorancia de la ley no exime de su cumplimiento. Algunos ven la imputación como una prueba de la normalidad democrática. ¿Normalidad? Nada hay normal en la España de estos días. La Monarquía se tambalea por gollerías y regodeos, aunque sin barricadas..."
En el único diario republicano que se edita en Madrid, el que controla Ramírez, el instructor del "caso Urdangarín", el "Urdangaringate" que acuñó Jiménez Losantos, es un heroe solitario, un hombre solo tan sólo acompañado por la solidez de sus juicios. Sus palabras en el auto de imputación son las de la portada: "'Un plus de codicia' llevó a la Infanta a 'defraudar reiteradamente a Hacienda'". La codicia, hasta donde se me alcanza, no es un delito, sino un pecado, por lo que un acto de justicia se puede convertir en una chapuza jurídica Garzón style. El juez queda como Dios y los presuntos se quedan como dios. Dice Castro que no podía hacer otra cosa y Eduardo Inda y Esteban Urreiztieta, en la crónica de El Mundo, jalean al magistrado, del que subrayan su "ironía". También la izquierda alaba a Pedraz por razones que no vienen al caso de lo jurídico.
En Abc encajan el vendaval en portada, a diferencia de lo que hicieron con los balbuceos reales en la Pascua Militar: "Castro imputa a la Infanta por delito fiscal y blanqueo". Un paso más, como en la canción de Madness, va La Razón, que titula: "El juez vuelve a imputar a la Infanta sólo con suposiciones". Pero lo singular es el antetítulo: "El auto del castrismo". Los juegos de palabras con los apellidos como obús editorial en defensa del Rey. Asombroso.
Andreu Manresa es quien escribe la crónica de Cristina en El País. "El fraude fiscal cerca a la Infanta" es el título principal. La carga está en una crónica surbordinada en la que se da pasto al destino de los dineros. "Vajillas de 1.700 euros, clases de merengue y 'coaching' especial para Cristina". Figura en el auto de Castro. Merengue, merengue.
En su asiento de tribuna, la contraportada del Abc, a Ignacio Ruiz-Quintano le cabe todo:
"En la cuesta de enero, al mal fútbol del Madrid se une, en ese juego judicial del sí y el no, la imputación (¿en auto o en tuit?) de la Infanta, con lo cual los tertulianos ya tienen pie para anunciar el advenimiento de la Tercera República (¡La magia del 14, que dice Juanito Cruz, cuando ve en 'maestro republicano' al señor marqués de Del Bosque!), que sería, en lenguaje celiano, una República de 'telepollas'".
Por caber, en la columna cabe la más juiciosa refutación de la república, un sistema, escribe Ruiz-Quintano:
"Al que uno siempre le encontró tres pegas: la primera, funcional, que con los monárquicos se puede ser republicano, pero los republicanos no te permiten ser monárquico; la segunda, psicológica, el sentido reverencial que expone Richard Harris en el tren de Sin perdón, camino de Big Whisky; y la tercera, estética, que el escudo del Madrid, ya eliminada la cruz, perdería la corona (y el Real) para quedar en una señal de tráfico..."
En el frente de Cataluña, por seguir las remembranzas de la Guerra Civil del presidente de la Generalidad, Artur Mas, se percibe, tal vez, un viraje a babor. En La Vanguardia (que antepone la sonrisa de Pere Navarro al gesto crispado de Mas en su imagen de portada), Jordi Barbeta, aprecia indicios de que el 9 de noviembre de 2014 no será la fecha de una consulta, sino de unas elecciones autonómicas. Otro indicio indirecto: en Ara, Mas no sale ni en portada (titulan "Tocados" sobre una foto del Rey y su hija). Al president no más le queda El Punt Avui, que dice que "blinda" la consulta. Una predicción optimista.
El tratamiento gráfico de la portada de La Vanguardia confirma los cambios. La fotografía de Mas (con los labios hacia fuera y la mano derecha dirigiéndose hacia el tupé) firmada por Pedro Madueño es un editorial tan implacable como la posición en portada del tema y la imagen. Titulan que "Mas garantiza que este año habrá consulta y más empleo", pero esa consulta es ya una promesa con letra pequeña, algo así como una preferente tóxica o un "se hará lo que se pueda dentro de lo que quepa". Fin de la historia entre el diario de Godó y Mas. Adiós a todo aquello. En la Generalidad ya no se lee ese periódico. Hay orden de boicot en el independentismo y fatuas de 140 caracteres.
Para Santiago González, en El Mundo, el de Mas es "el insólito caso del catalán menguante", un sujeto que empieza a ser ya un desconocido (¿Mas, qué Mas?) para muchos palmeros. Salvador Cardús en La Vanguardia y Marçal Sintes en El Periódico son los más cualificados defensores (hoy) del personaje, singularmente abandonado a su suerte en los últimos días hasta (insisto) por Pilar Rahola.
De vuelta al Abc, Àlex Gubern centra su crónica en las confidencias a la prensa de Rubalcaba sobre las confidencias a Rubalcaba de Mas, quién le habría confesado al líder socialista que de consulta, nada de nada. Hilo fino y sustancia psicológica en el retrato de Mas, cuya improvisada comparecencia de ayer parecía una llamada al orden entre los suyos, una rudimentaria manera de decir que aún sigue ahí pese a los chisporroteos en su aura, como si de repente el plasma fuera hacer plaf y fundirse en negro. Ahora que con Mas, nunca se sabe. De peores ha salido. A veces, las tempestades son más peligrosas desde el faro que mar adentro.