Mientras la mayoría de las ciudades compiten por tener el árbol más alto o la iluminación LED más sofisticada, en el corazón del Prepirineo catalán resiste una celebración que nos devuelve a los orígenes más primarios de la humanidad. La Nochebuena en este rincón de la geografía no huele a compras de última hora, sino a hierba quemada, a resina y a frío de montaña.
Se trata de una festividad atávica que marca el solsticio de invierno a través del culto al fuego purificador y que ha logrado sobrevivir al paso de los siglos. Reconocida por la UNESCO como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, esta tradición ofrece una alternativa hipnótica para quien busca escapar del consumismo navideño y conectar con las raíces más profundas, casi telúricas, de la cultura catalana.
Orígenes remotos
La liturgia comienza mucho antes de que caiga la noche del 24 de diciembre. Durante las semanas previas, los habitantes de la zona recolectan una hierba específica, la tora o herba de faia, que dejan secar minuciosamente. Con ella tejen unas antorchas de gran tamaño -- algunas superan los dos metros -- que serán las protagonistas absolutas de la velada.
El paseo con las antorchas de la Fia-Faia
El simbolismo del rito es potente: ante la noche más larga del año, el ser humano enciende hogueras para invocar al sol y pedir que la luz retorne a la tierra. Es una conexión directa con los cultos paganos de adoración solar que el cristianismo acabó absorbiendo y adaptando a la celebración del nacimiento de Jesús, pero que aquí mantiene su esencia salvaje.
El lugar exacto
Este fenómeno único tiene lugar en dos escenarios privilegiados: Bagà y Sant Julià de Cerdanyola. Ambos municipios de la comarca del Berguedà son los guardianes de esta tradición, conocida como la Fia-Faia, que forma parte de las Fiestas del Fuego de los Pirineos, aunque aquí, excepcionalmente, se celebra en invierno, lo que le otorga una mística especial por el contraste térmico.
Vista aérea de Bagà
Sant Julià de Cerdanyola
Cuando el sol se pone en Nochebuena, el sonido del toque de oración de las campanas marca el inicio del espectáculo. En las cimas de las montañas que vigilan el valle, se enciende una hoguera visible desde el núcleo urbano. Es la señal que esperan los fallaires para prender sus antorchas y comenzar un descenso vertiginoso por la ladera.
Río de llamas
La imagen que se crea es de una belleza plástica sobrecogedora, digna de las mejores producciones cinematográficas. Desde la plaza del pueblo, los espectadores observan cómo una serpiente de fuego desciende serpenteando por la oscuridad de la montaña. El silencio de la noche se rompe con el crepitar de las antorchas y la emoción contenida de una comunidad unida.
A medida que los portadores del fuego llegan a las plazas mayores de estas villas medievales, son recibidos por el resto de la población con música y alegría. Es el momento en el que el fuego se reparte y las faies iluminan las fachadas de piedra, creando una atmósfera mágica donde las sombras bailan y el tiempo parece detenerse en la Edad Media.
Cántico sagrado
Durante la quema, resuena un cántico monótono y ancestral que se ha transmitido de generación en generación: "Fia-faia, fia-faia, que nostro senyor ha nascut a la paia". Este mantra colectivo cierra el círculo entre la antigua celebración del solsticio y la festividad religiosa, uniendo a abuelos y nietos en un mismo ritual de pertenencia.
La espectacularidad del fuego no conlleva peligro, sino respeto. Los fallaires, muchos de ellos jóvenes que toman el relevo generacional, manejan las antorchas con una destreza aprendida desde la infancia. Es una demostración de identidad local que ha sobrevivido a siglos de prohibiciones y cambios sociales.
Final gastronómico
Cuando las antorchas se consumen y quedan reducidas a brasas, la fiesta da paso a la gastronomía tradicional. Las brasas de las faies se aprovechan para preparar tostadas con el imprescindible allioli de codony (membrillo) y aceite, acompañadas de la típica coca amb llonganissa.
Es un momento de comunión vecinal, lejos de los grandes banquetes sofisticados, donde se comparte el calor del fuego y el sabor de la tierra. Para el visitante, supone una oportunidad única de probar un producto local muy estacional, el membrillo, en un contexto de autenticidad difícil de encontrar en los circuitos turísticos habituales.
Guía práctica
Para asistir a la Fia-Faia es imprescindible llegar con antelación, ya que los accesos suelen colapsarse. La forma más directa de llegar es a través de la carretera C-16 (Eix del Llobregat) hasta la salida de Bagà, situada justo antes del Túnel del Cadí. El trayecto desde Barcelona dura aproximadamente una hora y media.
El ritual comienza alrededor de las 18:00 horas con el toque de oración, pero la llegada de las antorchas a la Plaça Porxada de Bagà y a la Plaça de l'Església de Sant Julià suele producirse hacia las 18:30 o 19:00 horas. Se recomienda aparcar en las zonas habilitadas en las afueras de los núcleos urbanos y llevar ropa de abrigo resistente a las bajas temperaturas.
