Si Miravet es como la costa Amalfitana de Cataluña, hay un municipio histórico que, desde su atalaya, parece uno de esos pueblos miran hacia el norte de Italia, la Toscana. En cambio, está en Tarragona.
La localidad esconde varias leyendas y una ruta por su entorno permite descubrir muchas más. También unos paisajes increíbles, con acantilados que se reflejan en las aguas de un pantano de aguas turquesas.
Siurana, el bello rincón de Tarragona que se niega a formar parte del listado de los pueblos más bonitos de Cataluña, ofrece historia, riqueza cultural y naturaleza espectacular. Y todo ello, puede descubrirse a través de unas rutas cómodas y que merecen la pena explorar.
Parten desde el conjunto medieval de Siurana, encaramado a 730 metros de altitud sobre un risco del Priorat. Un mirador convertido en municipio con casas de piedra dorada y unas calles que desembocan en un mirado más que prometedor.
La Toscana catalana
Si uno mira hacia abajo, puede ver las aguas del pantano y, reflejadas en ellas, los bailando y formaciones rocosas rojizas que lo rodean. Normal que algunos le llaman “la pequeña Toscana catalana”.
En su corazón, como sucede en Italia, luce la imponente iglesia románica de Santa María, con su ábside sencillo y perfecto, preside el silencio. A su alrededor, en vez de campos de lavando, se extienden viñedos que sirven de uva y vino al mundo.
Última fortaleza musulmana
Pero Siurana también está hecha de leyenda y tragedia. Fue la última fortaleza musulmana que cayó en Cataluña, en el siglo XII. Su historia más conocida es la de la Reina Mora Abdelàzia, símbolo de orgullo y libertad.
Cuenta la leyenda popular que, cuando las tropas cristianas sitiaron el castillo, la monarca prefirió lanzarse al vacío antes que rendirse. Montada en su caballo blanco, galopó hasta el borde del precipicio y se arrojó junto a él.
Aldea de Siurana
El Salto de la Reina Mora
El animal, en su intento de frenar, dejó grabada su huella sobre la roca: el famoso “Salto de la Reina Mora”, un mirador natural desde el que se contempla una panorámica vertiginosa del valle.
A día de hoy, la marca de la herradura parece seguir visible. Cada visitante se detiene allí en silencio, tratando de ver esa forma en la roca.
La herradura
Otra leyenda, menos trágica pero igual de misteriosa, habla del caballo de la Reina, condenado a vagar eternamente por las montañas del Montsant. En las noches de luna llena, dicen los vecinos, su relincho se mezcla con el viento. A veces, incluso parece escucharse un galope lejano sobre la piedra.
Todos estos misterios se pueden ir a ver e incluso recorrer. Estos son solo algunos de los alicientes de una ruta donde el poder lo real y lo mítico se entrelazan en medio de la naturaleza.
La ruta
La ruta arranca en la entrada del pueblo, donde una señal de madera indica el camino de Siurana a l’Albarca. El primer tramo desciende entre pinos y matas de romero por un sendero antiguo, estrecho y pedregoso, que fue durante siglos la única vía de comunicación entre los pueblos del valle.
Durante unos cuarenta minutos, el senderista avanza entre bancales de olivos centenarios y pequeñas ruinas de piedra seca. El olor a tierra y resina se mezcla con el del tomillo y se siente la humedad del pantano.
Al llegar al cauce del río Montsant, el paisaje cambia de repente: la temperatura desciende y el camino se adentra en un entorno fresco y húmedo. Aquí comienza el Congost de Fraguerau, un desfiladero natural excavado durante milenios por el agua.
Las paredes se estrechan y el sol apenas alcanza el suelo. El sonido del río acompaña al caminante, y la sensación es la de estar entrando en un territorio donde todo es posible, también las leyendas que se cuentan.
Montañas mágicas
El sendero avanza entre pasarelas de madera y pequeños puentes que cruzan el río. En cada curva aparecen formaciones rocosas de formas imposibles, con nombres tan evocadores como Els Tres Jurats, La Cadireta o El Bisbe, por las formas que recuerdan.
Tras hora y media de caminata, aparece el puente colgante del Congost de Fraguerau. Colgado sobre el río, no apto para gente con vértigo. Desde el centro, la vista del desfiladero es sobrecogedora.
Una ermita en el monte
Al otro lado del puente, bajo una enorme bóveda natural de roca, se encuentra la Ermita de Sant Bartomeu del Montsant, construida en el siglo XII. Pequeña, austera y casi escondida, fue lugar de retiro de ermitaños durante siglos. El eco de sus rezos, según cuentan, todavía se escucha en las noches tranquilas.
La ermita, con su puerta de arco de medio punto y su altar de piedra, se alza en uno de los lugares más serenos de toda Tarragona. Desde aquí, un pequeño mirador permite contemplar el corazón del congosto: un laberinto de rocas, agua y silencio.
Ermita del Congost de Fraguerau
Las voces del Congost
El desfiladero es también escenario de una de las historias más inquietantes del Priorat.
Dicen los lugareños que, cuando el viento sopla desde el norte y el río baja crecido, las paredes del congosto devuelven un murmullo humano, como si cientos de voces rezaran al unísono.
Dos versiones
Algunos aseguran que son los monjes y ermitaños que vivieron en Sant Bartomeu, cuyas plegarias quedaron atrapadas en la piedra. Otros creen que son las almas de aquellos que murieron buscando redención en la soledad del valle.
El fenómeno tiene, obvio, una explicación física: el eco profundo del cañón, amplificado por las curvas de la roca, reproduce sonidos que el oído humano percibe como coros lejanos.
De regreso al pueblo, el viajero puede recorrer sus callejones empedrados, asomarse a los balcones naturales sobre el pantano y visitar los restos del castillo de Siurana.
En cualquier caso, si visitar esta localidad siempre es un acierto, otoño es una época ideal para perderse por esta ruta. El clima es suave y la luz resalta los tonos rojos y dorados del paisaje.
Cómo llegar
Llega allí es fácil. Siurana está a un cuarto de hora de Tarragona. Basta ir en busca de la C-242 hasta Cornudella de Montsant, y desde allí una estrecha vía de montaña conduce hasta la Toscana catalana.
Desde Barcelona, el trayecto dura unas dos horas. A la entrada del pueblo hay un aparcamiento regulado, desde donde se accede a pie al centro.
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