Cataluña esconde (además de una deliciosa gastronomía) un sinfín de paisajes únicos y maravillosos que merece la pena ver, por lo menos, una vez en la vida. Su variedad geográfica, en la que podemos disfrutar de playa y montaña en apenas unos pocos kilómetros. En esta ocasión, te traemos una de esas experiencias que merece la pena vivir…
Su nombre original es el “tren jaune” o tren amarillo. Recorre uno de los parajes más emblemáticos para los catalanes: el Canigó. Curiosamente, este trayecto transcurre en Francia, aunque en una región conocida como el “Pays Catalan” o país catalán, un nombre que no necesita explicación.
Este ferrocarril es un viaje en el tiempo, atravesando la historia de esta tierra. La construcción del primer tramo, entre Vilafranca de Conflent y Mont Louis, se realizó entre 1903 y 1910. Siete años que sumaron otros 17 para completar la línea hasta Torre de Querol-Enveitg en 1927.
Este es el recorrido del tren amarillo por los Pirineos
Desde entonces, este tren se ha ganado el afecto de los habitantes locales. En parte porque facilitó la conexión entre los pueblos de los Pirineos Orientales, y también porque impulsó el turismo en la región. Atraer a visitantes, especialmente del lado español, fue uno de los objetivos clave de su construcción. Y lo lograron.
Actualmente, el tren amarillo, o “canario” como lo llaman, transporta alrededor de 400,000 pasajeros al año. Y eso que no opera todo el año; solo circula desde finales de mayo hasta el puente de la Constitución, siempre y cuando las condiciones climáticas lo permitan.
Qué ver en el recorrido en tren
El clima y la geografía del trayecto hacen especial el recorrido de este ferrocarril. Cuenta con más de 650 obras de ingeniería, entre ellas 19 túneles y dos viaductos impresionantes: el viaducto de Séjourné y el puente suspendido de Gisclard, que cuelga a 65 metros de altura. Con los paisajes nevados de invierno, las vistas a lo largo de sus casi 65 kilómetros son como postales.
Hay tiempo suficiente para capturar fotos. Este tren no es rápido; apenas alcanza los 55 km/h, pero tiene que subir desde los 427 metros sobre el nivel del mar hasta los 1,596 metros en La Bolquera, el punto más alto de cualquier vía férrea en Francia.
Esta es la historia de la ruta más especial de Cataluña
Viajar en este tren es, de algún modo, recorrer la historia compartida entre Cataluña y España. Muchos ciudadanos españoles huyeron por estas rutas durante la Guerra Civil, y otros europeos escaparon del nazismo en la Segunda Guerra Mundial. Además, atraviesa el imponente Canigó, una montaña que los catalanes valoran desde hace siglos.
Durante el Renacimiento catalán, el poeta Jacint Verdaguer convirtió este pico de los Pirineos en un símbolo casi sagrado. En 1886, este clérigo narró la historia de un caballero que partió del monasterio de la montaña para luchar contra los musulmanes durante la Reconquista. Así, las tradiciones culturales que unían a la gente de ambos lados de la frontera comenzaron a ser reconocidas.
En 1955, en pleno franquismo, la leyenda del Canigó tuvo otro impulso significativo. Inspirado por el poema “Canigó” de Verdaguer, Francesc Pujades, un residente de Arles de Tec, ideó encender fuegos en la cima de la montaña en la víspera de San Juan, distribuyendo la llama para unir a las poblaciones que compartían la cultura catalana.
Esta tradición fue repetida año tras año alrededor de la festividad de San Juan y llegó a extenderse hasta Vic en 1966. Durante la dictadura franquista, muchos vieron en este ritual un símbolo de resistencia ante los esfuerzos por suprimir la cultura catalana. Desde entonces, cada año se realiza la bajada de la Flama del Canigó, y quienes lo deseen pueden acompañarla en un viaje a bordo del tren amarillo.