Habla el extranjero Crónica Global Barcelona
El pasado mes de noviembre, la Casa Blanca publicó su nueva Estrategia de Seguridad Nacional, donde declara cuáles son sus intereses y propósitos. Son los planes de Donald Trump para el mundo. Me ha encantado leer el prólogo, firmado por el mismo Trump, tan triunfalista y arrollador como nos tiene acostumbrados. Después de jactarse de haber sacado a su país del borde de una quiebra total y de las muchas guerras que él, con su firmeza y determinación, ha desactivado, acaba diciendo:
“Ésta es la hoja de ruta para que América [o sea, Estados Unidos] siga siendo el más grande y exitoso país en la historia de la humanidad y el Hogar de la Libertad para todos. En los próximos años seguiremos desarrollando cada dimensión de nuestro poder nacional, y haremos América más segura, rica, libre, más grande y más poderosa que nunca”.
Debajo ya viene su conocida firma de psicópata.
Imagen de Donald Trump con los primeros decretos de su segunda etapa en la Casa Blanca
El resumen y análisis más sugestivo –aunque ambiguo, si bien la ambigüedad es a menudo reveladora e interesante-- que he leído de esa “hoja de ruta” es el del profesor norteamericano especializado en política internacional James K. Galbraith, hijo del famoso historiador económico John Kenneth Galbraith, publicado el pasado martes en Responsible Statescraft, un think tank estadounidense que se precia de ser independiente de los poderes políticos. Lo traduzco para ustedes, convencido de que es formativo ver el escaso peso de nuestras cuitas, vistas desde la capital del imperio.
El título ya es muy elocuente: “La lógica de la Seguridad Nacional de Trump: tierras raras y combustibles fósiles”. El texto dice:
«La Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos busca una ‘estabilidad estratégica’ con Rusia. Declara que China es meramente un competidor, que Oriente Medio no es central para la seguridad estadounidense, que América Latina es ‘nuestro hemisferio’ y que Europa se aboca a un ‘borrado de civilización’.
India, el país más poblado del mundo, apenas merece una mención; podría decirse, como dijo Neville Chamberlain de Checoslovaquia en 1938, que es ‘un país lejano… del que no sabemos nada’. Pues tanto mejor para la India, que puede ocuparse de sí misma.
La realpolitik de este documento es sobrecogedora, aunque su lógica subyacente no está clara. En efecto, como declaración de ideología política o de ‘valores’, la Estrategia es incoherente. Proclama respeto por la soberanía de países cuyos sistemas de gobierno difieren del nuestro, pero a renglón seguido reprocha a Europa prácticas antidemocráticas. Admite el fin de la hegemonía estadounidense, pero acto seguido afirma su hegemonía sobre todo el hemisferio occidental, abrazando la Doctrina Monroe [el aislacionista “América para los americanos” del presidente Monroe] como si fuera palabra de Dios.
¿Qué hilo de Ariadna —si es que hay alguno— liga esta mayonesa?
Es una lógica de los recursos y, en primera instancia, de los combustibles fósiles. Con el petróleo fluyendo abundante desde Texas y con reservas en Canadá y Venezuela, Estados Unidos puede salir del Golfo Pérsico. Podría incluso —en principio, sin prever que ocurra en la práctica— dejar a Israel a su aire. El gas ruso, o más precisamente su ausencia, ha sellado el destino de Europa: Alemania se desindustrializa mientras que Gran Bretaña y Francia, con sus imperios hace tiempo desaparecidos, están en profunda decadencia. Fracasadas las sanciones, ahora la victoria final de Rusia en Ucrania está asegurada.
De ahí que sea necesario acomodarse a Rusia y romper los antiguos vínculos de Estados Unidos con las élites europeas rusófobas.
El presidente de EEUU, Donald Trump, en una imagen reciente / EP
Con China, la cuestión de los recursos son las Tierras Raras y, sobre todo, el galio, un subproducto del refinado de la bauxita en alúmina. China controla las tierras raras gracias a un cuasimonopolio del refinado, que podría erosionarse, con esfuerzo decidido, con el tiempo. El galio [subproducto del aluminio, esencial para semiconductores] es distinto; la capacidad estadounidense de aluminio alcanzó su máximo en 1980, y la ventaja proporcional china en el refinado subyacente es ahora de 90 millones de toneladas métricas frente a 1. Estados Unidos no puede producir por sí mismo galio en cantidades suficientes, ni a corto ni a medio plazo. Como no hay sustituto del galio para los microchips de última generación, las fuerzas armadas estadounidenses no pueden hoy enfrentarse a China y prevalecer. Por consiguiente, la distensión es necesaria para Estados Unidos, como también es deseada y aceptada por China.
El notable reciente ablandamiento de la posición estadounidense hacia China es consecuencia directa de esta realidad material.
Como estrategia, el nuevo orden no es a prueba de hierro. Hasta ahora, apenas ha afectado la planificación del Pentágono, y no debe tomarse demasiado en serio mientras no se cierren bases, se desmantelen portaaviones y se manden al desguace las armas nucleares, al tiempo que toma forma una nueva Marina adaptada a las necesidades regionales.
También presume de varios supuestos poco realistas, como la idea —de inmediato desmentida por China— de que quizá Japón (y Corea) pudieran defender la “primera cadena de islas”, ese eufemismo para Taiwán. Igualmente irreal es la idea de que Europa vaya a asumir su propia defensa, triplicando o más su gasto militar actual mientras sus economías siguen en declive.
Xi Jinping, Donald Trump y Vladimir Putin, con los símbolos de Europa de fondo/ MONTAJE
Luego está la desfachatada idea de que las naciones de América Latina no son países de verdad, sino dependencias y satrapías —o sea, colonias, con otro nombre— gobernadas por caciques. Que haya habido, y aún haya, países así en la región es innegable. Pero México y Brasil, por no hablar de Colombia y Venezuela, así como Nicaragua y Cuba, tienen otras ideas. El descarado tono de mafioso de Miami es el rasgo más retrógrado de este documento, un tono apenas distinto de los años anteriores a la Guerra de Secesión, cuando Cuba y México se veían como nuevas fronteras para los esclavistas sureños.
En lo referente a la economía, la Estrategia es un cúmulo de contradicciones. Persigue la reindustrialización, a la vez que protege el sistema financiero y el dólar global. Busca el liderazgo tecnológico mientras recorta impuestos, regulación y la (ya muy degradada) capacidad del Gobierno para especificar en qué debe consistir ese liderazgo. Quiere construir un ejército invencible y de espectro completo, mientras promueve una “prosperidad protrabajador ampliamente compartida”. Este es el síndrome del niño que quiere todos los paquetes relucientes bajo el árbol. Cabe esperar una rabieta cuando quede clara la realidad de que no se puede tener todo.
Con todo, pese a sus defectos, como ataque al previamente sacrosanto orden mundial unipolar y eurocéntrico, la nueva estrategia es un rompehielos. Abre un espacio político que no se veía desde hace 40, 50 o quizá 60 años —desde Reagan y Gorbachov, Nixon y Mao, o desde Kennedy y Jrushchov, quienes trataron de evitar, cada uno a su manera, el enfrentamiento nuclear final--. La reacción de pánico de los dirigentes políticos europeos y de las élites de la política exterior estadounidense, del Partido Demócrata y de los medios de comunicación presagia una lucha colosal por mantener vivo el viejo orden […]
Los intentos anteriores de hacer la paz terminaron todos, al cabo, en nada. Las iniciativas de Kennedy en 1963, en particular el tratado de prohibición de pruebas y su decisión de salir de Vietnam, acabaron con su asesinato. La apertura de Nixon a China condujo a una relación profunda que solo derivó en hostilidad cuando China emergió como una potencia económica de primer orden, mientras se desmoronaba la ilusión noventera del “fin de la historia” y de la convergencia hacia la “democracia liberal”. El fin de la Guerra Fría, obra de Gorbachov y Reagan, dio paso, bajo George H. W. Bush, a proclamas de “victoria” con la inevitable repercusión: la revancha.
Sin embargo, en cada uno de esos episodios, la ventaja material de Estados Unidos era mayor y su necesidad de dominar el mundo más apremiante que hoy. Desde entonces, la capacidad militar estadounidense se ha erosionado; la era de los misiles y los drones ha sustituido a la de los portaaviones y las bases, y las condiciones tecnológicas del conflicto favorecen abrumadoramente la defensiva. Y, por ahora, Estados Unidos es efectivamente autosuficiente en energía, mientras que las reservas que pueda necesitar en el futuro están cerca, y no al otro lado del planeta.
Esos recursos que hay que obtener de China pueden conseguirse mientras se respeten las condiciones de China; no se obtendrán si China percibe a Estados Unidos como una amenaza militar.
Las condiciones materiales, en suma, favorecen la paz. Ninguna de las otras grandes potencias —y mucho menos la casi ignorada India— alberga delirios de dominación mundial. Tomando la situación mundial tal como es, Estados Unidos puede encontrar un terreno común con Rusia y puede convivir con China como coigual y socio comercial. La nueva estrategia es por tanto una invitación abierta para que Taipéi [capital de Taiwán] llegue a un arreglo con Pekín y para que futuros gobiernos en Berlín, París y Londres busquen un acuerdo con Moscú.
No hay motivo para el optimismo. Ajustar la economía para conseguir una “prosperidad protrabajador” es una tarea que está por delante, y no será sencilla ni estará exenta de conflicto interno. Sin duda, quienes apuestan por el dominio coercitivo harán todo lo posible, en los próximos meses, por revertir cualquier avance hacia una paz equilibrada. La violencia en torno a Venezuela es una perspectiva inminente.
Pero, en un plano más general, los guerreros globales están defendiendo un orden mundial que ya no existe, mientras que las nuevas condiciones reclaman realmente una consolidación regional y una multipolaridad; un mundo en el que la paz y la estabilidad son primordiales».