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¿De verdad estamos ya en guerra?

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Hace unos meses señalamos aquí los nuevos movimientos en Alemania, Polonia y Francia para reintroducir progresivamente el servicio militar obligatorio, en vistas a la posibilidad de una nueva guerra mundial, provocada por Rusia en su invasión de Ucrania, que a nosotros nos suena como cosa muy lejana, pero resulta que formamos parte de la OTAN, y eso conlleva ciertas obligaciones desagradables.

Ahora ya es la prensa internacional la que alerta sobre este asunto. En el mar Negro, por primera vez, Ucrania ha atacado petroleros que se dirigían a Rusia. Las cuestiones militares y de seguridad ocupan un lugar destacado en la agenda de todos los países, y Putin se permite insinuaciones sobre una guerra con Europa. ¿Está el continente al borde de un conflicto aún mayor?


El País
(España) publicaba el otro día un editorial en estos términos (o parecidos, pues aunque el titular me llamó la atención, la verdad es que no lo leí, de manera que ahora me veo obligado –el lector sabrá disculparme- a traducirlos de una agencia de noticias en inglés): «En muchos países se está reintroduciendo el servicio militar en medio de rumores de guerra, y sin duda hay que estudiar los planes militares para entender la situación internacional actual. […] No estamos ni en guerra ni en paz, aunque ayer Vladimir Putin advirtió: “No queremos la guerra con Europa, pero si estalla, estamos preparados”. La palabra clave aquí es “pero”: nada puede darse por sentado... Han regresado los grandes emperadores y los señores feudales del poder tecnológico. Ni guerra ni paz: una niebla se cierne sobre este tiempo incierto, en el que la cuestión ya no es hacia dónde nos dirigimos, sino hacia dónde nos arrastran. […] Lo único que podemos hacer es encontrar un pequeño agujero en el que escondernos».

¿”No estamos ni en guerra ni en paz?” Desde luego, esto es extremadamente alarmante. Bueno, salgamos de ese “pequeño agujero” ahora, a ver qué dicen sobre este asunto otros grandes medios de comunicación europeos.


La Stampa
sostiene que, de hecho, ya estamos en guerra: «Europa se funda en el derecho y la transparencia, Rusia en su erosión. La OTAN debe defender sus propios compromisos, sin convertirlos en puntos débiles. Debe implicar a un aliado estadounidense que actúa según la lógica del intercambio y la transacción, así como a un enemigo ruso que actúa según la lógica de la desestabilización. Por eso la “guerra invisible” no es un preludio de la guerra: es la guerra. Una guerra que no se libra a lo largo de las fronteras, sino en la red de infraestructuras que mantiene unido al continente. La supervivencia estratégica de Europa dependerá de si logra ocupar su lugar en la mesa de negociación no solo para defender territorios, sino como adalid de sistemas, continuidad, resiliencia y derechos».


Hemos detectado en Il Corriere della Sera un análisis interesante del muy informado Marco Imarisio. Lo reproduzco, abreviado, a continuación: “El mundo de ayer se ha acabado. Y no volverá. Este es el título con el que Nezavisimaya Gazeta, el más liberal de los periódicos moscovitas, siempre en el filo entre la libertad condicionada de pensamiento y la prisión en sentido no solo figurado, presenta la enésima semana decisiva de las negociaciones sobre el posible fin de la guerra en Ucrania. Han pasado ya casi cuatro años desde que todo comenzó. Muchos cambios en la vida de todos, mucho cansancio, mucha polarización en las sociedades de todo el mundo. Pero lo que nos cuesta comprender y aceptar es cómo la propia esencia de Rusia ha cambiado de manera radical e irreversible a lo largo de este tiempo. «La normalización es posible, pero sobre otras bases», se lee en el artículo que hemos citado, sin firma y por tanto atribuible al director Konstantin Remchukov, por lo demás un hombre de sólida cultura occidental. «¿Puede Vladimir Putin aceptar hoy el rules based order [orden basado en las leyes] occidental respecto a su país? La respuesta es obvia: no. Rusia no quiere volver a ese “orden” como una especie de premio por la paz, como si fuera una zanahoria o un turrón. Este orden ya no representa un valor para Rusia. Es un valor para la UE, pero no para nosotros».

>>Es desde aquí desde donde hay que empezar. Desde el final de la ilusión.

El presidente de Rusia, Vladímir Putin, en una imagen de archivo

El presidente de Rusia, Vladímir Putin, en una imagen de archivo EFE / EPA / MIKHAIL METZEL / KREMLIN POOL / SPUTNIK

>>Quien esté convencido, y en Italia hay muchos, de que una vez firmada la paz, justa o injusta, no importa, todo volverá a ser como antes, se equivoca. O se engaña a sí mismo. Cuando menos, en Rusia hacen profesión de realismo. Aunque las generaciones jóvenes, la clase media y la acomodada sigan mirando a Europa con nostalgia y añoranza, nadie imagina un acercamiento al Viejo Continente, ni siquiera en la hipótesis más optimista. Esa era la vida de ayer, que gustaba a todos o casi todos. Pero en la historia de este inmenso país, quien manda siempre ha sido un solo hombre.

>>Putin ha ido demasiado lejos. Su estrategia, rediseñada después del breve periodo de [del proyecto de] la conquista de Kiev en tres días y de la vana esperanza de que todos aceptaran el fait accompli, se basa en líneas maestras que no tienen en cuenta nuestro pensamiento ni nuestras necesidades. Para el Kremlin, la relación con Occidente es ya solo una cuestión de dinero, de negocios que cerrar con el mejor postor: venid a ayudar a nuestra economía de guerra cada vez más tambaleante, dinero y tecnologías a cambio de nuestras infinitas materias primas. Nada más. La petición de ser readmitido en un eventual G8 es humo en los ojos. Putin quiere hacerse independiente de Europa y de Estados Unidos, o al menos no susceptible de chantaje, para seguir los alisios de su visión histórica. Busca reforzar su peso global a golpe de contratos firmados por las multinacionales del petróleo y del gas. Pero los cimientos de un sistema alternativo de poder ya se han puesto. Rusia pretende participar en él, aun siendo consciente de que será un socio minoritario. También aquí, en el nuevo orden mundial.

[…] Tras un largo juego de dilaciones, Putin se ha resignado a mantener la promesa hecha hace tres meses a Xi Jinping, firmando un decreto que suprime los visados para los chinos que quieran entrar en Rusia. Parece un gesto de cortesía, así lo presenta la propaganda. En realidad, el Kremlin se pliega a una petición ineludible del aliado más fuerte, renunciando a su propio soberanismo y abriendo las puertas a una inmensa masa de trabajadores que colonizarán la Rusia oriental.

>>Pero es un cáliz amargo que Putin está dispuesto a apurar en nombre de su nueva estrategia global, que considera a Occidente como un enemigo, como mucho como un bien ampliamente fungible al que se puede renunciar sin ningún remordimiento. La comparación con su indisponibilidad a cualquier verdadera concesión sobre la cuestión ucraniana vale más que mil palabras. También la relación con Estados Unidos debe evaluarse a la luz de un dado que para Rusia ya está echado. Nadie habla de amistad ni de entendimiento duradero. Las indicaciones informales de la administración presidencial a los medios revelan otra cosa. La deferencia con la que se trata a Donald Trump obedece al simple interés. Un Tío Sam lunático y rico al que alabar y explotar mientras dure.

Imágenes superpuestas del presidente ruso, Vladimir Putin, y el presidente de EEUU, Donald Trump / EP

Imágenes superpuestas del presidente ruso, Vladimir Putin, y el presidente de EEUU, Donald Trump / EP

>>En todo esto, la orgullosa y obstinada resistencia de Volodymyr Zelensky y de su pueblo constituye al mismo tiempo una molestia y una cuestión de principios. El nuevo orden mundial nunca podría aceptar contar entre sus guías con una superpotencia incapaz de imponerse en un conflicto local en la lejana Europa.

"Más allá de las pocas frases dejadas caer para mantener las manos libres en caso de aceptación total de sus propias condiciones, no hay un solo indicio de una voluntad real de Rusia de llegar a una pausa de las hostilidades. La economía, que cada vez sufre más, no tendrá ningún efecto disuasorio; como mucho comportará una nueva vuelta de tuerca autoritaria, de la que ya se vislumbran los signos, para acallar el descontento de la sociedad rusa. Esto no es Chechenia, heredada de Borís Yeltsin. No es el castigo relámpago infligido a Georgia, no es la lejana Siria. En un país forjado por la guerra, no todas las guerras son iguales. Esta es la guerra existencial de Putin, el conflicto por el que será recordado en los libros de historia, su máxima aspiración. No una figura de paso, el último homo sovieticus, sino un caudillo. Y un vencedor que, para serlo, no necesita estampar su firma en un tratado, sino disponer de territorios ajenos que reivindicar”.

Valeriy Chaly, exembajador ucraniano en Estados Unidos, sostiene en Facebook que Putin tiene los pies de barro: «Con sus amenazas para chantajear a los países clave de Europa [se refiere a las declaraciones de Putin sobre una guerra contra Europa], el líder del decadente imperio de Asia del Norte [se refiere a Rusia] ha demostrado claramente que su posición se está debilitando. En la jerga de los patios traseros de San Petersburgo: va de farol. Eso es una buena señal. El único problema es que sus palabras podrían bastar para que los países de la UE y los estados europeos de la OTAN pasen de estar “decididos” a estar de nuevo eternamente “dispuestos”. Europa está despertando. ¡Espero que por fin empiece a actuar! ¿Dónde están los Churchill, Thatcher y Adenauer de Europa? ¡Ha llegado su hora!»