Tras poner de acuerdo a PP y PSOE para endurecer las penas contra la multirreincidencia, Junts plantó ayer la semilla de una nueva línea estratégica contra la "Cataluña de los diez millones". Es el eufemismo, compartido por ERC, para abordar el debate migratorio sin parecerse a la ultraderecha. Un asunto ineludible incluso para un partido acostumbrado a la ambigüedad.
Sus alcaldes llevaban meses alertando del problema, tanto el que sufren en sus calles como el que reflejan las encuestas. Y desde Waterloo calculan que es hora de moverse, pese a las múltiples incógnitas que rodean al partido de Carles Puigdemont, pendiente de un regreso llamado a cambiarlo todo, y presionado para afincar a sus siete diputados en Madrid en uno u otro bloque. Mientras, lo único que le preocupa al expresident de la Generalitat es que la Aliança Catalana de Sílvia Orriols le coma la tostada.
Radicalización
Es el miedo que guía todas las decisiones de Junts. También la de empezar el año con un plan para enmendar el actual modelo de integración que los convergentes impulsaron durante décadas, y alertar de que, al menos por ahora, en Cataluña no cabe nadie más. "Los servicios públicos están saturados" es el argumento más repetido para darle a su electorado lo que creen que piden.
Ya se empieza a escuchar en el entorno de la formación, asimismo, que "el Islam presenta alguna incompatibilidad". Pero cualquier afirmación del estilo viene acompañada de que "el catalanismo es un movimiento integrador", y de que con Aliança Catalana no se puede pactar porque es un partido "xenófobo". Como si esto atenuara la radicalización que se cuece en el seno de Junts.
Un cónclave con protagonista
Ayer se tanteó a la militancia barcelonesa en un cónclave, a puerta cerrada para los que no llevaban carnet, donde se dejaron caer algunas de estas ideas. Y hubo un protagonista indiscutible. El hombre elegido por Waterloo para tantear cómo de lejos se puede llegar, y un perfil "convencido de que Orriols tiene razón en muchas cosas de las que dice", según explica un compañero suyo.
Se trata de Salvador Vergés, una figura al alza en el partido. Candidato por Girona en las últimas elecciones catalanas, el cambio de rol de Albert Batet, ahora maniobrando apartado de los focos, le dejó en bandeja la portavocía en el Parlament, con el respectivo ascenso de Mònica Sales como presidenta de grupo. Ya era conocido en la Ciutadella por sus contundentes discursos contra la consellera Sílvia Paneque, que muchos reconocían que "al menos, estaban bien escritos".
Independentista a ultranza
Asimismo, se trata de un liderazgo surgido de la mano del procés, con un fuerte convencimiento de que el referéndum ilegal del 1-O, hoy olvidado por la sociedad catalana, merece toda la legitimidad. Es lo que en Junts enmarcan en la corriente "octubrista", y que encaja con la descripción de independentista radical, lejano a la tradicional y pragmática Convergència i Unió que otros tantos quieren para Junts.
Un perfil, en cualquier caso, al que desde Waterloo se le confía la contención de Aliança Catalana en el llamado cinturón del fuet, que rodea la C-25 y se diluye en La Garrotxa natal de este ingeniero de caminos. Una figura llamada a prometer "orden" en la Cataluña rural, la que menos inmigración recibe y con más entusiasmo celebra que la ultraderecha esté hoy más de moda que nunca.
