'Lo que me gusta de Núria Marín', por Andrea Rodés
Núria Marín nació en el barrio de la Torrassa, en L’Hospitalet, y dice que sigue viviendo allí “porque se siente muy a gusto”. Quizá sea ésta la mejor forma de justificar por qué uno decide vivir en un sitio u otro. Luego lo estropea un poco añadiendo que es la ciudad “donde he vivido siempre, donde tengo mis raíces, mis recuerdos y donde me gusta estar, con mi gente”, porque estas razones no valen para los inmigrantes, que forman el 21% de la población de L’Hospitalet.
Me gusta la ilusión y el entusiasmo que transmite cuando participa en un evento festivo o deportivo de su ciudad, que no son pocos. El más reciente fue la 31ª Milla Urbana Santa Eulàlia, una jornada solidaria para apoyar el hospital de la Cruz Roja y el Hospital Sant Joan de Déu. “Se nota que el ayuntamiento aprovecha cualquier fecha para organizar un evento de ocio o cultura”, me dice Flo, uruguaya residente en el barrio de Collblanc.
Me gusta que Flo esté encantada con la guardería municipal de su hija (Llar d’Infants la Florida), significa que Marín tiene la educación infantil como una prioridad.
'Lo que no me gusta de Núria Marín', por Joaquín Romero
Lo que menos me gusta de Núria Marín tiene más que ver con su gran peso interno en el PSC que con su trabajo como alcaldesa de L’Hospitalet, porque es el poder que tiene en el aparato socialista lo que la ha situado al frente de la Diputación de Barcelona.
Los 1.241 millones de presupuesto de la institución dan para mucho, incluidos 90 cargos de confianza y la Xarxa Audivisual Local (XAL) donde también pesebrean gentes caídas en desgracia o, mejor dicho, que viven del erario. El pacto con los neoconvergentes incluye mantener el programa semanal en inglés de Marcela Topor, esposa de Carles Puigdemont, y por el que cobra 6.000 euros mensuales.
Gobierna L’H desde 2008, primero como sustituta de Celestino Corbacho y después como ganadora de las elecciones. Las encuestas anuncian otra mayoría absoluta, quizá ampliada. Si se confirma, igualará el récord de José Montilla en Cornellà y casi alcanzará a Jordi Pujol, que superó los 20 años como president. Y no estoy seguro de si eso me disgusta o me gusta.