Como se dice popularmente, es la crónica de una destitución anunciada. Pere Aragonès, tal como publicó Crónica Global, planeaba desde hace tiempo destituir a Jordi Puigneró del cargo de vicepresidente del Govern y recuperar una vicepresidencia económica que estaría en manos de Jaume Giró. Este es el cartucho que el máximo mandatario de la Generalitat tenía guardado en previsión de que sus socios extremaran sus amenazas.
Puigneró, el enlace del sector duro de Junts per Catalunya (JxCat) en el Consell Executiu, ha sido el chivo expiatorio de esta minicrisis con la que Aragonès intenta frenar una escalada de reproches y deslealtades, marcar su liderazgo y abocar a sus socios a una crisis interna. Junts tendrá que decidir si acepta ese “castigo”, que abre la puerta a un tándem del presidente con Giró. El actual consejero de Economía, visto en su partido como un posible candidato a la Generalitat, se mostró leal a Aragonès en las comparecencias mantenidas a lo largo de la frenética jornada de ayer.
Fue otro duro del partido, Albert Batet, presidente de un grupo parlamentario de JxCat --cada vez más alejado de los consellers del Govern-- el que precipitó esta penúltima crisis al proponer que Aragonès se someta a una cuestión de confianza si no cumple con los acuerdos de gobierno en lo que respecta a la consecución de la independencia de Cataluña.
La fidelidad de Giró
La propuesta de Batet, conocida por Puigneró, puso en bandeja al president esa “remodelación” del Govern, limitada de momento a la vicepresidencia, pero a la que se ha llegado tras horas de rumores sobre una posible ruptura y, sobre todo, tras un nuevo alarde de la inconsistencia de un Ejecutivo más preocupado por las pugnas electorales que por la gestión.
Y es que, ayer, los socios de gobierno exhibieron de forma impúdica sus vergüenzas. Las de ERC, que necesitaba marcar perfil ante la enésima deslealtad de Junts teledirigida desde Waterloo. Y las de los neoconvergentes, divididos entre los partidarios de la confrontación y quienes quieren pasar página del procesismo.
No era la primera la primera vez que los dos partidos independentistas pasaban por una situación de cisma. Solo hace falta recordar las peleas protagonizadas en el anterior mandato, cuando también sonaron tambores de ruptura. La propuesta de Quim Torra de convocar un referéndum en aquella legislatura, a espaldas de ERC y de algunos consejeros de Junts, también puso la coalición al borde del abismo. Hubo anticipo electoral, sí, pero no ruptura.
Los reproches y las puyas han continuado en este mandato, pero con ERC en la presidencia y Junts como socio, que ya estuvo a punto de quedarse fuera del Govern tras las elecciones del 14F.
Los peligros de una ruptura
Aragonès tenía otras opciones, como pactar con los comunes. Incluso amagó con ello. Pero las consecuencias judiciales del referéndum del 1-O eran demasiado recientes y ERC no se atrevió a romper la unidad independentista. Hoy, el republicano sigue teniendo otras alternativas que pasan también por un nuevo tripartito de izquierdas, aunque la condición del PSC como primer grupo parlamentario complicaría la estabilidad de un Govern con socios externos. Sobre todo con Junts en la oposición, extremando sus críticas a los escasos avances de la mesa de diálogo.
Todo ello planeó ayer en la reunión del presidente catalán con los consellers de Junts, así como con el secretario general de esta formación, Jordi Turull, que hasta el último momento mantuvieron su pulso, esto es, sus posiciones enrocadas. A pesar de que la propuesta de Batet sobre someter a Aragonès a una cuestión de confianza, era ignorada por muchos consejeros, éstos hicieron piña y se alinearon “por unanimidad” con ese órdago. Fuentes de Presidencia lo negaron, en un nuevo intento por señalar las diferencias internas de JxCat. De nuevo el partidismo y los intereses electorales por encima de la gestión.