José Antonio González Casanova guardó siempre en la memoria la creación del Tribunal Constitucional en 1981, cuando un sector del PSOE le hizo candidato. Pero la entonces Alianza Popular de Fraga se opuso a su nombramiento por ser demasiado autonomista y tuvo que intervenir en su defensa Miquel Roca, quien se ofreció a proponerle en nombre de CiU, si los socialistas finalmente no lo hacían. ¿Quieren mayor ejemplo de transversalidad? Para entonces y para muchos años después, la identidad catalana, vasca, gallega o castellana no pasaban de ser, en opinión del profesor, una dignísima añadidura. Tuvo una forma de entender los temas identitarios marcada por su humanismo radical, que no se correspondía en nada con las exageradas hipérboles del mundo soberanista de hoy.
El catedrático de Derecho Constitucional González Casanova, murió la madrugada de ayer viernes 29 de octubre a la edad de 86 años, después de no superar un ictus que sufrió hace algunas semanas. Abogado, político y escritor, vivió a caballo entre el mundo académico y la praxis. Fue uno de los redactores de la Constitución Española de 1978 y del Estatut d'Autonomia de Catalunya de 1979, y también colaboró en la elaboración del Estatuto del País Vasco y el de Galicia.
Universitat de Barcelona
En la Universitat de Barcelona, González Casanova dejó una huella profunda en varias generaciones de frontera, cuando Pedralbes bullía y la calle olía a una mezcla de tinta, goma de pegar panfletos y cocktails molotov. En la Facultad de Económicas fue profesor de Teoría del Estado para varios oleajes de nuevos jóvenes analistas dispuestos a difundir a Tomas Moro, Maquiavelo, Locke, Marx o Lenin. Evitó el descalabro de la Central estando Fabian Estapé en el cargo de rector; recibió ilusionado el reingreso de los profesores expedientados, como José María Valverde o Manolo Sacristán, y acabó ejerciendo de Síndic de Greuges de la misma Universidad. Su destino académico fue para él una forma de convivencia --casado con la difunta Rosa Virós, ex rectora de la Pompeu-- en la que el aula, el Departamento o las sesiones en el Ateneu de sombra y mármol se fundían en conceptos y proximidad. Un estilo inspirado en el lejano Cambridge de Bertrand Rusell y del joven Wittgenstein, hombres de vida “inspirada por el amor y guiada por el conocimiento”. Transportó la política en el hemisferio izquierdo del cerebro; compartió la didáctica con la educación sentimental; su hija, Itziar González, activista cívica y arquitecta, llegó al Ayuntamiento de Barcelona, en la etapa de Jordi Hereu, como concejala de Ciutat Vella.
Antes de fundirse de lleno en su vocación docente, González Casanova fue un cronista de la política española en la prensa diaria, fruto de la cual, fue publicando obras como La Derecha contra el Estado; Fulgor y sombras del socialismo en España o Cataluña: federación o independencia. Después llegó el turno de su obra científica como jurista y, en el tercer tramo de su dilatada carrera, eclosionó el González Casanova ensayista capaz de abarcar un amplio abanico entre el pensamiento crítico y el memoralismo, siguiendo la estela netamente barcelonesa de cronistas como Maurici Serrahima o Albert Manen y buena parte de la obra periodística de Sagarra y Pla. En la cima de este último trayecto se sitúa su Memoria de un socialista indignado, obra que le hizo merecedor del Premio Gaziel. En este texto figuran datos poco conocidos de la política española en el último medio siglo con retratos de Jordi Pujol, Josep Tarradellas, Felipe González, Alfonso Guerra, Pasqual Maragall o Narcís Serra.
Frente de Liberación Popular y Front Obrer de Catalunya
Nacido en 1935, educado en una familia franquista y alumno de un colegio de curas, el profesor rompió las costuras desde muy joven militando en el FLP (el conocido Felipe o Frente de Liberación Popular) y siendo uno de los fundadores del FOC (Front Obrer de Catalunya). Su vinculación socialista con el PSOE en el poder le duró apenas un lustro, poco tiempo, aunque muy prolijo en contribuciones teóricas. Entre 1987 y 1990, González Casanovas fue rompiendo con Felipe González para instalarse en un izquierdismo ético, marcado por la ausencia de conexiones en la Europa de Maastricht camino del euro e instalada en un modelo sin fisuras.
Los lazos del Felipismo con la oligarquía económica, los sucesivos gobiernos de Aznar y el escaso vuelo internacional de Zapatero colocaron el punto de vista del profesor en la rampa de salida de la nueva izquierda. Entre la lenta combustión del 2015 y el auge de Podemos, González Casanova encontró una referencia. En uno de sus últimos trabajos, La odisea de Podemos; de la Puerta del Sol a Moncloa, editado por Viejo Topo, expone los retos de una generación, víctima de la crisis económica encastillada, que busca con esperanza el combate pacífico por un mundo más justo.
Cultura y curiosidad inabarcables
González Casanova ha sido un hombre de inmensa cultura y curiosidad inabarcable. En sus escritos fluye la “Austria bella y crepuscular del periodo entre guerras que vivió Mahler, el gran músico”; y se repite muchas veces su reflexión sobre la España republicana de “José Bergamín, un zarzuelero revoltoso por el estribillo de La Revoltosa- ¡Ay Felipe de mi vida! - que depuró de una tacada el barroco, el romanticismo y el simbolismo”.
Es también el cristiano sin el éxtasis carismático del dios hecho hombre, pero convencido del hombre que fue Jesús de Nazaret. González Casanova abrió los ojos al mundo en los años del nacionalcatolicismo, un siniestro maridaje que no se ha visto en otras partes, ni siquiera en la Croacia de los ustachi. Se educó bajo los obispos catalanes, como Pla i Daniel, que elevaron la rebelión militar africanista a cruzada de liberación. Su izquierdismo estuvo marcado por la posguerra. Su severa moralidad de esteticista le condujo al pacifismo irrenunciable. La injusticia le allanó el camino y la reflexión teórica le proporcionó el aliento.