Javier Aristu Mondragón (Murcia, 1949-Sevilla, 2021) se presentaba a sí mismo como profesor de lengua y literatura española. Fue secretario provincial del PCE en Sevilla (1982-1988). Participó en la fundación de Izquierda Unida-Convocatoria por Andalucía y en la creación de Nueva Izquierda. Escribió como colaborador en la edición andaluza del diario El País y participó en programas de la cadena SER. Y en los últimos años se dedicó fundamentalmente a la enseñanza en centros de la capital andaluza y en Bruselas. Estas líneas, sin embargo, no pueden condensar, ni de lejos, una trayectoria personal marcada fundamentalmente por su compromiso a la hora de defender una condición de ciudadanía que, con todas las impurezas que puedan estimarse, se conquistó en España iniciada la transición a la democracia en este país.
Una de las cuestiones que suscitó un especial interés para Aristu fue explicar --y explicarse-- los vínculos históricos entre los territorios de Andalucía y Cataluña. Para el amigo fallecido este fin de semana, sin duda, constituyeron un enigma por descifrar, una posibilidad de exploración mucho más a fondo. Un material útil para la reflexión y el debate. Me parece no equivocarme en exceso si digo que estas dos cuestiones, situadas en el terreno intelectual y también en el personal, y éste último no es ni mucho menos menor, podrían explicar un interés que venía de lejos.
Por un lado, la cuestión intelectual y, si se quiere, también política, tiene que ver directamente con algunos de los libros y artículos que ha dejado publicados. De hecho, su libro El oficio de resistir: miradas de la izquierda en Andalucía durante los años sesenta (Comares, 2017) tiene una fuerte conexión con la lectura que hiciera de los trabajos del sociólogo cristiano comunista Alfonso Carlos Comín sobre la España del Sur. Esta primera aproximación la hizo Aristu siendo un joven estudiante universitario, tanto en Granada como en Sevilla, y ya comprometido con el antifranquismo.
Abrir caminos de diálogo
A partir de la lectura de aquellos materiales analizó un hecho sociológico de enorme trascendencia, como fue la emigración masiva de andaluces a Cataluña a partir de la finalización de la Guerra Civil. Algo que él subrayaba era cómo esa emigración dio un resultado positivo en la política, en la cultura y en el sindicalismo, en particular en el caso de Comisiones Obreras, al encontrar desempeñando responsabilidades importantes a gente que procedían de Andalucía, gente con apellidos acabados en z como su amigo José Luis López Bulla.
Pero además, en un libro de próxima aparición que dejó preparado, titulado Señoritos, viajeros y periodistas. Miradas sobre la Andalucía del siglo XX (Comares), se observa de nuevo su interés por examinar esas corrientes de fondo que vincularon de otra manera a estos dos territorios. En esta ocasión lo hace a través de los libros que hablan de la Andalucía visitada por un grupo de viajeros e intelectuales catalanes. Da cuenta de cómo, a través de esas miradas, también él descubrió y continuaría descubriendo la Andalucía contemporánea.
La otra cuestión, más reciente pero seguramente de mayor peso en lo personal, tenía que ver con que su hija y su familia se hubieran trasladado a vivir a Cataluña, donde residió hasta hace pocos meses. Las visitas de Javier y de Lina, su mujer, a Barcelona para estar con ellos fueron frecuentes y coincidieron con estos últimos años tan convulsos tanto en la política catalana como en la española. La preocupación por lo que estaba sucediendo, y aquello que entendía como una falta de argumentos políticos y el progresivo encenagamiento del debate público, propiciaron que Aristu tratara de comprometerse, en la medida de sus posibilidades, con abrir y explorar vías y caminos que parecían cegados de manera definitiva.
Buscar la racionalidad
Así, poco después de una declaración de la independencia que parecía un farol, a finales de 2017 me habló de “armar” unos diálogos entre Andalucía-Cataluña para abrir el debate público en torno a la situación que se vivía en ambas comunidades autónomas y a una vida política española inédita en nuestra democracia, por imprevisible. El bipartidismo robusto que la había caracterizado encaneció de manera súbita y la fragmentación política apareció como el nuevo escenario. Cataluña estaba en mitad de las cosas del procés, iniciándose, premonitoriamente, por el final: con el lanzamiento de la furgoneta por un barranco y a la búsqueda del choque de trenes. En Andalucía, en cambio, se estaba a final del ciclo del socialismo durante décadas y la nueva alternancia del bipartito de derechas y su muleta, la extrema derecha.
Algunas personas tachaban --o de forma velada insinuaban-- que aquella era una iniciativa ingenua, una manera de no decir que era una propuesta estéril y destinada al fracaso. Se consiguió reunir a más de un centenar de profesionales e intelectuales en la jornada que se hizo en Sevilla, en el mes de noviembre de 2018, poco antes de las elecciones andaluzas, a la espera de unos resultados todavía inciertos. Posteriormente se decidió, tras conocer el fracaso electoral del socialismo andaluz, convocar en abril de 2019 la segunda edición de los Diálogos Andalucía-Cataluña en esta ocasión en Barcelona, donde el grupo de asistentes se amplió más allá del centenar. El debate fue un debate razonado, ese era su primer objetivo, introducir racionalidad, como decía Javier. El segundo objetivo fue reunir a gentes diversas, hasta donde se pudo, para tratar de curar el lenguaje público, y me parece que algo de eso se logró. En todo caso, las expectativas no eran otras.
Tiempo presente
En nuestras conversaciones con frecuencia hablamos de vislumbrar el efecto que produciría establecer un juego de espejos entre Andalucía y Cataluña: Norte y sur, desarrollo y subdesarrollo, flujos migratorios, culturas e identidades… En definitiva, un conjunto de claves para el análisis que preocupaban, nunca obsesionaban, a Javier y ocuparon buena parte de su trayectoria más reciente en una iniciativa como es el grupo de reflexión Nuevo Diagnóstico de Andalucía. La complejidad de la imagen especular que resultaría de ese ejercicio de comparación del que hablábamos le conducía a pensar en la mutua influencia y, de manera particular, en el resultado de modelos e imitaciones que, vistos más en detalle, pudieran ser menos modélicos de los que se sostiene y generar más dependencias de las que con frecuencia se está dispuesto a aceptar.
Pero, tal como ha dejado dicho y puesto por escrito en alguna ocasión, este interés por Cataluña no se agotaba con el conocimiento y reconocimiento de los vínculos históricos que la unían con Andalucía y al revés. No fue un ejercicio culturalista y/o “historicista, aunque había interés cultural e histórico, por supuesto, pero no exclusivamente. El foco central de su interés se situaba también en clave de tiempo presente y en los escenarios futuros de la política española y europea.
Javier Tébar Hurtado es profesor de Historia de la Universidad de Barcelona.