Cambalache (Ariel) es una crónica sentimental sobre los últimos 40 años de historia escrita por el abogado Javier Melero con la figura Jordi Pujol como hilo conductor. El letrado cree que el expresidente se equivocó al hacer una confesión mediática y así se lo advirtió. Melero (Barcelona, 1958) rememora en una entrevista con Crónica Global una Barcelona canalla, símbolo de modernidad y liberación sexual. Una ciudad que, afirma, “ahora no representa nada”.
--PREGUNTA: ¿Cómo define su relación con Pujol? ¿De respeto? ¿De admiración? Del libro se desprende que guardan una cierta distancia.
--RESPUESTA: Nos guardamos las distancias, nos tratamos por el apellido y de usted, casi como en el colegio, pero creo que nos gusta charlar, hablar de historia y a él le gusta que le lleven la contraria y llega a ser francamente divertido. Le respeto por el trato que me ha dado y por la dimensión que tiene. Y porque, lo digo en el libro, creo que nos parecemos más a nuestros tiempos que a nuestros padres y Pujol siempre ha estado ahí. Me ha dado pie a hacer una narración en la que él era los hitos, los mojones del paisaje. Hay un respeto personal. Otra cosa es la obra política. Ahí nunca he sido partidario de Pujol, pero reconozco las dimensiones del sujeto, que por comparación llegan a ser titánicas.
Javier Melero: "Las cloacas del Estado existen, pero eso no quita que Pujol hizo lo que hizo"
--¿Qué le debe Pujol a usted y usted a Pujol?
--Al margen de la relación profesional, normal, entre abogado y cliente, él me aporta cosas. La última vez que hablé con él quedé fascinado porque le comenté algo sobre el hotel Majestic del paseo de Gràcia, y él me explicó que allí se había alojado Laval, presidente del Gobierno con Petain durante el gobierno de Vichy, de cómo De Gaulle no le conmutó la pena de muerte. Fue una conversación interesantísima que él tenía más fresca que acontecimientos recientes. Tengo pocos interlocutores para hablar de historia a este nivel, quizá Pujol sea el principal.
--¿Se puede o se debe distinguir entre el estadista, como define usted a Pujol en el libro, del político investigado por un supuesta corrupción?
--La comparación no es mía, la hace Pujol respecto Helmut Kohl. En su última época se vio implicado en problemas que le llevaron a situaciones familiares tristísimas que afectaron incluso a su mujer. Que Kohl fue el artífice de la reunificación de Alemania en 1989-1990 eso es innegable y que esa obra se puede distinguir perfectamente de lo que pudieran ser sus vicios privados o su falta de moralidad en un aspecto concreto, también. Supongo que lo que quedará en los libros de historia es que fe el canciller de Alemania cuando se produjo la reunificación.
--¿Podemos comparar la figura de Pujol con Kohl?
--No, pero podemos comparar la figura de alguien que realiza un ideario político desde su punto de vista y de sus seguidores que consigue determinados éxitos, y los defectos de la persona en otra esfera. El problema de Pujol, y eso lo he hablado con él, es que estableció un nacionalismo, un catalanismo que utilizaba mucho la moralidad para definirse y definir sus objetivos. Y por eso se le aplica a Pujol una vara de medir moral que resulta especialmente rigurosa. Él utilizó aquella expresión que ha quedado para la historia, después de lo de Banca Catalana, “de moralidad hablaremos nosotros”. Cuando se sitúa el debate en los términos de la moralidad se sale perdiendo.
--En el libro también explica que usted le desaconsejó que hiciera esa confesión ante los medios de comunicación.
--Yo profesionalmente no lo veía. Ni con Pujol ni con cualquier cliente. Si quieres confesar, se confiesa ante el fiscal y el juez. Se negocia cuál es la contrapartida de la confesión, se busca un acuerdo de conformidad, del que todo el mundo saca un beneficio, pero ante los medios de comunicación ¿para qué? Eso me lleva a considerar que Pujol, y se lo digo, es optimista sobre la valoración de la sociedad de su obra y el valor terapéutico de la contrición y el reconocimiento de la culpa tendrá un efecto lenitivo que absolverá en su conjunto su conducta. Y yo que soy un pesimista le digo que esto no ocurre. No pasará ni hoy ni mañana. Quizá pase algún año, pero usted no gana absolutamente nada con esta confesión.
Javier Melero: "Pujol centró su nacionalismo en la moralidad y salió perdiendo"
--Habrá quien piense que esa definición que hace de un Pujol optimista es muy generosa, que en realidad se sentía impune, que haga la lectura de que el expresidente se creía por encima de las leyes.
--Si alguien hace esa lectura, que puede hacerla, por supuesto, creo que se equivoca. Yo nunca he detectado en Pujol la percepción de que se situaba por encima de la ley. Él utiliza la palabra alemana schuld que tanto quiere decir deuda como culpa, tiene un doble sentido. Esa palabra aparece en diversas conversaciones con él. Pero él cree que el reconocimiento de la culpa viene a ser tanto como el pago de la deuda y que de alguna manera eso puede absolverle, no por situarle por encima de la ley.
--¿En un sentido cristiano?
--Sí, creo que tiene un punto judeocristiano, de expiación, contrición, perdón y, a partir de aquí, reconciliación. Y ahí es donde yo le digo que es un optimista. Y él me dice que yo soy un pesimista, que yo no creo en el buen sentido de la humanidad. Por supuesto que no, cómo voy a creer en el buen sentido de la humanidad después del holocausto.
--El exfiscal jefe de Cataluña José María Mena, también hacía esa misma reflexión sobre la inutilidad de la confesión ante los medios en el documental que se emitió en TV3 sobre el caso Pujol. ¿Le llamaron para participar?
--No me llamaron. Me sorprendió porque se está rodando otro documental sobre Pujol que dirige David Trueba, que serán cuatro episodios, y para éste sí que me llamaron.
--En ese documental se puso mucho énfasis en las cloacas del Estado.
--Las cloacas del Estado existen, o por lo menos existieron durante un período determinado, ahora se está viendo en las grabaciones de la operación Kitchen y en todo el material que está saliendo. Hubo un momento en el que el Ministerio del Interior y la cúpula de la Dirección General de la Policía cayeron en manos de una serie de personas que creían que podían hacer una serie de cosas. Eso es cierto y los tribunales lo están investigando y hay un señor que se ha pasado cuatro años en prisión provisional por esto, el comisario Villarejo. Todo esto es cierto, ha ocurrido, lo que no quita en absoluto que Pujol hizo lo que hizo y reconoció lo que reconoció. No hace falta hacer ningún juicio de valor desde el momento en que los hechos están reconocidos por él mismo. Que tanto la valoración jurídica como moral que se ha hecho de ese hecho concreto ha sido desmesurada, también. Pero eso es un problema que es de Pujol por lo que le decía: él puso el listón de la moralidad tan alto que cuando le aplican el mismo baremo, sale perdiendo.
--Explica en el libro que trabajó en la Modelo. ¿Qué es más duro, tratar con delincuentes como el Vaquilla o con Javier de la Rosa?
--Los delincuentes como el Vaquilla, que en paz descanse, eran difícil de gestionar porque, pobre gente, estaban en situación de intoxicación. Fuera de eso, eran tipos muy sencillos y fáciles. La gente que viene del mundo de la política o la empresa son personas psicológicamente competentes, pero más difíciles, más sofisticados, tienen más estrategias de justfiicación. Pero en definitiva, todos son personas. Los delincuentes, sean los que sean, son personas y no delinquen las 24 horas del día, tienen muchas facetas en su personalidad.
--¿Un abogado puede o debe creer que existe la maldad?
--Personalmente creo que existe la maldad, pero tanto si trabajas como abogado como de podólogo, creer en la maldad no sirve de nada porque son técnicas que se ejecutan con la mayor competencia de la que uno es capaz y los juicios morales que puedas hacer en tu esfera íntima no afectan en nada. Pero yo personalmente sí que pienso que existe la maldad, la he visto en los ojos de Eichmann en el juicio de Jerusalén.
--Usted estuvo en la génesis de Ciudadanos. ¿Cómo ve el partido ahora?
--No estoy desolado, porque pienso que hay gente que se ilusiona solamente para poder decepcionarse mejor luego. Hago balance de los 15 años de Ciudadanos y observo que todo está peor. Que Cs no solo no ha contribuido a nada positivo, sino que ha sido parte de los problemas que han ocurrido en los últimos tiempos. Mi balance es muy negativo. El partido ya no tiene ninguna razón para existir, está coleando por esa inercia que hacen que los pollos decapitados den algunas vueltas, pero no creo que tenga ningún sentido y ninguna utilidad.
--¿Pero qué cree que ha pasado?
--Ha habido un problema de amateurismo político, son intelectuales, gente que no quiere ensuciarse las manos con la gestión política y lo dejan todo al albur de lo que pueda pasar una vez ellos lanzan su idea seminal. A partir de ese momento llega mucha gente, en aluvión, sin ninguna adscripción ideológica. Al principio poco a poco, pues no se prevé que tenga éxito. Señores como José Domingo o Antonio Robles, más militantes, con un perfil más socialdemócrata, empiezan a tener problemas con Albert Rivera. Nadie entiende muy bien por qué estas dos personas son defenestradas y Rivera sigue. El partido empieza su fase de éxito, empieza a reclutar personal de aluvión, llegan oportunistas que se afilian al calor del poder, con una ideología muy tenue del centrismo, del bisagrismo, del antinacionalismo, que da cabida a mucha gente de orígenes diversos. Todo esto se gestiona con un liderazgo cesarista, de corte bastante autoritario, con muy poca base intelectual, con mucha consigna, con un oportunismo que funciona durante un tiempo, pero que como todos los jugadores de azar saben, si cargas mucho las apuestas y las cartas no son buenas, te pueden ver el farol. A Ciudadanos se le ha visto el farol y el electorado, que no es imbécil por definición, ve que no tiene ningún sentido ni ninguna utilidad votarles.
--En el libro bromea con que no quiere ser presidente de Ciudadanos, pero ¿la política le ha tentado? ¿Algún partido ha intentado ficharle?
--Sería imposible, porque soy una persona muy indisciplinada, no sé trabajar en equipo. Mis trabajos siempre han sido solitarios, yo solo ante el tribunal o ante el fiscal. No me gusta el marketing político, no me gusta el centralismo democrático. No me gusta asumir ideas que no son las mías por el hecho de que las hayan votado otros. Con disciplina y con métodos. Yo sería un cáncer para cualquier partido político, sería una persona absolutamente reprobable.
--Pero una persona que practica boxeo, que según se desprende del libro, le gusta leer, el cine, la música, escribe libros, es abogado… Tiene que tener algún método. ¿Cómo gestiona su día a día?
--El libro lo pude escribir gracias a la pandemia. Me encontré confinado y con un montón de horas libres. Y como además me lo habían pedido en la editorial, estupendo. Yo soy profundamente holgazán. Trabajo mucho, pero soy muy vago. Y no escribo nada si no me lo encargan.
--¿Le incomoda escribir escenas de sexo? Porque en el libro se muestra muy explícito con sus aventuras de juventud.
--Lo he hecho expresamente. He querido introducir escenas de sexo porque pienso que estamos en unos tiempos muy pacatos y quería reflejar el ambiente respecto al sexo de mi generación de finales de los setenta y principios de los ochenta, de aquellas revistas Vibraciones, Ajoblanco o Star, que eran mucho más provocativas, había más mucho sexo explícito. En un momento dado, esto desapareció y se cambió por un consumo masivo de pornografía. Creo que nunca se había consumido tanta pornografía como ahora en internet. En cambio, las relaciones y la literatura parecen más tímidas, más morigeradas. Y yo tenía ganas de hablar de la detective travesti de las Ramblas, de Anarcoma, de Tom de Finlandia y de aquellos tiempos.
--¿Cómo hemos retrocedido en eso? Deberíamos haber evolucionado a una mayor libertad de expresión.
--Hay una explicación sociológica que está bastante asentada, que es la influencia de los nuevos gestores de la moral. Durante un tiempo hubo un gestor de la moral, desacreditado totalmente que era la Iglesia Católica y Franco, a los que nadie hacía caso. Los nuevos gestores de la moral tienen legitimidad democrática e histórica: son los colectivos de mujeres, de homosexuales, gais, lesbianas, ecologistas, que tienen sus propios pedimentos morales y quieren imponer determinados criterios a la sociedad. Supongo que es un efecto péndulo y que esto también se equilibrará en un momento determinado. Estos colectivos que han sufrido algún tipo de opresión o de injusticia imponen determinados discursos para compensar agravios que hayan podido padecer. Y se llegan a extremos francamente ridículos. Me decía una amiga eurodiputada que los lavabos del Parlamento europeo están sospechosamente sucios porque la presión de los ecologistas de la Cámara provoca que no se utilicen determinados productos de limpieza.
--¿Somos menos libres ahora que en los años ochenta?
--En algunos aspectos sí. En el aspecto cultural, sexual, de curiosidad, de identificación de la gente con el mundo de la música y las artes, creo que si. Se ha perdido bastante. Y el discurso público es más pacato, más tímido.
--En el libro aparece esa Barcelona canalla que muchos echan de menos. ¿Qué es ahora Barcelona?
--Barcelona es una capital de provincia importante, con mar, que tenía buenos restaurantes que han tenido que cerrar, como los de Albert Adrià, pero desde luego ya no representa nada. Hubo un momento en que Barcelona simbolizaba muchas cosas: la modernidad, el boom de la literatura latinoamericana, la música progresiva, la Orquesta Platería, todos los grupos que pasaron por Zeleste y que marcaron la ruta del rock de toda España en aquellos años… Sisa y el Cabaret Galáctico. Ahora Barcelona es una ciudad que está muy bien, con buenas vistas y cómoda. Pero representar algo importante en materia de modernidad y cultura, ya no.
--¿La abdicación del rey Juan Carlos y la confesión de Pujol es el final de una época, lo que le lleva a escribir el libro?
--Para mí lo es, es el descrédito de las ilusiones de nuestra juventud que se centraron en un momento determinado en la Transición democrática, en el que gente que era mucho más radical como yo hizo sus concesiones y se adaptó a una socialdemocracia de corte europeo, más tímida, más moderada que aquello que nos parecía lo deseable y que durante un tiempo fue una historia de éxito. Pero el descrédito de la figura del Rey y de Pujol proyecta una sombra de vergüenza y de fracaso sobre mi generación y todos aquellos años. Sí, es un final de época. Hay dos hechos que no pude incorporar al libro. En 1979 se suicida en un hotel de las Ramblas Claudio Montañá que era un periodista contracultural, alternativo. Y empieza el desencanto. Y este enero de 2021 se ha suicidado Oriol Llopis, otro de los cronistas de aquella época. Parece que entre estos dos suicidios de estos magníficos periodistas, ha transcurrido todo un ciclo de la historia que ha acabado entre la vergüenza y el descrédito. A mi me transmite una cierta melancolía, una sensación de tango.