Las elecciones catalanas del 14F son tan trascendentes que la campaña se ha convertido, cuando alcanza la mitad, en una guerra de nervios, azuzada tanto por la pugna electoral y por las incógnitas que se ciernen sobre el resultado como por las consecuencias de la pandemia, que obliga a votar en condiciones de incertidumbre y hasta de miedo.
Hay nervios en todas las direcciones ante unas elecciones en las que se dirime si se rompen los bloques que han dominado la política catalana una década o se mantiene el statu quo con mayoría independentista. En primer lugar, hay nervios en ERC provocados por la candidatura de Salvador Illa, que se ha convertido en el centro de todos los ataques desde el independentismo y desde el constitucionalismo, circunstancia que no hace sino subrayar la importancia de la decisión del PSC de cambiar a Miquel Iceta por el exministro de Sanidad.
Los nervios republicanos se aprecian en la agresividad con que el candidato Pere Aragonès y el presidente del partido, Oriol Junqueras, se refieren a Illa, candidato a presidente preferido en todas las encuestas y ganador según algunos sondeos, entre ellos los dos que ha publicado el CIS. ERC puede ganar las elecciones o quedar relegada al tercer puesto, lo que sería un auténtico fracaso después de meses de ser el partido favorito para hacerse con la presidencia de la Generalitat. La mera posibilidad de quedar tercero causa pánico en ERC y convierte a sus dirigentes y simpatizantes en un manojo de nervios. No hay más que seguir en las redes sociales a algunos destacados tuiteros con simpatías republicanas para darse cuenta del nivel alcanzado por la incertidumbre y por el temor a la derrota.
El segundo escenario de la guerra de nervios es el que enfrenta a los dos grandes partidos independentistas, que se disputan la hegemonía del movimiento. Durante toda la legislatura pasada las discrepancias han sido constantes entre ERC y Junts per Catalunya (JxCat), incluida la gestión nada afortunada de la pandemia, pero, como era de prever, el enfrentamiento se ha agudizado en la campaña. Carles Puigdemont, cuya presencia está siendo muy discreta, ha llegado a descartar el pacto poselectoral con ERC si el partido republicano no rompe con el Gobierno de Pedro Sánchez. Y la candidata Laura Borràs ha incluido a Junqueras entre los condenados por corrupción. Después ha querido arreglarlo diciendo que para la justicia española independentismo equivale a corrupción, pero el revuelo y el mal ya estaban hechos.
En el otro extremo, el PP, la causa del nerviosismo ha sido la confesión de Luis Bárcenas. El extesorero ha denunciado que el partido se ha financiado ilegalmente durante 27 años, desde 1982 a 2009, y ha acusado directamente a Mariano Rajoy de la destrucción de pruebas y de ser “perfecto conocedor” de las irregularidades en las cuentas del partido y de la existencia de una caja b. Ante tamaña denuncia, y tras dos días de silencio, al actual presidente del PP, Pablo Casado, no se le ocurre otra cosa que denunciar una conspiración dirigida por Pedro Sánchez, con la participación de los “aparatos del Estado”: la Fiscalía General del Estado, el CIS, el Consejo de Estado, RTVE y hasta la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC).
En una entrevista a la COPE, Casado acusó a la Fiscalía, encabezada por la exministra socialista Dolores Delgado, de haber “cocinado” y “filtrado” la confesión de Bárcenas “a diez días de las elecciones” catalanas para influir en el resultado y perjudicar al PP, que puede sufrir el sorpasso por parte de Vox. Casado comparó a su partido con Volkswagen para decir que a él y a la dirección del PP no se le pueden exigir responsabilidades por la corrupción igual que al actual presidente de la firma automovilística no se le puede responsabilizar del dieselgate.
Muchos nervios y mucho miedo al fracaso tiene que haber para ver una conspiración para influir en las elecciones cuando el primer juicio sobre la caja b del PP, motivo por el que Bárcenas confiesa, se inicia mañana, lunes, y estaba fijado desde hace meses, antes de que se convocaran los comicios catalanes.
Finalmente, los recursos presentados por 20.000 componentes de mesas electorales para no ocupar los puestos decididos por sorteo son una muestra, comprensible, del nerviosismo y el miedo provocados por la pandemia, que influirá también en un seguro aumento de la abstención. Los responsables de la organización electoral, sin embargo, no se cansan de garantizar la seguridad de las votaciones cuando, además, se relajan de nuevo las restricciones, desmintiendo los temores apocalípticos difundidos por quienes pretendían retrasar, por razones no sanitarias, las elecciones al 30 de mayo.