El independentismo ha buscado razones, argumentos que señalaran con claridad por qué Cataluña tendría un mejor futuro con un estado propio. Fueron profesores que han proyectado sus carreras profesionales en el extranjero, como Xavier Sala Martín o Carles Boix los que insistieron, tras la Diada de 2012, en que las dimensiones de Cataluña eran idóneas para nadar en el océano global de las naciones. Y los dirigentes independentistas adoptaron sus tesis, y, en especial, la de Alberto Alesina, un profesor de la Universidad de Harvard que acaba de fallecer de forma inesperada por causa de un infarto. Sus lecciones, sin embargo, se adoptaron de forma selectiva, y ahora el independentismo comprueba que el camino emprendido era demasiado difícil.
El profesor italiano destacó en todos aquellos años, con la crisis financiera y económica, por su idea de la austeridad expansiva, que se aplicó en Europa con efectos devastadores. La tesis era que un ajuste en las cuentas públicas llevaría a una expansión posterior muy vigorosa. La Comisión Europea actuó --inicialmente-- en esa línea, una decisión contraria a la que ahora ha adoptado, consciente de los errores de aquella crisis.
El apoyo entusiasta de Josep Huguet
Pero Alesina es el autor de un éxito total para el independentismo: su artículo On the number and Size of Nations, convertido luego en libro y firmado junto a Enrico Spolaore, indicaba que ser un país pequeño, en un contexto de globalización, podía resultar beneficioso. Sus tesis sintonizaban con el Colectivo Wilson, el grupo de economistas y politólogos en el que figuraban nombres como Sala Martín y Boix, que defendieron sus tesis en el Círculo de Economía, presidido en aquel momento por Josep Piqué, en marzo de 2013. También apoyaba esas tesis Clara Ponsatí, que llegó a protagonizar un vídeo sobre la cuestión fiscal de Cataluña.
La idea de Alesina era que los estados grandes y heterogéneos tendrían problemas en los próximos años para poder mantenerse unidos, ante el vigor de algunas regiones y realidades nacionales, que considerarían una separación. Para el independentismo catalán se trató de música celestial. Y la Generalitat impulsó la traducción del libro, con un prólogo de Josep Huguet, exconsejero y uno de los líderes de Esquerra Republicana en los últimos veinte años. Huguet no dejaba de recordar los argumentos de Alesina.
¿Es homogénea Cataluña?
Pero, ¿qué ha pasado? El investigador principal del Real Instituto Elcano, Ignacio Molina, explica que se dejaron las cuestiones más peliagudas en un rincón. Y es que el propio Alesina nunca se definió sobre el caso catalán, aunque fue preguntado por ello en diferentes ocasiones, y remarcaba, además, tres principios que ni Huguet ni los gurús del independentismo quisieron abordar: los beneficios históricos del tamaño de los países; la definición de heterogeneidad de una sociedad y la importancia de la vinculación con la Unión Europea. Sobre ello, Molina ha incidido en un trabajo en Agenda Pública.
En el caso de la integración en la Unión Europea, el independentismo acabó asumiendo las enormes dificultades, porque una ampliación de un nuevo estado podía ser vetada por un miembro de la UE, y sin un acuerdo previo con el Gobierno español nunca habría resultado posible. Se pronunciaron sobre ello los dirigentes de la Comisión Europea, y los ministros de Exteriores de diferentes países, entre ellos los españoles García-Margallo y Josep Borrell.
Pero respecto a la cuestión de la hererogeneidad, ningún dirigente independentista ha querido entrar con rigor. Molina lo explica: “Ser pequeño puede reducir los costes de gobernanza si la heterogeneidad de preferencias de la población es baja, pero no siempre se consigue; en sociedades con fragmentación identitaria ocurre incluso lo contrario. Por ejemplo, Irlanda del Norte resulta más difícil de gobernar que el actual Reino Unido o una hipotética Irlanda unificada”. Es decir, en Cataluña hay una parte de la sociedad catalana que está conectada con la identidad española. Es un hecho que ha llevado al asombro a algunos de los referentes del independentismo, como Toni Soler, que lo refleja en una entrevista en VilaWeb. “Una parte de España está entre nosotros, en Cataluña”, señala.
Mercado interior durante siglos
Molina asegura que, en otro trabajo de Alesina, que no fue traducido por la Generalitat, se aborda esa cuestión sobre la homogeneidad cultural e institucional europea, con la conclusión de que los valores dominantes en el centro de España están “más europeizados” que los de Cataluña, lo que sería otro dardo de difícil digestión para el independentismo.
Sin embargo, lo más complicado para el independentismo es aceptar el principal argumento de Alesina, y es que los países pequeños que quisieran separarse deberían estudiar si a Cataluña le ha ido realmente mal al pertenecer a un estado más grande. Y Molina sostiene que no le ha ido nada mal, al aprovechar un mercado interior durante siglos, justo después de 1714, que benefició a los productores catalanes.
Barcelona, mejor como segunda ciudad
Molina entiende que, además, en ese contexto, la capital de un estado catalán no tendría la proyección de Barcelona, como segunda ciudad o cocapital de España. Si se comparara Barcelona con Zagreb, capital de Croacia, o con Dublín o Helsinki, como la gran ciudad de un estado independiente, el resultado sería decepcionante: “Es obvio que Barcelona es mucho más que eso. Como segunda ciudad de España (y, en muchos ámbitos, la primera), ha crecido hasta convertirse en una formidable urbe global y bilingüe que históricamente ha sabido aprovechar las ventajas de su ubicación en un mercado nacional importante y su cercanía a proveedores y clientes del resto de Europa (o de América Latina); y, así, Cataluña es hoy el territorio con mayor poder adquisitivo de todo el Mediterráneo con la excepción del minúsculo principado de Mónaco o de 300 kilómetros de costa adriática en la zona más rica de otro Estado grande: Italia”.
Silencio, en todo caso. El independentismo ha perdido sus herramientas para justificar la creación de un estado propio. De hecho, sus gurús han comenzado a tirar la toalla.