Desangelado, con intención, pero sin fuerza. Un quiero y no puedo del independentismo, que buscaba un acto rotundo en el Camp Nou, y se encontró con más aficionados al fútbol que agitadores. El Tsunami Democràtic había distribuido en las inmediaciones del estadio cartulinas con el lema Spain sit and talk, y las fotografías con ellas de grupos enteros de aficionados eran constantes antes de entrar en el campo. Pero una vez dentro, se mostraron en unas cuatro ocasiones durante el partido, con el lanzamiento tímido de algunas pelotas de playa y poco más.
Fue una muestra de lo que ha caracterizado al movimiento independentista desde el inicio del procés: jugar a la revolución, pero sólo un poco, en determinadas horas, y sin estropear el juguete que, en esta ocasión era el partido de fútbol más esperado en la Liga española: un Barça-Madrid.
"Visca el Barça i Visca Catalunya"
Cánticos de “independencia”, “llibertat presos polítics”, acompañados, --y estos con más contundencial-- del típico “visca el Barça i visca Cataluña”. Esas eran las consignas, las proclamas que los aficionados del Barça cantaban, y que se fueron congelando durante el partido, a medida que se constataba que el empate sin goles iba a ser el resultado final.
Los aficionados del Barça vibraron más reclamando que saliera al terreno de juego el joven Ansu Fati que con el Tsunami Democràtic, hartos de que el Barça fuera incapaz de romper el muro defensivo del Madrid, en una noche que no fue la de Messi. Y cantaron con mayor vigor el himno del Barça, con el mosaico azulgrana y con la senyera que había preparado el club con los correspondientes plásticos de colores en cada asiento, que la "llibertat" para "los presos políticos".
Pelotas de playa de todos los colores
Eso fue sólo comenzar el partido. Justo después, y ya con el bocata en la mano, los aficionados comenzaron a corear el “llibertat presos polítics”, exhibiendo las cartulinas del Spain sit and talk. Ese era el mensaje que se había enviado en la cuenta de Telegram, y el movimiento independentista respondió como un solo hombre. Pero sólo se pudo ver, y no de forma homogénea, en las dos tribunas. Ni el Gol Norte, ni el Gol Sur estaban muy dispuestos.
De aquí, en cambio, sí surgieron las pelotas de playa, al inicio de la segunda parte. Algunas entraron en el terreno de juego, y los agentes de seguridad las retiraban con un gesto aburrido de vaya iniciativa más ingenua. Ni fueron negras, ni llevaban mensajes. Eran las pelotas que cada uno había conseguido, aquellas que se encuentran en un cajón, en el comedor de casa, junto a cubiertos de otra época, o en un cesto al lado de los juegos de mesa para los críos, y que seguro que se inflaron en casa para probar si todavía podían ser útiles para el Tsunami.
"¿Nosotros no somos el Barça?"
En las colas para entrar en el estadio, --más de una hora en algunas puertas de acceso-- los independentistas que más coreaban se mostraban reservados. “Bueno, si me registran, dejaré las cartulinas pero, ¿quién nos lo prohíbe?, ¿nosotros no somos el Barça? Entonces la directiva no tiene por qué oponerse”, aseguraba una mujer ya madura, con una careta de Messi en una mano, y la cartulina del Spain sit and talk en otra.
Esa fue la mentalidad de los socios y aficionados del Barça, similar a la del movimiento independentista --aunque se le fue de las manos en distintas ocasiones--. Y es que se quiso forzar una situación con el Estado español que permitiera ganar a corto plazo a través de una negociación, sin pretender nunca una ruptura real con todas las consecuencias.
Ganar siempre, una cosa y la otra
Muchos de los agitadores de ese movimiento, como Pilar Rahola, que se queja ahora de una subida de impuestos del Govern de la Generalitat, y que es, si no se demuestra lo contrario, un Gobierno que se autoproclama independentista, sugerían estos días el doble objetivo: demostrar la fuerza del movimiento en un escenario tan poderoso como el campo del Barça, y ganar en la faceta estrictamente deportiva --que también tiene un componente de ensoñación bélica contra España-- al Real Madrid con una diferencia de goles respetable.
Y lo cierto es que no pasó ni una cosa ni otra. Enfrentamientos con la policía autonómica en la calle, pero en el estadio ni victoria por 5-0 ni exhibición verde --el color de las cartulinas-- para que el mundo sepa que se reclama a “España” a sentarse y hablar, aunque... ¿hablar de qué?
El olor a plástico quemado
El club señalaba por megafonía, en los minutos finales del partido, que todos los aficionados salieran del estadio por las puertas del Norte, las que conducen a la Avenida Joan XIII, y no por la salida Sur, que conectaba con Travessera de les Corts. Y es que la quema de contenedores con las protestas contra la policía --en Travessera-- se percibía en el terreno de juego, con un intenso olor a plástico chamuscado y partículas volátiles que llegaban hasta las graderías más altas del Gol Norte. Con el mensaje ya interiorizado, los aficionados acabaron silbando al locutor, que intercambiaba los consejos en catalán y en castellano.
Una frustración total. Ni política, con el presidente Torra en la tribuna, ni fútbol. Cerocerismo. Nada. Un quiero y no puedo, como ocurre desde 2012, aunque con algunas consecuencias claras, con dirigentes en la cárcel, con un bloqueo institucional que ahora se intenta solventar, y con una sociedad catalana dividida, que sí tiene elementos de conexión, como Messi. Pero es que el 10 del Barça tampoco apareció.