La CUP busca reforzar su presencia institucional en su peor momento electoral
La formación se niega a que otras fuerzas capitalicen su espacio en los organismos y por esta razón mantienen la retórica antisistema, pero sus conductas son otras
4 octubre, 2019 00:00La CUP nació como fuerza municipalista y antisistema, pero desde sus primeras elecciones en 2003 a la actualidad se ha institucionalizado a marchas forzadas. La formación, que quedó fuera del Ayuntamiento de Barcelona en las elecciones muncipales del pasado mes de mayo, quiere dar el salto a la política nacional y, por primera vez en su historia, tener representación en el Congreso de los Diputados.
Esto significa un antes y un después en un partido moldeado a partir de unas convicciones acrátas que les hacía desconfiar de las instituciones y reivindicar la política que se “hace en la calle y no en los despachos”. Su razón de ser inicial era el municipalismo, transformar la realidad más cercana, por ser la que más se presta a introducir mecanismos de la democracia directa. Así lo creyeron cuando, desde 2003 a 2011, solo confeccionaron candidaturas para los comicios municipales. Pero también la CUP se hace mayor.
Punto de inflexión
De las elecciones al Parlament de Cataluña de 2012 a las llamadas plebiscitarias de 2015 convocadas anticipadamente por Artur Mas, la CUP logra un salto de 3 a 10 diputados. Y se convierte en la fuerza antisistema con más influencia dentro del bloque independentista. Gozan también de una exposición en los medios públicos catalanes por encima de su representación electoral. Son los enfants terribles de la política catalana y han venido a traer el “mambo”.
Junts pel Sí depende de sus votos para gobernar, ya que la unión bajo una misma candidatura de PDeCAT y ERC no logra la mayoría parlamentaria ansiada. Entre sus logros políticos está “haber enviado a Mas a la papelera de la historia” y encumbrar a Carles Puigdemont como presidente de la Generalitat. Este nuevo estatus del que goza la CUP marca un punto de inflexión en la formación. Nunca antes habían sido tan determinantes dentro de las instituciones.
¿Espejismo?
¿Pero fue solo un espejismo? Hubo muchos factores que se conjuraron para que, en aquella excepcional coyuntura, la CUP lograra los mejores resultados de su corta vida parlamentaria. Por un lado, se vio beneficiada por la lista unitaria, ya que ésta propició que una parte considerable del votante tradicional de ERC se negara a apoyar una candidatura formada junto a la extinta Convergència y prestara el voto a la formación anticapitalista.
El movimiento indignado que recorría Europa contra los excesos de la clase política y en shock por la crisis económica también fueron vientos de cola para los intereses de la CUP. Además, a diferencia de Podemos o de Ciudadanos, las llamadas nuevas fuerzas que venían a regenerar la política, el crecimiento de la CUP estuvo siempre más arraigado en el territorio. Con todo ello, el liderazgo de David Fernàndez, muy valorado por un amplio sector del nacionalismo, también contribuyó a mejorar su imagen. Pero posteriormente no han sido muy hábiles en la construcción de nuevos liderazgos.
Los que más aprietan y los que menos sufren
En los años del procés han aflorado muchas de las contradicciones de sus protagonistas. La CUP ha sido la fuerza que más ha presionado para ir por la vía de la ilegalidad y, al mismo tiempo, la que menos ha sufrido las consecuencias.
Su posicionamiento de apoyar el Govern de Puigdemont desde el exterior hace que ninguno de sus dirigentes se enfrente a las duras penas de cárcel que recaen sobre los miembros del Ejecutivo procesados por el Tribunal Supremo. Sus dirigentes principales imputadas, Anna Gabriel y Mireia Boya, se enfrentan a una pena de desobediencia que no comporta el encarcelamiento. Gabriel quiso irse fuera de España en lo que muchos consideraron más una operación para tener ellos también un "exiliado". Estas contradicciones entre ser la fuerza que más aprieta y la que menos consecuencias ha sufrido ha mermado también su credibilidad.
El caso de Montse Venturós
La institucionalización de la CUP se observa en varios detalles. Por un lado, han decidido cambiar su normativa interna, que fijaba que los diputados el Parlament solo podían estar una legislatura en la Cámara. Y su portavoz, Carles Riera, se abrió a que algunas de las viejas glorias pudieran formar parte de la lista en el Congreso.
Otro caso paradigmático ha sido el de la alcaldesa de Berga, Montse Venturós. La primera edil ha decidido descolgar la bandera independentista de la fachada municipal ante el requerimiento de la Junta Electoral Central. Venturós fue condenada por desobediencia en 2015 por negarse a ello, y estuvo inhabilitada durante seis meses. Esta vez no ha querido arriesgarse y desde el partido han justificado su decisión como una forma más útil de luchar “contra la ola de represión”. La retórica sigue intacta, pero las conductas son otras.
Un cambio inesperado
Su militancia descartó presentarse a las elecciones generales del 28 de abril, pero en menos de seis meses han cambiado de opinión. En aquella ocasión, el tertuliano Albano Dante-Fachin decidió concurrir con la marca Front Republicà y con un sector de la CUP que le apoyaba. Obtuvieron más de 100.000 votos y se quedaron al borde del escaño.
La CUP es consciente de que si se presentan con sus siglas puede lograr lo que Dante-Fachin no logró el pasado abril. Y volver a estar al calor de las instituciones. La nueva repetición electoral brinda al partido anticapitalista la oportunidad para que ninguna otra formación se apropie de su espacio. Un espacio menguante pero que es mejor que la intemperie.