El movimiento independentista se ha convertido en una trampa para sus propios protagonistas. Los partidos se han enzarzado en una batalla --renovada, porque ha existido siempre-- que se basa en la denuncia de las incoherencias del adversario. Y la Diada del 11 de septiembre de este año se presentaba como un momento decisivo para la suerte de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y del movimiento que rodea a Carles Puigdemont. Los republicanos consideran que han resistido la enorme presión que la jornada suponía para poder mantener su estrategia a medio y larzo plazo.
Esquerra saca la cabeza y cree que se puede imponer su idea central: al independentismo le falta unidad estratégica, pero ésta no debe pasar por la unidad política, listas conjuntas, o por apuestas por vías unilaterales que defiendan iconos como Carles Puigdemont. Todo eso estaba en juego esta Diada, con la ANC como el gran gendarme que examina la pureza del movimiento independentista. Su presidenta, Elisenda Paluzie, no ahorró críticas contundentes hacia los de Oriol Junqueras. La relación con la cúpula de ERC no es buena. Paluzie censuró que se quiera dejar atrás la vía unilateral: “Lo único que nos ha hecho avanzar, la unilateralidad, no se puede abandonar”. La decisión de fijar como mensaje “objetivo, independencia” en las camisetas de todos los asistentes también suponía otro toque de atención, con la idea de que “alguien” quiere dejar ese camino. ¿Esquerra?
¿Qué pasará tras la sentencia del Supremo?
La dirección de los republicanos aguanta el chaparrón. Espera la sentencia del Tribunal Supremo, que, entre otros dirigentes, puede afectar de una forma muy severa a Oriol Junqueras, el presidente del partido. Los republicanos entienden que podría producirse una enorme reacción social si la sentencia es condenatoria con largas penas de prisión. Pero también es consciente de que la reacción puede ser efímera, de que la sociedad catalana en su conjunto podría no estar dispuesta a generar un nuevo “momentum” que pueda provocar una vía hacia la independencia.
No prevé Esquerra una huelga general, ni grandes aglomeraciones durante días. Y, por ello, se muestra prudente y dispuesta a “mantener los objetivos estratégicos”, que pasan por gobernar la Generalitat, centrarse en la gestión y buscar socios más allá de la política de bloques entre independentistas y no independentistas. ¿Eso es una traición a los suyos?
La pinza contra ERC
Es lo que pretende hacer ver la ANC, con un dinamismo territorial que sigue siendo notable, pero que ha disminuido en su fervor: en parte, porque también hay militantes de ERC en la entidad soberanista. Sin embargo, se ha producido una pinza que afecta a los republicanos. La ANC empuja hacia la vía unilateral para mantener vivo el independentismo irredento, y ahí coincide con Carles Puigdemont, como líder de Junts per Catalunya, y otros grupos como el que encabeza Jordi Graupera o Antoni Castellà, líder de Demòcrates. El objetivo es atar a Esquerra en corto, porque lo que prima es saber quién ganará las elecciones al Parlament y cómo podrá gobernar. Ese es el fondo de la cuestión.
Pero quedan incógnitas. La sensibilidad del militante de Esquerra siempre ha sido muy alta. En el momento en el que recibe críticas, en el que se le tacha de “botifler”, como pasó en distintos momentos de la Diada, a ese militante le tiemblan las piernas. Esta vez, sin embargo, la dirección de ERC, más allá de distintos colectivos como el llamado Primer d’Octubre, señala que las cosas han cambiado.
Aragonès y Vilalta
El partido celebra su congreso este fin de semana, con la propuesta de elevar a Pere Aragonès como coordinador general, junto a Marta Vilalta, la actual portavoz. Seguirán Oriol Junqueras como presidente y Marta Rovira, como secretaria general. Precisamente, las supuestas diferencias entre Rovira y Junqueras no serían reales, según la fuentes consultadas, sino un reparto de papeles necesario para ERC, de cara a mantener un equilibrio entre las distintas sensibilidades internas del partido.
Ese es el rumbo. Esquerra cree que ha sacado la cabeza tras la Diada, a pesar de la ANC, de Carles Puigdemont y del presidente Quim Torra.