En muy pocas ocasiones se ha producido una exhibición de flexibilidad política –oportunismo o capacidad de aprovechar la debilidad del adversario— como la mostrada por el PSC. En sólo 25 horas ha presentado un acuerdo en el Ayuntamiento de Barcelona con los comuns de Ada Colau, con las áreas de gobierno que liderará Jaume Collboni, y ha recibido los votos de Junts per Catalunya, el partido de Carles Puigdemont, para presidir la Diputación de Barcelona. Con ello, el PSC ha roto el proceso independentista, causando una grieta gigantesca en el movimiento y promueve, sin disimular, “un retorno al orden”.
Esa expresión es de dirigentes de la CUP, como Eulàlia Reguant, o de analistas de la órbita independentista, como Empar Moliner, que señala el “retorno a la normalidad”. O de Pilar Rahola, que se mostraba desolada en las redes sociales por la falta de una “estrategia” del independentismo.
Collboni y Marín, los alfiles de Iceta
Quien reclama ese paso a la normalidad es el PSC, con Miquel Iceta a la cabeza. Lo que ha conseguido, lo tangible, son dos esferas de poder de vital importancia por los socios que elige y por los que descarta. A las doce de la mañana del miércoles, Ada Colau y Jaume Collboni mostraban en la sala gótica del ayuntamiento su acuerdo de gobierno y el reparto de áreas. A la una de la tarde del jueves, Nuria Marín, la alcaldesa de L’Hospitalet, acababa de ser elegida presidenta de la diputación, y recibía la medalla y la vara de mando nada menos que de la mano de Celestino Corbacho, enemistado con ella, con semblante irritado, exsocialista y ahora diputado provincial por Ciudadanos. Habían sido 25 horas de exhibición socialista.
Los alfiles de Iceta han sido dos: Jaume Collboni en el Ayuntamiento de Barcelona, que se apoya en Laia Bonet, con un encargo importante –coordinadora de las políticas metropolitanas--, y Nuria Marín, como presidenta de la Diputación de Barcelona. Los dos socios son los comuns y Junts per Catalunya, que están ahora en una posición de debilidad interna notable, y a quien descartan es a Esquerra Republicana, el adversario político real de los socialistas, el rival electoral en los próximos años.
Entender a los "convergentes"
Eso lo ha visto la dirección socialista desde la noche electoral de las elecciones municipales del 26 de mayo. En el Ayuntamiento de Barcelona los socialistas quería impedir la alcaldía de Ernest Maragall. Por lo que podía representar: en manos de Esquerra, y una plataforma a favor del independentismo, aunque luego Maragall pudiera haber gobernado con claros gestos hacia el constitucionalismo, con la mochila llena de recetas de gestión de su antiguo partido. Y, tras tener la complicidad de Manuel Valls, el plan acabó fructificando. El resultado es que Collboni es el primer teniente de alcalde, responsable de todo aquello que el sector económico pedía: seguridad, promoción económica, interlocución con las empresas, turismo y Hacienda.
En el ámbito de la Diputación de Barcelona ya existía una buena relación entre el anterior presidente, el convergente Marc Castells, alcalde de Igualada, y la portavoz socialista en el organismo supramunicipal, Pilar Díaz, alcaldesa de Esplugues. Pero lo que se ha tejido en las últimas semanas es una complicidad de intereses, y también una visión similar sobre lo que le conviene a Cataluña en los próximos años: los convergentes de toda la vida que gobiernan municipios y consejos comarcales, los que quieren pasar página, y los que, principalmente, no quieren verse superados por el ascenso de Esquerra Republicana. El PSC ha “entendido” esa carencia convergente y les ha servido el plato más apropiado: un acuerdo para que ERC no presida la diputación. Trato hecho. Un acuerdo que el mismo Puigdemont no ha querido desbaratar, y que sólo cuestionan sus seguidores “prepolíticos”, los más hiperventilados, más papistas en estos momentos que el propio Papa.
Protestas de la ANC, ¿las últimas?
La ANC impulsó una protesta en las puertas del edificio noble de la diputación. Pero sólo respondieron unos pocos cientos de personas. El enojo es grande entre el independentismo convencido. La ANC, la entidad que preside Elisenda Paluzie, cada vez más un problema para los partidos independentistas, tampoco está en su mejor momento. Es una vuelta a la normalidad, utilizando la expresión de Moliner, que tendrá sus picos de sierra, con la sentencia del Tribunal Supremo. Y que el presidente Quim Torra podría aprovechar, porque él, de hecho, es el que más cabreo lleva por todos esos acuerdos alcanzados. Pero lo que cuenta son las cosas tangibles, y en la diputación habrá un equipo de gobierno con miembros exconvergentes, de Junts per Catalunya, que manejarán presupuesto y que ofrecerán inversiones al mundo local. Las cosas han cambiado, el PSC lo sabe y lo impulsa, y el independentismo lo asume con cierta resignación.
Los socialistas siguen presentando una situación de fragilidad. Han sufrido numerosas fugas en los últimos años por el proceso soberanista. Ahora regresan con mucho poder en el área metropolitana. Pero la fuerza del PSC es su capacidad para situarse en un centro difuso, capaz de agrietar los bloques, con el liderazgo de Miquel Iceta y la gestión interna y territorial de Salvador Illa, secretario de organización socialista.
Abrirse de piernas
El PSC corre el peligro de abrirse de piernas, pero acumula gobiernos: en Sant Cugat, con acuerdos con ERC y la CUP, desbancando a Junts per Catalunya; en el Ayuntamiento de Barcelona, con Ada Colau, y en la Diputación de Barcelona, con el pacto con JxCat. Y ya espera la formación del Área Metropolitana de Barcelona, que presidirá Colau, pero con un desembarco socialista en los principales ámbitos de gestión, que tutelará un vicepresidente ejecutivo, en la figura de Antonio Balmón, alcalde de Cornellà.
La cuña en el proceso independentista ha dejado perplejo a todo el movimiento, con Esquerra intentando saber qué ha pasado, para reconfigurar su estrategia a medio y largo plazo.