Todos han aprendido de la experiencia. El PSC y ERC libran la verdadera batalla por el poder político en Cataluña. Lejos de pensar en reediciones del tripartito, junto a los comunes, los dos partidos saben que se disputan una parte del electorado, y que tendrán la responsabilidad de preparar y de gobernar la Cataluña que surja tras el proceso independentista, que camina, con muchas dificultades, hacia su propio final. La prueba ha sido el acuerdo del PSC con Junts per Catalunya (JxCat) en la Diputación de Barcelona, y el desalojo de los socialistas, por parte de ERC, de las alcaldías de Lleida y de Tarragona.
¿Era esto lo que se había diseñado en las últimas décadas? La dirección de Esquerra Republicana lo ha tenido más claro que ninguna otra fuerza política. Aunque con altibajos, el partido se nutre de unas directrices ideológicas que han sido coherentes: fijar el independentismo como algo posible, mimar poco a poco a las clases medias urbanas --con un discurso económico flexible y con ciertas gotas de liberalismo--, y tratar de llegar a una ecuación difícil según la cual la mejora del bienestar, para las clases medias-bajas, sólo llegará con mayores cotas de soberanía. Para ello, ERC ha contado con Josep Lluís Carod-Rovira, y con los consejos y textos de dos profesores de comunicación de la UAB, Joan Manuel Tresserras --exconsejero con los gobiernos tripartitos— y Enric Marín. Los dos han publicado este año Obertura Republicana (Edicions 62), una verdadera biblia para entender qué pretende Esquerra y cómo lo quiere conseguir.
El proyecto de ERC
El PSC lo sabe. Conoce a la perfección a los republicanos. Y no quiere caer, de nuevo, en la estrategia de ERC. Con el primer gobierno de Pasqual Maragall, tras las elecciones autonómicas de 2003, los socialistas consideraron que sólo con un acuerdo con los republicanos, y también con ICV, podían gobernar la Generalitat. Ahora eso “se ha acabado”, como señala un dirigente socialista. La fragmentación del voto deja al PSC con mayores oportunidades para colocarse en el centro y buscar el poder en la Generalitat, después de apuntalar –hace sólo dos años ni se vislumbraba— el área metropolitana de Barcelona.
La paradoja, que el PSC entiende ahora, pero no en 2003, es que Esquerra quiso desde el primer momento ocupar el espacio socialista. Eran los tiempos de Carod-Rovira, como teórico, pero con la gestión y acción del republicano Joan Puigcercós, que siempre tuvo en cuenta su anclaje familiar en la UGT. Se pretendía sustituir al PSC, poco a poco, aunque con la retórica de que iba a luchar por la conquista del espacio convergente.
El espacio convergente, en minoría
El espacio posconvergente existe, pero tendrá un tamaño muy distinto al de la vieja Convergència. Se concentra en la geografía rural catalana, en ciudades pequeñas, aunque mantiene todavía un peso notable en ciudades burguesas, como Sant Cugat. Precisamente, para romper esas salidas “urbanas” de Junts per Catalunya –la marca de los convergentes que consolidará en los próximos meses— ERC no ha dudado en apoyarse en los socialistas, y éstos tampoco se han negado, dejando a JxCat sin la alcaldía. Lo mismo ha sucedido en Figueres.
Esos espacios de colaboración se repetirán, pero ERC y PSC han interiorizado que serán adversarios políticos, que la batalla no ha hecho más que comenzar. Primero, para salvar sus propios espacios electorales. Los republicanos están obsesionados en ganar votos en el área metropolitana, en las ciudades donde vive la mayoría de catalanes. Y ha conseguido porcentajes relevantes, del 12% y del 15%, lo que contrasta con la nula presencia de los exconvergentes, que, sencillamente, no existen y lejos del PSC, que ha recuperado mayorías absolutas, como en L’Hospitalet.
Una pérdida de confianza
Pero, en segundo término, se ha producido un problema de confianza. Los socialistas no se fían de Esquerra. No adivinan por qué mecanismos se rige la dirección de ERC, que sigue pendiente de los exconvergentes, y que no puede dar muchos pasos sin tener en cuenta la situación de los políticos independentistas presos, entre ellos su líder, Oriol Junqueras.
El veto de ERC a Miquel Iceta para que fuera elegido senador autonómico, en la votación en el Parlament, paso previo para ser presidente del Senado, ha hecho mella en ese clima de desconfianza. Hasta tal punto, que Iceta constata ya en sus declaraciones públicas que Pedro Sánchez no debería contar para su investidura con los independentistas. El distanciamiento es un hecho. Por lo menos, durante un tiempo prudencial.
Son las dos fuerzas políticas del presente y del futuro inmediato en Cataluña. Saben que deberán colaborar, pero desde la férrea disputa electoral. La guerra acaba de comenzar, y se ha plasmado en la Diputación de Barcelona.