El veto de los independentistas a la designación de Miquel Iceta como senador autonómico por el Parlament ha causado sorpresa entre los defensores de la denominada tercera vía. Muchos de ellos se han echado las manos a la cabeza ante la actitud cerril de ERC y JxCat contra uno de los dirigentes socialistas que más comprensivo se ha mostrado con el secesionismo.

Sin embargo, lo verdaderamente sorprendente es la infinita fe de los terceristas en la posibilidad de que el independentismo sea reconducible hacia la senda del sentido común, la convivencia y la lealtad institucional.

Y es que a algunos bienintencionados se les olvida que el independentismo catalán es, además de secesionista --obviamente--, nacionalista, con todo lo que ello conlleva, entre otras cosas un ilimitado espíritu destructivo y excluyente respecto a los que no piensan como ellos, aunque eso les lleve a aplicar el “cuanto peor, mejor”. En definitiva, el verdadero problema de los independentistas catalanes es que son nacionalistas.

A pesar de ello, el caso Iceta supone una gran oportunidad para extraer algunas lecciones. La primera de ellas es que los independentistas no son de fiar. ¿Dónde quedan las apelaciones al diálogo que tanto han invocado en los últimos meses los dirigentes de ERC --empezando por el propio Junqueras-- después de la humillación a Iceta? Parece evidente que el llamamiento al diálogo de los nacionalistas no era sincero, solo es una trampa, una estratagema para lograr posicionarse mejor de cara a futuras embestidas, como han reconocido los más hiperventilados.

Otra enseñanza que se puede inferir es el sectarismo y el desprecio del independentismo por la pluralidad. A Iceta no le han censurado por incumplir ningún requisito técnico para sustituir a Montilla como senador sino por su ideología. Así, en el debate en el Parlament, le reprocharon que hubiese apoyado la aplicación del 155 tras el intento de secesión ilegal, que hubiese encabezado manifestaciones contra el procés y que defienda la Constitución, cuando esos no eran los criterios a tener en cuenta a la hora de valorar la idoneidad del candidato. Pero con añadir la palabra “dignidad” en el discurso separatista todo queda justificado.

También debería asumirse de una vez por todas que el nacionalismo es irracional e insaciable. Nada positivo pueden obtener los independentistas de su vil actuación contra Iceta pero no les ha importado. El objetivo era castigar a Pedro Sánchez y para ello han llevado el atropello a Iceta hasta el final. Les preocupa bien poco las consecuencias que se deriven de la vejación del líder de los socialistas catalanes.

Con estos mimbres, la única conclusión posible es que no hay nada que hacer con el nacionalismo catalán, no hay pacto posible, ninguna cesión sería razonable y la única oferta sensata es el estricto cumplimiento de la ley.

Si Sánchez realmente no esperaba que el nacionalismo mordiera su mano tendida, demostraría un grado de ingenuidad alarmante, aunque lo sucedido sería una buena ocasión para rectificar. Y si, por el contrario, todo responde a una estrategia del presidente para cargarse de razones para romper definitivamente con los nacionalistas, bienvenida sea la jugada. Sea como fuere, debería tomar buena nota de lo ocurrido.