La criatura de Carles Puigdemont ya no sirve. Ha quedado aparcada. El expresidente huido ha despreciado siempre las organizaciones partidistas, pero pretendió, con la Crida Nacional per la República, aglutinar a todo el movimiento independentista con dirigentes y militantes procedentes de la izquierda, el centro y la derecha liberal, desde Antoni Morral, hasta Agustí Colomines o Germà Bel, o el propio Ferran Mascarell. Y todo ello confeccionado por Jordi Sànchez desde la cárcel. Demasiado complejo, pese a disponer, según su página web, de casi 54.000 adheridos, 900 voluntarios y de haber tenido casi a 17.000 fundadores del proyecto.
La Crida ya no sirve. Puigdemont tomó la decisión de no utilizarla en las elecciones municipales, tras un acuerdo de última hora con el PDeCAT y Junts per Catalunya. En ese momento, él tenía la sartén por el mango, con la posibilidad de designar candidatos propios. Pero entendió que la estructura en el territorio la seguía teniendo el PDeCAT, y se optó por la marca de Junts per Catalunya.
¿Instrumento para la independencia?
La Crida, cuyo presidente es Jordi Sànchez y el secretario general es Toni Morral --que procede del PSUC y de ICV—, quedó congelada, pese a las reiteradas peticiones de que era el instrumento, por parte del historiador Agustí Colomines y del economista exsocialista Germà Bel, para llevar a Cataluña a la independencia.
Nada se sabe desde el congreso constituyente del pasado 26 de enero. Sus responsables señalan que se quiere proyectar un espacio “socio-político” que pueda ejercer como campo de unión de todo el independentismo, pero eso ya ha quedado plasmado que será imposible. Esquerra Republicana tiene su propio camino, la CUP el suyo, y, lo más importante: en el seno de Junts per Catalunya existe un caldo de cultivo que podría acabar en una escisión.
Un pulso con el Estado
Antoni Morral se ha convertido en casi el único defensor de la Crida, mientras Jordi Sànchez espera el veredicto de la sentencia en el Tribunal Supremo. Tampoco está claro qué debe defender ese espacio que quiso poner en marcha Puigdemont al ver que tenía dificultades para controlar el PDeCAT. Una vez lo consiguió, ahora el dilema que se ha abierto es quién y cómo transforma Junts per Catalunya, con el PDeCAT diluido en su seno, en un partido político con cara y ojos.
Mientras Morral defiende que se debe esperar la sentencia para ver cómo se vuelve a realizar un pulso con el Estado --en eso está al lado de Puigdemont y el presidente Quim Torra—, en la Crida otros están por buscar acuerdos, dentro del posibilismo, como Ferran Mascarell, elegido concejal en las listas de Junts per Catalunya en el Ayuntamiento de Barcelona.
Bandazos ideológicos
Otros, como Germà Bel, se han quedado como un pintor colgado de la brocha. No hay movimiento ni señales de vida en la Crida. Está “congelada”, como señala un dirigente del PDeCAT.
Desde el punto de vista ideológico no interesa: demasiados bandazos, de izquierda, extrema izquierda y derecha liberal, con elementos como el economista Xavier Sala Martín. Es lo que señala un dirigente de Junts per Catalunya: "¿Qué defiende exactamente la Crida?, aunque también habrá que preguntar eso a Puigdemont o a Elsa Artadi".
La pugna con Mas
Pero lo más determinante es la orden de Puigdemont: la Crida no designó candidatos en las municipales, ya lo hizo él directamente a través de Junts per Catalunya, pero en connivencia con la dirección del PDeCAT, con David Bonvehí, que, pese a algunos reproches en público, ha dejado hacer.
Y lo que espera ahora Puigdemont es instrumentalizar por completo Junts per Catalunya, ahora sí su marca electoral. Sin embargo, delante tiene a Artur Mas, que intenta jugar el papel de puente, con una petición que ha resultado un ruego: que se le deje elaborar las listas y reordenar internamente el partido para que sea competitivo. Pero, ¿qué dirán ahora algunos militantes activos, como Colomines o Germà Bel? ¿Se resignarán?