Manuel Carlos Valls Galfetti (Barcelona, 1962) encara el arranque de la campaña de las elecciones municipales, cuyo pistoletazo de salida será el viernes 10 de mayo, en plena forma. El aspirante a alcalde de Barcelona y ex primer ministro francés tiene equipo, ha presentado su programa electoral, ha salido más que airoso de su primer cara a cara televisivo con Ada Colau y no tiene reparos en entrar en el cuerpo a cuerpo con la actual munícipe de Barcelona en Comú (BComú).

Pregunta. Arranca la campaña electoral el próximo viernes. ¿Qué expectativas tiene para la ciudad de Barcelona?

—Respuesta. Muy buenas. Hay unas ganas de cambio en la ciudad tras cuatro años de cambio de Ada Colau. Por un lado, existe una preocupación sobre la degradación que vive la ciudad. En el campo de los retos, está el futuro de Barcelona en España y en Europa. Yo quiero convencer a los barceloneses de que son las elecciones locales más importantes desde 1979.  Por ello deben, creo, movilizarse. Barcelona se juega su futuro. Pero España y Europa se juegan también su futuro en los comicios de la capital catalana.

¿Qué influencia tendrán las elecciones generales del 28 de abril en los comicios del 26 de mayo?

—Los que piensan que los barceloneses votarán igual el 26 de mayo que el 28 de abril se equivocan. O mienten. O faltan el respeto a los vecinos. Porque son los ciudadanos los que tienen el destino de la ciudad en sus manos. Las cosas están muy abiertas [de cara al 26 de mayo]. Las generales ya pasaron. Hubo una gran movilización. También un voto del miedo a la extrema derecha. Pero ese no es el eje de las municipales. En esta próxima cita electoral se dirime si Barcelona queda en manos de una alianza entre el populismo y el separatismo, encarnados por Ernest Maragall (ERC) y Ada Colau (BComú). O si la ciudad abraza un proyecto de liderazgo y cambio.

A colación de esto, ¿es la suya la candidatura más ‘contaminada’ por las generales del 28A?

—Lo dudo. Esa contaminación, por usar un término médico, yo creo que son más bien consecuencias. Las consecuencias de las elecciones generales. Pero lo que veo es un sentimiento y una realidad de degradación de Barcelona. Que la sufren los barceloneses. Y las ganas de cambio. La gente me para por la calle y me dice: “Tenemos que cambiar y echar a Ada Colau. No podemos más”. Y tienen razón. La gente tiene miedo, y no solo en el Raval. Hay una percepción generalizada de degradación e inseguridad.

¿No mancharán los resultados del 28A las municipales?

—Lo que pasará en campaña, estoy convencido, lo que copará el debate, sobre todo en los últimos días, es otra cosa. Barcelona no es cosa de partidos, tiene su propia dinámica. Ejemplo de ello es el tema de la seguridad. Barcelona vive los problemas en este campo como no lo hace ninguna ciudad española. Es evidente que hay crimen en todas las grandes urbes, pero aquí se ha agudizado. Lo revela la Encuesta de Victimización. Ello requiere de liderazgo, de propuestas políticas concretas. Son recetas para este campo pero también para otros.

¿Cuáles?

—La pérdida de liderazgo. La caída de puestos en los ránquines económicos y la proyección internacional. La falta de limpieza y la degradación del espacio público. Son problemas específicos de la ciudad. Por este motivo sostengo que las generales tendrán efecto, pero lo tendrán para todos. No solo para nosotros. La gente en Barcelona votará con el modelo de ciudad en la cabeza. Con Barcelona, España y Europa en la cabeza. Y, ¿cuál es la lista más transversal, más potente, que representa mejor a la urbe? La nuestra.

¿En qué más se diferencia usted?

—Yo no he gobernado. Yo no he formado parte de un gobierno como otros. Y, si me permite, no podemos repetir un tripartito. Yo propongo transversalidad. No va de izquierdas o derechas.

¿De qué irán entonces las elecciones?

—No se moverán en el eje clásico. Esto no son los años 70, 80 o 90. Esto es un momento histórico que va del futuro de la ciudad. Por ello auguro sorpresas. Porque la ciudadanía es muy inteligente y entiende cuáles son los retos y grandes problemas de una ciudad. Y votarán sobre ellos, no con miedo a Vox, por ejemplo, como ocurrió el 26 de mayo.

¿Qué tiene más riesgo para Barcelona, el radicalismo independentista o el populista que representa Colau?

—Es el mismo. Colau y sus amigos, como los que han sido elegidos para el Congreso de Diputados, son soberanistas. Piense que si gana uno u otro (ERC o BComú) pactarán entre ellos. Y eso sumará el desastre de la gestión de Colau con los males del separatismo. Lo que pasará aquí es que habrá un gobierno populista o separatista. Y desde el Gobierno y otras instancias lo tienen que entender. Que cierta euforia electoral no empañe nuestro juicio. Populismo y separatistas, si pueden, pactarán.

Cita usted al Gobierno. Ciudadanos ya ha anunciado oposición a Sánchez. ¿Puede ser oposición en Madrid y pactar aquí? ¿Reivindica esa autonomía municipal?

—No me dejaré arrinconar por esa disyuntiva. Aunque la entiendo, como es evidente. Mi lista es transversal, tengo mi liderazgo y autonomía. He tratado de imprimir ese carácter: que esto no vaya de partidos. Siendo consciente de que la gente vota a marcas. ¿Por qué lo hice? Porque creo que en las municipales habrá un voto de ciudad. Imagine lo que ha salido estos días sobre okupaciones e inseguridad en el Raval. No me creo que la gente no vote pensando en ello. O en la pérdida de influencia de la ciudad, que el menoscabo económico o de proyección internacional no afecte. La gente votará en clave de futuro para la ciudad.

Pero el independentismo ya vota en bloque. Incluso en las generales.

—Hay bloques, sí. Pero cambiará la participación y los liderazgos. Lo que no creo que es que se repitan los resultados del 28 de abril. Porque si fuera así, ¿por qué nos molestamos en hacer nuevas elecciones?

Sus críticos le afean dos cosas. Una, su mensaje apocalíptico. Y dos, aquello de 'de fora vingueren, de casa ens tragueren' (vinieron de fuera a echarnos). Adaptado, en este caso, a lo de dar lecciones. Me gustaría hacerle un examen. Dígame tres cosas que funcionen de la administración municipal de Barcelona.

—Barcelona es una marca potentísima. Vive de la inercia de 30 años. ¿Tres temas municipales que funcionen? La labor en materia de pisos turísticos se hizo bien. Era un problema complejo. Segundo, la política social y sanitaria, pese al último traspié del gobierno local con el CAP en el Raval. Y el debate de las superislas, cuando se ha abandonado esta idea y se ha optado por peatonalizar con racionalidad, como en el Mercado de Sant Antoni, está bien. Déjeme agregar otra. Los 14.000 empleados municipales son muy buenos. Hay talento.

¿Y la parte apocalíptica?

—Creo que cuento la realidad, no exagero. Un político debe tener una visión a largo plazo. Pero también contar lo que sucede. ¿Soy arrogante? Creo que no. Tengo un buen equipo y trabajo mucho. Aprendo constantemente.

El tema de los manteros, ¿se puede solucionar con tanta facilidad sin todas las competencias?

—Con demagogia no, por supuesto. Pero si no reconoces los problemas no los solucionas. Y aquí hay dos: uno de seguridad y otro de ocupación de espacio público. Hubo un efecto llamada, por lo que hemos pasado de 300 manteros a más de 2.000. E iniciativas como la cooperativa de manteros no funcionaron. ¿Se arregla rápido? Liderando, sí. Buscando la cooperación con Mossos d’Esquadra y el Estado: Fiscalía, Extranjería, fuerzas y cuerpos de seguridad… Porque al final lo que hay detrás es una mafia. Todos lo sabemos.

¿Ha blanqueado Colau los problemas? Pienso en los manteros o las trabajadoras sexuales.

—Colau confundió el progreso y la generosidad con el buenismo. Y parte de la izquierda olvida que los problemas de seguridad perjudican a la gente sin poder. Humilde. Las mafias, como las de la inmigración, entienden muy bien cómo funciona el mundo de hoy. Se aprovechan de las grietas que dejan los gobiernos.

Manuel Valls durante la entrevista en 'Crónica Global' / LENA PRIETO

Manuel Valls durante la entrevista en 'Crónica Global'

¿Se puede comprometer usted a revertir la pérdida de fuelle de Barcelona frente al empuje de Madrid?

—Claro. No será fácil que las empresas vuelvan. Pero el discurso abierto, de bienvenida y de We are open for business (Estamos abiertos al negocio) ayudarán. Como lo hará la colaboración público-privada. España tiene grandes activos: Madrid y Barcelona. La primera es capital de Estado. A la Ciudad Condal le toca ser la gran capital del Mediterráneo. Es un reto europeo. Y de ello se pueden beneficiar todos: de las grandes empresas al botiguer (tendero).

En esta pérdida de comba de Barcelona, ¿ha perjudicado más el 'procés' o la gestión de Colau?

—La crisis económica ha influido, claro. Pero también la han sufrido otras ciudades. Luego, el procés también. ¡Hemos perdido 4.000 empresas! Pero a nivel municipal se produjeron también discursos contra el Mobile o el turismo. Pasamos de tener reputación a salir en The Guardian cargando contra los turistas y dando la bienvenida a los refugiados. Perdimos la Agencia Europea del Medicamento. O menospreciando el comercio de proximidad, que se siente olvidado, cuando es crucial. Y eso que Barcelona tiene diferencias con otras ciudades.

¿A qué se refiere?

—Barcelona difiere de Londres, París o Madrid. No está pegada a un estado. Esta ciudad la construyó la sociedad civil, la burguesía, las empresas, los vecinos. El empuje del tejido social. Barcelona solía emprender, tener capitalidad cultural y económica. Porque teníamos que luchar aún más que otras urbes. Es precisamente por eso que no necesitamos a un amigo del presidente del Gobierno o a un enemigo del presidente o de España. Necesitamos a un alcalde líder, con experiencia y voluntad que recupere ese espíritu.