Una desconexión, pero no con España, sino con la realidad. Es lo que exhibió este sábado en Madrid el independentismo, con una movilización de 120.000 personas, según la ANC, aunque la delegación del Gobierno la redujo a unas 20.000 que podrían haber llegado a unas 56.000. Importante, pero no superior a la que reunió la unión de partidos de derecha en la plaza Colón. Con el lema de La autodeterminación no es delito. Democracia es decidir, la manifestación recorrió el Paseo del Prado hasta la plaza de Atocha y la Cibeles. Los lemas, las proclamas, los acompañantes, todo acabó resultando una amalgama de peticiones contradictorias: contra el fascismo, a favor de la autodeterminación, por los derechos sociales y civiles, y contra el neoliberalismo. Todo mezclado.
No hubo incidentes. Se trató de una marcha reivindicativa, con la idea central de considerar el juicio a los independentistas presos como una “represión” del Estado, que debería acabar cuanto antes. El mensaje de fondo se reiteró: si España quiere ser una democracia, debe reconocer el derecho a la autodeterminación. Izquierda Unida de Madrid se unió a la reivindicación de los independentistas, sacando de sus casillas a exdirigentes de la formación como Gaspar Llamazares, que entiende que, precisamente, en una democracia en la que Cataluña ya tiene autogobierno resulta extraño pedir un derecho que está pesando y reconocido para otras situaciones, como se señala en Naciones Unidas.
Con Bildu e Izquierda Castellana
El independentismo supo, desde este sábado, que sus acompañantes son formaciones que no ocupan el carril central del sistema político en España. No estuvo Podemos. Y, en cambio, sí se unieron a la causa, con sus particulares peticiones EH Bildu; el Bloque Nacionalista Galego (BNG); Madrileños por el Derecho a Decidir; Izquierda Castellana; Gure Esku Dago; Altsasu Gurasoak o el Sindicato Andaluz de Trabajadores. Junto a todos ellos, las dos organizaciones soberanistas, la ANC y Òmnium Cultural, y representantes del Gobierno catalán, como el presidente Quim Torra; la consejera Laura Borràs, el presidente del Parlamento catalán, Roger Torrent, y dirigentes de la CUP, como Carles Riera. ¿Puede esperar con esos mimbres un vuelco en España el independentismo para que se reconozca el derecho a la secesión?
El oso y el madroño de Madrid lleno de lazos amarillos tras la manifestación independentista / FARRUQO
La visión de las fuerzas independentistas catalanas es particular. Se considera que España no es una democracia homologable, que existe una “gran represión”, como señaló el vicepresidente de Òmnium, Marcel Mauri. También se expresó en esos términos la presidenta de la ANC, Elisenda Paluzie. Y, en el transcurso de esos discursos, inflamados, se clamó un “No pasarán”, que con cara de circunstancias aplaudió, tímidamente Artur Mas, que en el algún momento debió pensar que hacía en ese instante en Madrid, junto a formaciones tan distantes de su propia experiencia política en los últimos 25 años.
"Como hace 80 años"
La visión del independentismo es que el derecho a la autodeterminación deberá reconocerse en poco tiempo, porque sólo eso sería propio de una democracia. Como si esperan un Madrid combativo, lleno de furor contra el independentismo, los protagonistas se encontraron clamando consignas como si el fascismo estuviera a las puertas de la ciudad. Fue Marcel Mauri quien consideró que “como hace 80 años” estaban dispuestos a parar al fascismo, con ese “no pasarán”.
Manifestantes independentistas en Madrid
Esa una realidad paralela en la que se ha instalado el independentismo, que conserva su capacidad de movilización, y que sólo se conecta cuando, efectivamente, determinados dirigentes difunden mensajes propios de otros tiempos. Es el caso de Javier Maroto, vicesecretario general del PP, que aseguró en su cuenta de Twitter que Manuela Carmena y Pedro Sánchez habían permitido una concentración que “nunca” permitiría Pablo Casado si llega a la Moncloa, prohibiendo el derecho de manifestación. Un flaco favor a los que proponen argumentos racionales frente al independentismo en Cataluña.
L'Estaca, como en la transición
El independentismo sigue vivo. Moviliza, pero ha entrado en una espiral de la que no sabe cómo salir. El juicio a los políticos presos actúa como catalizador para presentar a España como un estado con baja calidad democrática, o, directamente, como un estado fallido, que no puede homologarse con el resto de países europeos. Para ello, si quería cómplices en el resto de España, se ha encontrado con fuerzas políticas que ya no lo ven claro, como es el caso de Podemos. El resto, son partidos como Izquierda Castellana, o con fuerzas anticapitalistas, que aprovecharon la manifestación para defender derechos sociales.
Una imagen de la manifestación en Madrid
Con todo eso, el presidente Torra pidió a España que “escuche el clamor”, y establezca un diálogo político con Cataluña, sin pensar que en esa Cataluña la pluralidad interna es una realidad, y muchos catalanes pudieron escuchar con asombro --como el propio Llamazares-- esas proclamas, como si todos estuvieran al borde de una especie de guerra civil entre demócratas y fascistas. Eso ocurrió. Pero fue hace 80 años.
Y como si saliera de esa guerra, como si se iniciara una nueva transición, todos cantaron L'estaca, de Lluís Llach, con orgullo y un sentimiento de que se está de nuevo en la misma situación. A Llach le encanta la idea, porque cobra por los derechos de autor. Pero todo aquello queda muy lejos. Hay otra España, y una Cataluña no independentista. Pero sobre eso, el independentismo se ha desconectado.