La política española y catalana se retroalimentan. La victoria de la derecha en Andalucía, dividida en tres partidos, pero con fuerza suficiente para acabar con 35 años de gobiernos socialistas, da alas al independentismo irrendento, el que defiende Carles Puigdemont y el presidente Quim Torra, que ahora pueden presentar argumentos para las amplias clases medias asustadas con la irrupción de Vox. El mensaje, que no se ha dejado de difundir desde el inicio del proceso soberanista, es claro: si en España no hay nadie dispuesto a un acuerdo, si la izquierda se siente superada, o, de hecho, quiere colaborar con la defensa de un Estado que se considera arcaico, entonces más fácil será abandonar España.
Los discursos de Ciudadanos y del PP, y, todavía con mayor intensidad, de Vox en la campaña electoral contrastan con la idea que el independentismo tiene de sí mismo. No es una sorpresa, pero es indicativo de que se camina en direcciones totalmente opuestas.
El mundo de Puigdemont
Si Albert Rivera consideró en la noche del este domingo que Pedro Sánchez tiene un problema por seguir confiando en “Gabriel Rufián”, como estandarte del independentismo, el expresidente Carles Puigdemont interpretaba lo contrario, al entender que el apoyo del PSOE a los “defensores del 155” le ha hecho fracasar. “El neofascismo europeo saluda el aumento del unionismo español --se refería al aplauso de Marine Le Pen a Vox por sus resultados--. Tengámoslo presente. Y el PSOE debe preguntarse cómo es posible que el haberse apuntado con entusiasmo a la cultura del ‘a por ellos’ no le ha impedido el naufragio”.
Es una interpretación de la realidad diametralmente opuesta, la derecha española entendió que Pedro Sánchez se equivocó por completo al plantear una moción de censura que sólo podía tener éxito --como así fue-- con los votos del independentismo. Al margen de que Albert Rivera y la dirección de Ciudadanos asume que pudo ser un error no haber votado una abstención en esa moción, prima la idea de que Sánchez se ha entregado al independentismo para seguir en el poder, sin convocar elecciones. Y ese mensaje, con mayor o menor acierto, ha calado en buena parte de la opinión pública española.
Carles Puigdemont
La 'entrega' de Sánchez
Así lo entienden politólogos de la talla de Manuel Arias Maldonado o Ignacio Torreblanca, que señalan que en Andalucía se dirimía una cuestión principal, y es que eran las primeras elecciones que se hacían fuera de Cataluña, tras el proceso independentista, y que muchos españoles querían votar contra todo lo que sucedió. “Lo dije hace semanas y lo digo de nuevo. Lo sigo creyendo”, señala Arias Maldonado.
Torreblanca se pregunta, aunque apunta su propia respuesta, qué ha ocurrido en Andalucía. “¿Si caen las dos izquierdas (PSOE y Adelante Andalucía), la culpa es de Susana Díaz y de Teresa Rodríguez (se ha votado en clave andaluza), o de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias por pactar con nacionalistas-independentistas (clave nacional)? Lo sabremos en 2019”.
Papeletas "rojigualdas"
El independentismo ahora siente que todo lo que ha provocado tenía un buen objetivo, y es levantar una palanca de cambio en España. No asume que ha sido la forma en cómo lo ha planteado todo la razón por la que ha despertado una reacción que siempre, a lo largo de la historia, ha estado latente. Vox, y en la misma noche de este domingo lo repetía su líder Santiago Abascal, no pedía papeletas “verdes” para el parlamento de Andalucía, sino “rojigualdas” para un proyecto conjunto español.
Ahora Puigdemont cobra de nuevo fuerza, y Quim Torra, que sigue sus pasos sin modificar una coma. También la CUP, y algunos sectores de Esquerra Republicana, que ven la oportunidad para rehacer el discurso pragmático que han mantenido en los últimos meses. La dirección de los republicanos no quiere cambiar la estrategia de fondo, pero teme verse arrastrada por la ANC, y los fieles a Puigdemont, dentro de Junts per Catalunya.
Presionar o no a Sánchez
Si ahora se presiona más a Pedro Sánchez --la aprobación de los presupuestos queda ya muy lejos-- el acceso al poder de las tres derechas a la Moncloa --se verá si se concreta en un gobierno en Andalucía con cierta celeridad-- cobrará fuerza y retroalimentará al independentismo. Con dos vectores al alza, será necesaria alguna negociación. Esa es la estrategia de los irredentos, con Jordi Sànchez a la cabeza, que acaba de iniciar una huelga de hambre.
Los pragmáticos huyen de esa posibilidad, y esperan que, distanciándose de Sánchez, el presidente del Gobierno sepa aguantar y tomar la mejor decisión. En eso está Joan Tardà, diputado de ERC en el Congreso, aunque se descamisó en las redes sociales, al denunciar la “catalanofobia” que existe en España.
Elecciones en marzo, o mayo
Todo quedará en manos de Pedro Sánchez, que, aunque la derrota en Andalucía no es suya, --Susana Díaz no quiso ni verlo en campaña y depuró a buena parte de los ‘sanchistas’ en sus listas-- ha quedado tocado. La idea sigue siendo la de esperar y convocar después de las municipales y autonómicas del 26 de mayo. Pero en su círculo más estrecho se ha comenzado a pensar en marzo como mejor fecha.
Todo dependerá de cuándo y cómo se concrete el gobierno andaluz. Si se forma un Ejecutivo con PP, Ciudadanos y Vox, el mensaje será diáfano: “El PP y Ciudadanos eligen a Vox cuando en Europa se deja fuera a la ultraderecha”, que puede ser determinante de cara a las municipales y autonómicas. Si se aguanta y se consigue un buen resultado que consolide poder territorial, el PSOE entiende que habrá logrado el centro político.
Pero todo eso queda lejos. Los primeros que se beneficiaron de los resultado en Andalucía fueron Puigdemont y Torra. Una retroalimentación constante.