Javier Zarzalejos (Bilbao, 1960), secretario general de FAES, ha conocido el poder, ha ejercido el poder. Y en una etapa clave para la historia reciente de España. Fue secretario general de la Presidencia del Gobierno en las dos legislaturas de José María Aznar. Asumió diferentes encargos, entre ellos el inicio de un contacto con ETA que no fructificó. También fue testigo de excepción de los acuerdos del Gobierno del PP con Jordi Pujol, y, al poco tiempo, del distanciamiento de Aznar con el mismo nacionalismo catalán. Ahora, tras comprobar lo sucedido, y siendo consciente de que a través de FAES las críticas a Mariano Rajoy han sido numerosas y contundentes, se pregunta, con contundencia, qué estrategia exactamente tiene el Gobierno del PP en Cataluña: “¿Qué es eso de irse de Cataluña echando leches?”. Considera Zarzalejos que “fue un error convocar elecciones para el 21D”, sin tener en cuenta cómo se iba a solventar la situación judicial en la que podían quedar los dirigentes independentistas, entre ellos el propio Carles Puigdemont. Todas sus reflexiones, ahora con la distancia adecuada, las ha plasmado en No hay ala oeste en la Moncloa (Península), con un capítulo final que tensiona al lector y le lleva a una profunda reflexión sobre lo que ha pasado en España en los últimos 14 años y el porqué del comportamiento de los diferentes actores políticos.
--Pregunta. ¿Estamos en esta situación en España y en Cataluña por lo que pasó el 11M de 2004? ¿Se puede decir que se difundió en España la primera 'fake news', que están ahora tan de moda?
--Respuesta. Lo que ocurrió fue un fake new de libro. Se difundieron medias verdades, enfoques interesados, como que el ministro Ángel Acebes acudió a la Zarzuela para pedirle al Rey que firmara la desconvocatoria de las elecciones, tras los atentados terroristas. Nada de eso sucedió. Y es evidente que se utilizó políticamente, con las proclamas de Rodríguez Zapatero. Se elaboraron estrategias de desinformación.
--Se dice en el libro que el Gobierno no mintió.
--Yo vi papeles en los que se decía que era ETA, no se podía descartar, con todo lo que sabíamos y la experiencia acumulada. Pero la cuestión era más sencilla. No se podía echar la culpa al Gobierno de los atentados. Pero es que en el caso de que, finalmente, hubiera sido ETA el Gobierno no se hubiera visto beneficiado para nada. Al revés. Si el Gobierno decía que había tomado medidas drásticas, en todos los años anteriores, para acabar con ETA, que la banda terrorista hubiera tenido capacidad para realizar esos atentados no hubiera dicho cosas positivas de nosotros. El mensaje de Zapatero era que nadie cambiara el voto por ese atentado. No era nada lógica toda la actuación que protagonizó el PSOE.
--¿El PSOE rompió el consenso de la transición en ese momento y en la legislatura de Rodríguez Zapatero?
--Hay un momento central que es la mayoría absoluta del PP de 2000. El PSOE sufre una derrota humillante y Jordi Pujol se queda sin mayoría absoluta en Cataluña. Nos damos cuenta todos de que el PSOE no es el partido natural para formar gobierno y de que Pujol necesita apoyos para gobernar. Los socialistas se dieron cuenta de que las cosas habían cambiado. Tenían la idea de que el país era de centro-izquierda y de que el PP podía gobernar, pero sólo de forma circunstancial, y necesitado de apoyos. Y lo que pretendieron es darle la vuelta a las cosas, con tres pilares: la negociación con ETA, el tema del Estatut y la ley de memoria histórica. Los intelectuales vinculados al zapaterismo impulsan un nuevo relato. Piensan que en ese momento pueden plantear cosas que no se pudieron durante la transición. Quieren hacer su propia transición.
--¿No es Podemos quien rompe con el llamado régimen del 78?
No, la avanzadilla de eso es Rodríguez Zapatero. Los socialistas quieren crear un nuevo relato. Y lo hacen con el propósito de marginar al PP, con una alianza con los nacionalistas de izquierda. Se plantea la plurinacionalidad de España, se habla de pacto, y no de ley, como propone Egiguren. Y se quieren ajustar cosas con la ley de memoria histórica. Y eso es producto de la mayoría absoluta anterior de Aznar.
--¿Debía haberse acercado el PSOE al PP en ese momento, ya que ganó tras una circunstancia tan grave?
--Podía haber optado a eso, claro. Pero Zapatero con su discurso inicial, cuando reivindica a su abuelo republicano, ya se ve que va en otra dirección. El PP debe atender a su propia reconstrucción, y tiene la conciencia de que van a por él, de que quieren echarle del terreno de juego. Y se producen actos de afirmación, con movilizaciones, de querer estar, de mantenerse en pie.
--¿El Estatut es una pata más de ese intento de Zapatero?
Sí, porque se producen pactos alejados del paradigma del acuerdo constitucional. Zapatero sabe que si quiere pactar con los nacionalistas tiene que hacerlo con bases distintas, con el reconocimiento de la plurinacionalidad. El modelo de éxito para el PSOE es Pasqual Maragall, que llega a acuerdos con los nacionalistas de izquierda.
--Y lo hace en Madrid, con una coalición similar.
--Adopta el mismo modelo. Yo siempre he dicho que Zapatero fue un pésimo gobernante pero un magnífico gestor de su mayoría. Sabía quién le había votado, lo demás no le preocupaba, y su objetivo fue mantener su mayoría de gobierno, aunque cuando se deshace se deshace a plomo. Para mí eso cambió poco las cosas, gracias a la resiliencia del PP histórico.
--¿Por qué?
--Si nos fijamos, el PSOE no tiene ninguna mayoría absoluta desde 1989. El PP ha tenido dos mayorías absolutas, con Aznar y Rajoy. Y ahora entramos en un terreno de coaliciones. El mayor problema que tenemos es que puedan pactar el PP y Ciudadanos, que no veo que sea un problema de verdad para la gobernabilidad.
--Pero depende de quién domine en esa coalición.
--Sin duda. Pero el problema de Merkel, por ejemplo, no es que haya crecido el Partido Liberal, es que ha crecido Alianza por Alemania. Aquí el bipartidismo se ha roto, pero de forma razonable, porque ni Podemos ha pasado al PSOE y eso es muy importante, y la fragmentación de la derecha ha ido hacia Ciudadanos, que no es un partido antisistema. El problema será la capacidad política para alcanzar acuerdos, pero el electorado no lo va a poner imposible para llegar a ellos. Esa es mi impresión.
--¿Llega un periodo de coaliciones, como en toda Europa?
--Sí, pero lo bueno es que llegamos con retraso a ese modelo europeo. No son las coaliciones de ahora, en países como Italia, por ejemplo. Llega un periodo de coaliciones buenas, de las que se daban antes en Europa, con una izquierda socialdemócrata, una derecha democrática y un centro liberal. Eso es lo que hemos envidiado siempre de Alemania. Y si la izquierda aprende alguna lección de lo que ha pasado en Cataluña, y lo parece, con Pedro Sánchez, que le ha cogido miedo, las perspectivas no son malas.
--¿Y qué esfuerzos exige esa nueva situación?
--Nos tenemos que acostumbrar que ganar las elecciones no lo hará nadie, que ganará la mayoría parlamentaria que se pueda constituir. Dependerá de los resultados de todos. Las elecciones no resolverán el gobierno, será después, con los acuerdos.
--¿El PP es o puede ser la UCD?
--No es la UCD, pero el argumento de que el PP siempre remonta, eso se ha acabado, es irreversible. Y los responsables políticos deberían modular el discurso, porque a todos les va a pasar.
--¿Deberá renovar liderazgos el PP?
--Pues sí, para qué nos vamos a engañar. Pero eso se irá produciendo a media que se acerquen las elecciones. Pero a mí lo que me interesa, lo que veo, es que hay una tendencia en el CIS que muestra que se es insensible a los fracasos y a los éxitos del PP. Da igual lo que pase en cada momento, si el caso Cifuentes u otra cosa. Hay una toma de posición del electorado que es un síntoma claro de desconexión. Hay una desconexión de la figura de Rajoy.
--En Cataluña, pero también en toda España, la oferta de Aznar a Pujol, ya con mayoría absoluta del PP, podía haber cambiado las cosas. ¿Lo ve tan trascendental, el hecho de que el nacionalismo catalán hubiera cogobernado el Estado?
--Hubiera cambiado tanto las cosas que Pujol no quiso, porque suponía dejar al nacionalismo en una encrucijada. Pujol se lo dice a Aznar. Le dice que él se desentiende del pacto del 78, que está ya en otra situación. El nacionalismo era él, y si él había llegado a su límite el nacionalismo también y necesitaba otro camino distinto.
--¿Hay un camino previo, que conducía a lo que pasa ahora, a pesar de la sentencia del Estatut, que es la gran excusa?
--Sí, él ve dos horizontes, o implicarse, con ministros en el Gobierno, u otro horizonte, aunque él ya no lo conducirá, porque sabía en ese momento que no podía quedar fuera de Europa ni ir en contra del capitalismo catalán, por explicarlo fácil. Pujol no veía un proyecto contra Europa, pero sí un proyecto que pudiera tener éxito con una Europa más unida. Pujol ha sido siempre independentista, otra cosa era el horizonte para hacerlo posible.
--¿Entonces?
--A Pujol la mayoría absoluta del PP le resulta humillante, y entiende esa actitud de Aznar, la oferta que recibe, como la generosidad del gigante, y el factor personal juega también. Sabe que debe contar con el PP, porque no tiene mayoría absoluta, tiene estabilidad parlamentaria a cambio de que no toque el Estatut.
--¿Aznar hubiera actuado de forma diferente a partir de 2012, respecto a Cataluña?
--No quiero cargar más de la cuenta, pero ha habido un gran error de cálculo, esperando un mejor escenario, que nunca llegaba. El problema también es que los mensajes tranquilizadores venían de aquí, de Cataluña. Se decía que no pasaría nada.
--¿Los interlocutores en Cataluña no se enteraban de nada? ¿Las élites económicas?
--Elites económicas, medios de comunicación, personalidades diversas, analistas… no daban importancia a lo que podía pasar. Y luego se han confundido al pensarlo todo como una lucha partidista, cuando se trata de un fenómeno como el nacionalismo, que es un movimiento. Se decía que la unidad nacionalista se rompía, y no, no pasaba. Se mantenía.
--¿Quién ha fallado más?
--Ha habido un error de cálculo del Gobierno. Hubo un grandísimo error el 9N, enorme, y luego llegó el 6 y 7 de septiembre, el 1-O, y la decisión de convocar elecciones el 21D, sin tener resuelto el tema judicial. Convocas unas elecciones, los que tenían un proceso judicial consiguen el mandato parlamentario y es muy complicado todo. Es difícil explicar todo esto en Europa. Las elecciones las convocas tú --Rajoy--, son ya diputados, se podían presentar en las elecciones, y ¿ahora qué? ¿Aplicas el 155 y disuelves el Parlamento? Sé que no es fácil, pero no puede ser como se ha hecho. ¿Qué eso de salir de Cataluña echando leches? (expresión de Fernando Martínez Maíllo, del PP, a José Manuel Villegas, de Ciudadanos, en el pasillo del Congreso). No puede ser. Al contrario. ¿Te subes al tejado de la embajada de Saigón y esperas a que venga el helicóptero?
--¿Entonces, ahora, qué se puede hacer?
--Unidad, mensajes claros, cercanía a los ciudadanos que no pueden volver a la condición de mozárabes, y ley de verdad. El 155 no está para prevenir delitos. Para eso está la justicia. ¡Lo que pasa es que todos parece que quieren ayudar! Como Pedro Sánchez, con la propuesta de reforma del Código Penal sobre el delito de rebelión. ¡Pero si eso lo piden los abogados de Puigdemont!
--El independentismo se queja de que no se le ofrece una vía posible, una vía en el caso de que algún día tenga una mayoría importante en el Parlament. ¿Se les dice que cambien de idea y ya está?
No, pero hay que acostumbrarse a que los programas de máximos no se cumplen. A los comunistas ya les hubiera gustado una revolución. Lo que no puede ser es pensar en un referéndum.
--¿Entonces, la ley de claridad canadiense?
--Es una opción, pero ahora el nacionalismo quebequés ya no acepta esa ley de la claridad. Hay que celebrar elecciones, y ver, y es cierto que si llegan a mayorías amplias, se deberá atender esa nueva realidad. ¿Pero con un 47%?
--¿Y con un 70%?
--Entonces lo veremos, claro, si eso se repite en varias ocasiones. Y se debería negociar, plantear las cosas. Se trata de una cuestión que será generacional.