El escritor Valentí Puig, en la entrevista con Crónica Global / CG

El escritor Valentí Puig, en la entrevista con Crónica Global / CG

Pensamiento

Valentí Puig: "El catalanismo ya no representará más la centralidad"

El escritor considera que el catalanismo "ha caducado" y que será necesaria una conllevancia a la espera de un proyecto moderno, con un lenguaje nuevo

21 enero, 2018 00:00

Valentí Puig (Palma de Mallorca, 1949) forja su obra literaria, con poco ruido pero con perseverancia y solidez, silenciado, en parte, en Cataluña por su determinación crítica, por su posicionamiento en favor de una España real y posible. Acaba de publicar dos nuevos libros, el dietario La bellesa del temps, cuando fue corresponsal del diario ABC en Londres, y el poemario Oratges de la memòria. Y sigue resonando su novela Barcelona cau (Proa; en castellano Pre-textos), de 2012, sobre los últimos días de Barcelona durante la Guerra Civil. También una extraordinaria conversación-entrevista de Ignació Peyró con Valentí Puig, La vista desde aquí (Elba, 2017). Y todos deberíamos releer L'os de Cuvier, un ensayo a favor de la exigencia y contra la mediocridad. Puig razona, matiza y argumenta, pero también concluye, y asegura que el catalanismo, como respuesta a la situación política, ya no tiene recorrido. “El catalanismo ya no representará más la centralidad”, precisa, para reclamar un “lenguaje nuevo que sepa acompañar a una sociedad que ha cambiado por completo”.  

-¿Entiende por qué se ha llegado a la actual situación?

-Es una situación que recuerda a la del siglo XIX, la de las guerras carlistas, la de dar el grito, como se decía, cuando los militares daban el grito, cuando había una debilidad de las instituciones, con constituciones que iban cayendo. Sin embargo, hay diferencias notables.

-¿Qué diferencias? ¿Apostaría, hablando de constituciones, por una reforma constitucional para resolver la situación catalana?

-La Constitución española de 1978 se ha demostrado que es sólida, flexible, mucho más de lo que se suele decir. Y, por eso mismo, no creo que se deba reformar la Constitución. Se debe afrontar reformas, las que se consideren necesarias, como el modelo de financiación, por ejemplo. Pero una reforma ahora sería lo menos recomendable. El clima está tensionado, debe bajar. Y se deben, también, buscar las mayorías necesarias para esa reforma.

-Pero, ¿por qué se ha alcanzado esa tensión?

-Es difícil de entender. Cuando los problemas de fondo como sociedad están relacionados con la demografía, con la baja natalidad, con el futuro de las pensiones, con la competitividad, lo que se vive no se entiende. En la política siempre hay motivos irracionales, pero se trata de buscar el equilibrio entre razón y pasión. Sin embargo, se ha actuado creyendo en cosas con poco sustento histórico, económico y jurídico. Es insólito. Realmente insólito.

-¿Cree que se trata de una falsa ruta, como la que denunció en su día Ferran Valls Taberner, cuando abrazó el franquismo, y que esa falsa ruta es ahora el independentismo?

-Valls Taberner era muy respetado como historiador. Consideró que el catalanismo había superado los propósitos de sus orígenes. Vivió cómo la hegemonía de la Lliga de Francesc Cambó dejaba paso a ERC, con un espíritu rupturista, con Francesc Macià, con una gran capacidad demagógica, y con Lluís Companys, que fue abogado de la FAI. Vio como el Estado de derecho dejaba de existir, con la total incapacidad de la Generalitat, como bien advirtió Josep Tarradellas. Y sí, ahora ha derivado hacia el independentismo, como una falsa ruta.

-¿A qué responde?

-Hay que recordar que Artur Mas no era ni independentista ni nacionalista. Su primer mandato como presidente era economicista, con el mensaje de que no teníamos derecho a endeudar a nuestros hijos. El componente identitario en su mensaje era mínimo. Protagonizó los recortes sociales, no calculó el impacto social, que fue enorme, y acabó llegando al Parlament en helicóptero, por el cerco de las protestas sociales. Algunos de su círculo le asesoraron para que lo sumara todo, con el objeto de alcanzar una mayoría absoluta. Hay que recordar ese momento para entender lo que pasó después.

Creo que la oferta de Aznar a Pujol fue sincera, que el centro-derecha español debería haber conectado con el centro-derecha catalán

-Pero hay dos millones de personas que han apoyado el proyecto independentista y que se mantienen cohesionados, como se ha mostrado en las elecciones del 21D.

-Sí, hay una parte de la sociedad catalana que ha comprado ese discurso. Y se debe distinguir entre varios factores. Primero, hay una cierta hispanofobia populista, que está en los orígenes del independentismo desde siempre. Y luego ha existido también un alejamiento sobre la idea de la gobernabilidad de España, producto, a su vez, de un alejamiento del Estado.

-¿Hay un momento en la historia reciente que explique ese cambio?

-Siempre he pensado que fue determinante que Jordi Pujol no quisiera gobernar el Estado, que rechazara todas las ofertas que recibió por parte de los gobiernos españoles. Cuando se habla de la oferta de Aznar, yo creo que fue sincera, que se quería, realmente, un cambio de tercio, con una mirada basada en dos locomotoras, Madrid y Barcelona. El PSC jugó ese papel, comprometido, que aportaba ministros y secretarios de Estado y dirigentes. Y fue objeto de una reacción agresiva del nacionalismo, de mucha gente, desde ámbitos como el periodismo, que fue en contra de los socialistas. Fue un ataque casi tribal. Lo que ocurrió no es que el poder quisiera perpetuarse, algo hasta cierto punto natural, sino que se pensó, por parte del nacionalismo, que el país era suyo. Y se frustró una gran oportunidad de que el centro-derecha español y el centro-derecha catalán tuvieran un nexo para colaborar en beneficio de todos.

El problema es que una figura tan rudimentaria como Puigdemont haya logrado tantas adhesiones

-¿En qué medida se apropiaron del país?

-Bueno, se comprueba ahora con el caso Palau de la Música, que se convierte en una inmensa cueva de ladrones, y que se une a las prácticas de la familia Pujol. El problema es que la sociedad olvida fácilmente, y que una figura tan rudimentaria como Carles Puigdemont concita tantas adhesiones. Es sorprendente. No diré que es una patología, pero se trata de un conjunto de elementos que unen la insatisfacción social con un liderazgo en negativo, porque no va a favor de nada, sino sólo a favor de cosas que son imposibles.

-Insistimos, ¿a su juicio, qué factores han logrado que la sociedad catalana abrace todos esos elementos que dice, contando con la figura de Puigdemont?

-Hay diversos. Inicialmente TV3 era una buena televisión, muy bien hecha, pero ha entrado en un proceso que resulta erosionador para ejercer el pluralismo. No es nada parecido al totalitarismo, como se dice, pero ha habido una merma del juego limpio en el discurso político, con cuantiosas subvenciones al entorno mediático, con un coste inmenso. Eso coincide con la llegada a la edad política de unas generaciones que han estudiado en un sistema educativo donde las versiones del hecho constitucional de la historia de España se han visto como un elemento para oprimir Cataluña, y la idea de España como comunidad abierta ha desaparecido. Se ha tergiversado la historia de forma muy profunda y resulta que ha funcionado.

-¿Hay vías alternativas?

-Siempre habrá sectores independentistas. Lo nuevo es que hay un claro componente populista, que ya está instalado cuando aparece Puigdemont. Esquerra Republicana comienza a entrar en una vía más realista, que no sabemos cómo acabará. El PP ha tenido unos resultados desastrosos. Y la llamada tercera vía no ha logrado nada, debido a la extrema polarización. Lo que parece claro es que la idea de reconstruir un catalanismo histórico está caducada. La sociedad catalana ha cambiado tanto que se necesita un nuevo lenguaje, con líderes nuevos, con recursos, con un sustrato mediático, que ahora no existe.

Ciudadanos debe matizar sus posiciones para dar una imagen del país más completa, sin ser un partido catalanista

-¿Cree, por tanto, que ese proyecto que habíamos conocido hasta ahora está muerto?

-Le diré que es difícilmente resucitable. La centralidad y la transversalidad no han funcionado, basta mirar al PSC. Era una idea de Jordi Pujol, con el mensaje claro de que él era la transversalidad, y que si se quería llegar ahí, todos debían acercarse a sus posiciones. Y eso ha sido un error. Creo que ya no representará más la centralidad.

-¿Qué puede hacer Ciudadanos?

-Hay muchas incógnitas. Es un partido que lo tiene difícil para adaptarse. Debería matizar sus posiciones para dar una imagen del país más completa, pese al éxito de Inés Arrimadas. Pero creo que no debe ser un partido catalanista, en el sentido que le decía antes, porque lo que se debe tener en cuenta es que, de hecho, el catalanismo ya ha ganado. Lo que quería se reflejó en la Constitución. Lo que se debe hacer es gestionar, no dejarse llevar por la dinámica del independentismo. Sin embargo, sí se debe integrar a votantes distintos.

Se dijo que fuera de España todo iría bien, y aún me deja parado

-Mientras eso no ocurre, el bloque independentista tiene mayoría absoluta. ¿Hay alguna salida?

-Me recuerda todo lo que ocurre una anécdota de Francesc Pujols con Lluís Companys. Pujols le dice al presidente catalán que toda revolución comporta una reacción. Companys le contesta que “aquí no pasará”. Y cinco días después llegó el 18 de julio. Ahora es muy diferente. Y lo que ha provocado ese movimiento es una destrucción económica, con empresas que se han marchado y que se lo pensarán mucho antes de volver. Lo que veo es que no hay gente para dedicarse a la economía. El que ejercía de consejero de economía, Oriol Junqueras, está en la cárcel, y se vio claramente superado por Josep Borrell en diferentes debates en televisión. A la que parece que proponen, Elsa Artadi, creo que no ha visto un balance de una empresa en su vida, aunque sea una buena teórica. Si se forma un gobierno independentista, lo mejor sería que integrara figuras independientes, porque ofrecería un buen mensaje de cara al exterior.  

-El independentismo sostiene que ha querido beneficiar a todas las clases sociales, especialmente a las populares, pero es un movimiento de grandes clases medias. ¿Cómo se explica?

-El detonante de todo ha sido pensar que la crisis económica fue culpa de Madrid. Es la vieja teoría del nacionalismo, según la cual si al vecino le va mal, a ti te debe ir bien. Se creyó que la crisis fue provocada por la política económica de Madrid, como si Cataluña estuviera desligada de eso. Y aquello se sumó a la precarización de las clases medias. Se dijo que fuera de España todo iría bien, y aún me deja parado. Dejé de ir a las tertulias de Catalunya Ràdio porque se insistía en que no saldríamos de la UE, y cuando no había forma de que eso se entendiera, pensé que no valía la pena ir a explicarlo, porque no se quería escuchar. Algunos decían que salir de España nos daría alegrías, ¿cuáles? Sin seguridad jurídica no hay inversores, y ya lo estamos comprobando.

La gente vota sin ilusión, y si vota con ilusión es un voto por causas imposibles

-¿No hay, en el fondo, un problema sobre las expectativas que tenemos sobre la política y lo público? ¿No se le pide demasiado?

-Sí, creo que hay mucho de eso. Es la idea del relato. ¿Pero qué relatos? Los relatos son la base de la demagogia. La realidad de Cataluña y España son 500 años en común, con distancias y acercamientos, con una Constitución que representa bien lo que se pedía, con un país que está dentro de la UE, en la OTAN, que es más respetado en el exterior que dentro. Eso es el relato, esa es la realidad. El relato de Cataluña está en relación a todo eso, a su esplendor, a su capacidad de iniciativa privada, a su avance en todos los terrenos.

-En el conjunto de España, ¿eso se ha entendido mejor?

-El ciudadano español también es inflamable. Se vio con la entrada de Podemos en la política. La cuestión es que la gente vota sin ilusión, y si vota con ilusión es un voto por causas imposibles. En el caso del voto independentista, se distorsiona el hecho democrático, que es buscar soluciones posibles para las cosas que son posibles.

-En Madrid, en algunos sectores del PP y del PSOE, y en Ciudadanos, se sostiene que se debe llegar al final de la llamada política del contentamiento. ¿Está de acuerdo?

-Es que la pregunta es saber qué se quiere. Para mí con la conllevancia ya sería suficiente. Cuando te encuentras con un problema que no tiene solución, hay que optar por la conllevancia, como sostenía Ortega.

Se apostó por una institucionalización de la cultura, y ha provocado que la cultura catalana oficial esté en manos de parásitos

-¿Qué ha ocurrido a su juicio con los medios de comunicación?

-Hay una cuestión en los medios tradicionales que está relacionada con el negocio. Es un mal momento y necesitan recursos. En los digitales, éstos ya nacen con una agresividad notable, con un dominio en las redes sociales que no creo que se deba a conductas espontáneas. Y con dinero público, lo que han defendido y defienden creo que es muy elocuente.

-¿La imagen de la propia cultura catalana se puede deteriorar?

-Yo nací en Palma de Mallorca, pero para mi Cataluña es muy importante. Lo que se ha hecho históricamente es enorme: la Reinaxença, el modernismo, el noucentismo... escritores como Miró, Gabriel Ferrater, Rodoreda, Pla, Espriu... En los años cincuenta y sesenta Cataluña va muy por delante de España. En Madrid el asombro fue total. Y ahora ha comenzado a ocurrir lo contrario. Y la culpa es del nacionalismo, de una paranoia, y es que se crean paranoias a favor y en contra, en relación con España. Cuando se organiza el tricentenario de 1714, y se pone al frente a personajes como Toni Soler o Mikimoto (Miquel Calçada) es que algo falla.

-Usted publica periódicamente, cuida su obra con mimo. ¿Ha perdido creatividad la cultura catalana?

-Lo que ocurre es que hacen falta grandes personalidades creativas. Existe también un hecho generacional, y se deberá esperar para ver los frutos. Pero el exceso de protección de Pujol en materia de cultura ha sido negativo para los creadores. Se apostó por tener 3.000 escritores, cuando lo importante para una cultura como la catalana es tener tres escritores buenos, no 3.000 dispersos. Se ha institucionalizado de forma excesiva la cultura, con una discriminación positiva que, en parte, era lógica, pero que ha constituido un sistema que genera auténticos parásitos, grupos extractivos que viven de eso, la llamada clerecía, que no llega a elite, que es más una tribu. La consecuencia es que la cultura catalana oficial está en manos de parásitos.