Un acto gris y deslucido que apenas duró dos minutos. Y que contó con una gran ausente: Esquerra Republicana, socia del nuevo gobierno de Quim Torra. Un desmarque en toda regla de las extravagancias de Junts per Catalunya.
La toma de posesión fue “una degradación de las instituciones”, a juicio de los partidos de la oposición y de los miembros del Gobierno español, que tampoco asistieron al acto. Los primeros porque no estaban invitados. Los segundos, porque los organizadores habían rechazado la presencia de ministros y secretarios generales. Todo ello en aras de escenificar el carácter excepcional y, sobre todo, provisional del mandato de Torra, dado que el “presidente legítimo”, sostienen, es Carles Puigdemont.
Esta postura choca con la exigencia de ERC de un gobierno estable, lo que pasa por excluir a consejeros en prisión o fugados, al contrario de lo que pretenden en Junts per Catalunya.
Visita de Torra a los consejeros encarcelados
Precisamente hoy estaba previsto que Torra visitase a los dirigentes independentistas encarcelados –aunque ha pospuesto el acto hasta el lunes por motivos logísticos—, antes de que tome posesión su nuevo ejecutivo. Su composición ha ido variando desde que Puigdemont ungió a Torra como su sucesor –su títere— precisamente por el empeño de crear una especie de gobierno paralelo que restituya de alguna manera el Consell Executiu de la anterior legislatura.
Se ha hablado de Jordi Turull, Josep Rull (ambos en prisión preventiva) y de Lluís Puig (fugado en Bruselas). ERC no quiere entrar en ese juego, pero su díscolo, Toni Comín, también refugiado en la capital belga, aceptaría repetir como consejero de Salud, en este caso exiliado. El pulso de Comín está provocando serios problemas a los republicanos, que tendrán en sus manos consejerías sociales que no admiten veleidades en el terreno de la gestión.
En la intimidad
Los republicanos rechazan las “astucias” de sus socios y, por ello, no participaron en la organización de esa toma de posesión clandestina, cubierta vía plasma por los medios de comunicación, lo que ha provocado un duro comunicado del Colegio de Periodistas de Cataluña. "No entendemos que este jueves, en un acto de la trascendencia como es la investidura del 131 presidente de la Generalitat, se vete la entrada de los medios de comunicación privados en la sala donde se hará este acto", ha expresado la organización colegial.
ERC se mantuvo al margen de los preparativos de la toma de posesión, que tuvo lugar en una antesala del despacho del presidente –donde el Artur Mas firmó el decreto de convocatoria de la consulta del 9N— donde solo estuvieron presentes el presidente del Parlament, Roger Torrent, y el secretario del Govern, Víctor Cullell, además de la familia de Torra. Nada que ver con los fastos de anteriores mandatos, celebrados en el noble Salón Sant Jordi, con capacidad para 400 invitados del mundo político, social y económico.
Un gran lazo amarillo
Pero el plante republicano más notorio, por lo que tiene de sentimental, se produjo en el supuestamente improvisado saludo de los trabajadores del Palau. Éstos salieron al Pati dels Tarongers para escuchar unas palabras de su nuevo jefe, aplaudirle y entregarle un gran lazo amarillo –símbolo de los políticos presos— que el president se comprometió a colgar en la fachada de la sede del Govern. La notoria ausencia de empleados republicanos provocó gran malestar en Junts per Catalunya, por lo que tiene de desunión independentista.
La CUP redundó en ella a través del diputado Carles Riera, quien criticó la toma de posesión de Quim Torra porque "acata el marco jurídico-político español”. Riera confesó que se le pusieron “los pelos de punta” cuando oyó a Puigdemont y Torra hablar de “diálogo” con el Gobierno.