Todo cambió en la noche electoral del 21 de diciembre. Con unos pocos miles de votos cambiados, Esquerra podría haber liderado el independentismo, con un plan diseñado para gobernar y abrir una nueva etapa política. Pero en el campo soberanista ganó Carles Puigdemont, con su candidatura improvisada, bajo el nombre de Junts per Catalunya. Y ahora, tras ser liberado de la cárcel de Alemania, y sin el peso del delito de rebelión, por el cual no podrá ser juzgado en España, vuelve a marcar el camino, a la espera de que apoye a otro candidato para ser presidente de la Generalitat. Se trata de una pesadilla para Esquerra Republicana.
La retórica pública dice lo contrario. Todos con Puigdemont. Pero lo cierto es que Esquerra ha pagado con creces el proceso judicial abierto, con Oriol Junqueras en prisión y con Marta Rovira ahora en Suiza, pendiente de la orden internacional de detención que dictó el juez Pablo Llarena, tras decidir no acudir ante el Tribunal Supremo cuando fue citada.
Plan acordado
En todos estos meses, Puigdemont, desde Bruselas, y desde Dinamarca o Finlandia, con ruedas de prensa y conferencias, ha ido defendiendo su causa con la idea de internacionalizar el conflicto político. Ahora, tras la decisión de la justicia alemana, entiende que su estrategia ha tenido éxito, y que ofrece oxígeno al independentismo. Pero para Esquerra, y también para una gran parte del PDeCAT se trata de un problema añadido. No porque deje de rechazar el delito de rebelión --se consideró desde el inicio del proceso que no estaba bien sustentado por el juez Llarena-- sino porque puede reabrir un plan que estaba acordado y que se entiende como el único posible: formar un gobierno con algún diputado libre de causas judiciales, e iniciar una nueva etapa que busque ensanchar la base del independentismo.
Puigdemont puede estar ahora en esa vía, pero también proporciona munición a los que desean aprovechar el momento para tensar la cuerda contra el Estado, y buscar, si es necesario, unas nuevas elecciones que pudieran ampliar la mayoría independentista.
Nace un icono
En círculos de Esquerra y del PDeCAT se ha criticado en los últimos meses esa “sobreactuación” constante de Puigdemont, algo que no ocultó el portavoz de Junts per Catalunya, Eduard Pujol, cuando, un minuto después de conocer la noticia de la justicia alemana, reprochó a los que no habían apoyado con contundencia la necesidad de investir a Puigdemont.
Icono en estos momentos, pero también impedimento para que el independentismo pueda salir a flote, con una rectificación a tiempo, para ampliar su base en los próximos años.
Primero, Sànchez
La paradoja es que el partido que defiende la independencia desde hace más de 15 años, con el giro al partido que le dieron Àngel Colom y Carod-Rovira, pretende ahora gestionar la Generalitat, sin renunciar a su proyecto a medio y largo plazo, mientras que los herederos de Convergència están dispuestos a acelerar las cosas, envalentonados con la suerte de Puigdemont.
El expresidente de la Generalitat se ha convertido para una buena parte del independentismo en una especie de mito, en el hombre que ha incomodado al Estado y que, además, ha conseguido que la justicia alemana cuestione las decisiones de un juez español. Esquerra es consciente de ese ascendente, y esperará a que se respeten los acuerdos, y se ceda, en el último momento, la presidencia de la Generalitat a algún candidato posible, que será de Junts per Catalunya, aunque se mantengan propuestas como la de Jordi Sànchez.