Cinco años después, las cosas han salido de forma diferente. La intelligentsia del procés guarda silencio. El Colectivo Wilson aseguraba el 22 de marzo de 2013 en el Círculo de Economía, con la sala repleta, con una expectación enorme, que los economistas que formaba parte del grupo se constituían “como reacción de indignación ante muchas afirmaciones sobre las consecuencias de la independencia”, que iban desde “las mentiras sin fundamento”, hasta “las afirmaciones catastrofistas”.
El autor del comentario era Jordi Galí, uno de los mayores expertos en política monetaria del mundo, director del Centro de Investigaciones de Economía Internacional (CREI). Junto a él, otros expertos reconocidos, como Xavier Sala-Martín, con una americana azul, y también Carles Boix, profesor de Ciencias Políticas en la prestigiosa Universidad de Princenton. Ahora la discreción es la principal característica del grupo. Silencio. Cada uno con sus cosas, con sus responsabilidades académicas. En Cataluña no hay gobierno, está en vigor el artículo 155 de la Constitución, hubo un referéndum ilegal, con cargas policiales, y una declaración de independencia que se dice ahora que quiso ser simbólica. Han pasado casi cinco años.
Sin costes para la independencia
Es la intelligentsia del proceso soberanista, que ejerció y ejerce todavía entre una gran parte del colectivo independentista, una gran influencia. Uno de los grandes argumentos, que se ha ido oscureciendo, ha sido el déficit fiscal. El también investigador del CREI, Jaume Ventura aseguraba en aquella misma sesión en el Cercle de Economía, presidido entonces por Josep Piqué, que los beneficios de tener un estado propio serían mayores que los costes. Si los costes de crear un nuevo estado se calculaban en 383 euros por habitante y año, dejar de tener déficit fiscal supondría recuperar unos 2.251 euros por habitante y año. Una maravilla.
Todo ello se acabaría plasmando en un vídeo que reclamaba acabar con el déficit fiscal, con la presencia del exconsejero de Economía, Andreu Mas-Colell, de los propios Carles Boix , Sala Martín y Jordi Galí, junto a la también exconsejera Clara Ponsatí, directora de la Escuela de Economía y Finanzas de la Universidad de Saint Andrews (Escocia); Montserrat Gibernau, catedrática de Ciencia Política en la Universidad de Queen Mary de Londres, además de otros expertos. Con esos nombres, el independentismo consideraba que nada podía salir mal, que el Gobierno español entendería que se debía llegar a un acuerdo, y que, en todo caso, la Unión Europea acabaría ayudando al soberanismo.
Teoría de juegos con la independencia
Las cuestiones sobre el proceso soberanista se encajaban bajo la teoría de juegos, propio de economistas como Clara Ponsatí. En un artículo en La Vanguardia, con el título de 'Beneficios, costes y teoría de juegos', en 2012, se consideraba que se podían establecer diversas posibilidades, pero ninguna de ellas vislumbró un resultado frustrado y que ha provocado el cese del gobierno catalán. “Estamos ante un juego de estrategia con dos jugadores, el votante medio catalán y el votante medio español, ambos con dos estrategias. El votante catalán debe elegir entre independencia y unión, y el votante español debe elegir entre aceptación y veto. Los cuatro resultados posibles son, por tanto, independencia con veto, independencia con aceptación, unión con veto, y unión con aceptación”. Es decir, se descartaba el veto español. Después, Ponsatí admitió que no había nada preparado una vez declarada la independencia para poder sustentar la república catalana.
El reconocimiento internacional, o más bien la falta de ello, no se contemplaba. Carles Boix, también en 2012, señalaba que podría fallar el reconocimiento de España, o de la Unión Europea, pero que eso se podría acabar superando. “Si España nos reconociera todo el mundo nos reconocería. Si España decide que no, no quiere decir que todos no nos reconocieran”. ¿Entonces? “Hay vida más allá de la Unión Europa”, aseguraba, y ponía como referencias Suiza y Noruega, que “son países admirables”.
Nadie entiende nada
El independentismo se ha acogido, después, a las imágenes del 1-O, con las cargas policiales. El silencio respecto a los argumentos económicos, o a la internacionalización del problema –o mejor, la falta de ella—ha sido elocuente. Xavier Sala-Martín se refería a ello tras su paso por la cumbre de Davos, al señalar que esas imágenes “están gravadas en el cerebro del mundo” y añadía, en su cuenta de Twitter, que todo ello “aunque el mayodormo las quiera olvidar”, en una alusión al delegado del Gobierno español en Cataluña, Enric Millo.
Catedrático de Economía en la Universidad de Columbia, Sala-Martín ha preferido después decir que no sabe cómo está evolucionando el problema. “No entiendo nada, no entiendo económicamente qué pasa”, señalaba, justo después de que Mariano Rajoy hubiera aplicado el 155, con la convocatoria de las elecciones autonómicas para el 21-D. Atrás quedaba el entusiasmo por un proceso independentista que iba a lograr que Cataluña pusiera fin, entre otras cuestiones, al déficit fiscal, sin apenas costes.
Sin documentos serios
Si es cierto que Mas-Colell o Carles Boix fueron matizando sus opiniones y posiciones, y que han pedido en las últimas semanas que se pudiera constituir un gobierno de perfil técnico, o que, en su momento, cuando lo pudo haber hecho Carles Puigdemont, se hubieran convocado elecciones. También profesores como Montserrat Gibernau pidieron que se fuera muy cauto con el apoyo internacional, y que sin éste sería imposible continuar el proceso. Pero el Colectivo Wilson, como gran referente intelectual del independentismo, por el prestigio internacional de sus integrantes, guarda silencio.
Jaume Gil Alujas, catedrático de Economía de la UB, y presidente de la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras, señala a Crónica Global que “en realidad, no hubo ningún documento serio que avalara que la independencia de Cataluña sería beneficiosa desde un punto de vista económico”. Y considera que muchos expertos que han sido referentes para el independentismo “lo que han hecho es pasillos, en esas universidades, porque no he visto nada realmente contundente y con verdadero rigor, sin pensar en los costes que podría tener”.
Trato justo
El economista Joan Llorach también se definió sobre esas ventajas que presentaban los miembros del Colectivo Wilson, y tras analizar cada dato que se ofrecía, concluía que el propio Mas-Colell había rebajado las expectativas y que Cataluña está muy cerca, en estos momentos, de un trato fiscal justo. Si para Oriol Junqueras esa justicia se alcanzaba en función de lo que se pagaba vía impuestos, por lo que se recibía por población, los porcentajes eran ajustados: Cataluña paga el 19,4% (representa sobre el 18,9% del PIB español); y recibe el 14% (la población representa el 16%).
Todo eso según el método del flujo monetario, en principio el que ofrece mayor déficit fiscal para Cataluña. Con el otro método, el de carga-beneficio, que el propio Mas-Colell consideró como “más realista”, los porcentajes eran estos: Cataluña paga el 18,86% de los impuestos, y recibe el 15,03% del total del gasto e inversiones públicas.
¿Y ahora qué pasará? ¿Dónde se situará la intelligentsia?