"¿Querer que un tráiler atropelle sucesivamente a todos los miembros del Supremo es delito de odio?", preguntó el humorista y productor televisivo Toni Soler en Twitter. Días antes, el candidato de ERC y portavoz de Demòcrates, Antoni Castellà, comparaba a los “catalanes de la tercera vía” con los judíos que colaboraban con los nazis. El también humorista Toni Albà encendía las redes al relacionar la expresión “mala puta” e “Inés”, lo que todo el mundo entendió como una alusión a la líder catalana de Ciudadanos.
Hay muchos ejemplos de violencia verbal en las redes sociales, pero ¿hay que darle importancia? ¿Se trata de una estrategia calculada? ¿Los políticos recurren cada vez más a la provocación como trampolín? Tres expertos analizan ese fenómeno para Crónica Global.
Para el profesor de Sociología de la Universidad de Zaragoza Pau-Mari Klose “las redes ofrecen un cauce poco costoso para expresar odio y que permite reafirmarte fácilmente al resultar relativamente fácil encontrar otras personas que lo comparten y lo jalean (cámaras de eco)". "Poco costoso porque permiten expresarse sin moverte del sofá de tu casa, con una gran economía de medios (basta un tuit de 240 caracteres, o simplemente un retuit o un FAV a alguien que abandera el odio mejor que tú, lo orienta o lo anima), y escudándote muchas veces en el anonimato”.
El 'caso Guillermo Zapata'
Añade que “la expresión del odio se realiza en un instante, de manera limpia, sin más implicación emocional". "No miras a quien odias a la cara, no le ves los ojos, no te expones a sus gestos de desaprobación o reproche. No corres muchos riesgos de ser puesto en evidencia. La confrontación con quienes reaccionan al mensaje está generalmente acotada en el tiempo. Un mensaje ofensivo provoca reacciones en un intervalo de tiempo relativamente reducido, tras el cual queda enterrado por otros mensajes”.
En ese sentido “la responsabilidad de una expresión excesiva o un error también es muy limitada, salvo por quien aspira a salir del anonimato o de la condición de ciudadano del montón, para convertirse en un personaje público”. El profesor pone como ejemplo a Guillermo Zapata, miembro de Podemos “en cuyo caso un desliz puede recobrar actualidad años después”. Zapata fue juzgado y absuelto por la Audiencia Nacional por unos tuits de humor sobre la víctima de ETA Irene Villa.
Por otra parte, Klose cree que la habilidad para odiar en las redes “ofrece cada vez más oportunidades de promoción social y profesional en el ámbito político”. Menciona a personajes que tilda de “pendencieros” como el diputado de ERC Gabriel Rufián, el eurodiputado de PDeCAT Ramon Tremosa, el líder de Podemos Pablo Iglesias o el presidente Donald Trump, quienes “han labrado su imagen política en torno a su habilidad para expresar ciertos resentimientos mejor que nadie, ya sea contra España, el PP, la casta, el establishment o mexicanos o musulmanes. Su habilidad consiste en dar forma y canalizar sentimientos difusos, que no consiguen articularse de modo legítimo, y que estos personajes consiguen empaquetar de modos que resultan aceptables porque son graciosos, ingeniosos o provocadores”.
El caso Rufián
En algún caso, añade, “no les adornan muchas más cualidades que esa". "Y en eso Rufián es el paradigma. No tienen carrera profesional, ni trayectoria política que los avale ni tienen formación ideológica o técnica que exprese en sus discursos. Pero expresa ciertos odios con el ingenio, procacidad y contundencia que otros no saben desplegar, y que muchas audiencias agradecen”.
Para este sociólogo, “las redes han sido trampolines para que ciertos personajes anónimos se dieran a conocer, porque ciertas retóricas del odio suelen cotizar alto, especialmente si se combinan con dosis de provocación e ingenio” .
“En un clima de polarización –añade--, ser odiado por algunos grupos te eleva a los altares de los otros. Provocar el odio de los primeros puede ser fundamental, y las redes son una buena forma de granjearse ese odio. Si Rufián quiere ser amado por los independentistas debe provocar el odio de los españolistas. La credibilidad de algunos políticos entre los suyos depende de que en el bando opuesto lo odien. Iglesias no sería creíble como líder de Podemos si en el PP no provocara reacciones iracundas. De repente, ser bien tratado por tus rivales puede erosionar tu credibilidad, como cuando a Errejón lo trataba bien El País o algunos dirigentes del PSOE”.
Juan Soto Ivars, escritor y periodista, es autor del libro Arden las redes (Debate), que invita a reflexionar sobre el odio y el linchamiento en estas plataformas. “Se trata de un fenómeno nuevo. En 2008, había más libertad en las redes que en el mundo real. Diez años después, parece todo lo contrario. Nos asusta mucho el odio pero ¿es un desahogo? ¿O se inflaman las redes?”, se pregunta Soto Ivars. Pone como ejemplo el caso de Cataluña. “Por las calles vemos pintadas y han tenido lugar algunas manifestaciones relacionadas con el conflicto político, pero hay cierta calma. Sin embargo, en las redes sociales parece que haya una guerra civil”.
En Twitter o Facebook “se ataca en grupo y se deshumaniza al adversario". "No le ves la cara y agredes como si se tratara de un videojuego. Nos relacionamos como psicópatas, no como personas”. Pero advierte contra los linchamientos que se producen cuando alguien dice una barbaridad.
“El comentario más abyecto pronunciado por un loco que en realidad no pinta nada es más inofensivo de lo que el linchamiento posterior pretende demostrar”, precisa. Indica que, en realidad, “en las redes solo hay gente que habla, aunque digan barbaridades. Ningún independentista es capaz de humillar a todos los andaluces”. Pone como ejemplo la polémica generada por una foto de la cadena sueca H&M, donde un niño negro luce una camiseta con la frase “El mono más chulo de la jungla”, calificada de racista. “Hubo mucho ruido, pero ¿daño?”, se pregunta.
La paradoja sobre los linchamientos
La paradoja de esos linchamientos, que en algunos casos han provocado procesos judiciales y despidos laborales, es que “también son libertad de expresión” y considera positivo que en las redes “se pueda tumbar la reputación de una empresa que ha actuado mal, algo que antes no ocurría”.
Frente a esa cierta espontaneidad, el escritor subraya la estrategia calculada de algunos políticos que utilizan estos soportes virtuales para provocar. Coincide con Klose en destacar el fenómeno Rufián, quien, afirma “imita a Donald Trump": "Es el mismo comportamiento. Se aprovecha del clima de ofensa rápida para destacar. El 90% de las conversaciones sobre Trump giran en torno a sus tuits, de forma que no se habla de otros temas importantes como el desmantelamiento del embrión de la sanidad pública que creó Obama o la precaria situación de descomposición en que se encuentra el Partido Republicano”. Por su parte “ERC también se está agrietando, pero sale Rufián con una impresora y recibe una amplia cobertura. Es una estrategia pensada e inteligente”.
España y Alemania
El profesor, consultor y periodista Manuel Moreno, experto en redes sociales, considera que se trata de un “tema controvertido” pues “desde luego, lo que no se debe permitir es la comisión de delitos". "En esa línea va la propuesta realizada por el PP ante el Congreso de los Diputados para obligar a los usuarios de redes sociales a que se registren con sus datos reales. Se trata de evitar que los individuos puedan ocultarse tras un nick o un avatar para la comisión de delitos”. Sin embargo “parece una medida de difícil aplicación, puesto que supondría obligar a las plataformas a solicitar identificación a los usuarios, como cuando se contrata una tarjeta SIM, pero no parece tarea fácil”.
Según Moreno, otra medida interesante con respecto a los contenidos de odio es la que ha adoptado recientemente Alemania, que desde el 1 de enero obliga por ley a las redes sociales a eliminar los contenidos de odio en menos de 24 horas, bajo pena de una multa de 50.000 euros si no lo hacen. “Ante esto, sí se están poniendo las pilas y Twitter por ejemplo ya ha censurado la cuenta de la presidenta del partido de ultraderecha”.
El experto precisa que tanto en el caso alemán como en el español “ha habido quien ha alzado la voz y ha considerado que se trata de medidas que coartan la libertad de expresión de los usuarios. Cierto es que este es un principio fundamental y se debe respetar por encima de todo, pero no implica la impunidad ante la comisión de delitos”.