Colas kilométricas. Carreteras interrumpidas. Líneas de tren cortadas. En ocasiones, por una multitud; en otras muchas por sólo unas decenas de personas.

Para muchos, el escenario que se vivió ayer, 8 de noviembre, en Cataluña era el previsible, el anunciado; incluso, el verbalizado por los activistas del soberanismo. Por ello se esperaba con interés la respuesta operativa de los Mossos d'Esquadra (con competencias plenas en materia de seguridad ciudadana y orden público) en el conflicto que se avecinaba.

¿Mano dura?

Muchos pensaban, quizá, en una respuesta más contundente, más expeditiva que la del 1-O. Y no fue así. “Nuestra línea era y es la mediación, el diálogo y el uso mínimo indispensable de la violencia”, ha dicho a este medio una portavoz de la Dirección General de la Policía.

Los mossos actuaron, pero no impidieron el colapso circulatorio que durante horas vivió (sufrió) buena parte de la autonomía. Ayer, a diferencia de la imagen ofrecida el día del referéndum ilegal, las actuaciones de los Mossos y del Cuerpo Nacional de Policía, que puntualmente también intervino, no fueron excesivamente diferentes, como sí ocurrió durante la jornada de la consulta. 

Zoido satisfecho

Esa uniformidad de criterios quizá tenga que ver con el hecho de que desde hace tres semanas la dirección política del Departamento de Interior está en manos del ministro Juan Ignacio Zoido, quien ayer se felicitaba por la normalidad con la que se gestionó el conflicto en las carreteras y en el transporte público.

Algunos portavoces policiales sugieren que la actitud de ciertos grupos de manifestantes rayaba con la protagonizada durante años por los simpatizantes de ETA en la llamada kale borroka del País Vasco. “Las calles serán siempre nuestras” parece el himno que los radicales independentistas piensan llevar hasta las últimas consecuencias.